27 de junio de 2007

El momento histórico para el TLC

Juan Diego López, M.Sc.

I. El escenario de la discusión

La pregunta fundamental a responder es esta: ¿Por qué sí al Tratado de Libre Comercio entre Centroamérica, República Dominicana y Estados Unidos, popularmente conocido en el medio costarricense como TLC?

Lo primero que debemos acotar es que el tema se ubica en el campo de las Relaciones Internacionales, que como disciplina científica social agrupa a la economía internacional, a la política internacional, al derecho internacional y a todas las variantes internacionales de la sociología (desde las migraciones, a los aspectos de género, desde valores tales como el respeto y la tolerancia hasta las tradiciones nacionales y vernáculas de los pueblos, desde la lengua y la idiosincrasia hasta la supervivencia de culturas autóctonas, modos de vida familiares y sociales y, sin falta, la compatibilidad de ellos con los valores aceptados universalmente en calidad de Derechos Humanos).

Esto significa que la cuestión del TLC no puede ni debe ser tratada al margen del conocimiento, de las categorías y resultados de las ciencias sociales. Precisamente, este entorno de conocimientos sistematizados, de un bagaje acumulado a lo largo de la historia social de la humanidad, de sistemas teóricos e hipotético deductivos fundados en ese saber acumulado y contrastados empíricamente mediante las vicisitudes de la dinámica social, es el contexto para aprehender, comprender y juzgar una obra cualquiera de la ingeniería social del calibre del TLC.

En resumen, así como la obra electromecánica en la construcción de un edificio o la técnica anatómica y vascular para una operación a corazón abierto son materias altamente técnicas y para su resolución se recurre a ingenieros y médicos, así la discusión sobre el TLC debe ser orientada, promovida y facilitada mediante los conocimientos y criterios de la economía internacional, el derecho internacional y las ciencias internacionales afines. Este tratamiento especializado, lejos de causar confusión o de desplazar el análisis al terreno técnico, permitiría no sólo un planteamiento más preciso de las dificultades y problemas derivados de este hecho trascendental, sino que además elevaría la educación y la conciencia ciudadanas ante las inminentes decisiones sobre el TLC que se avecinan.

Otra forma de tratamiento de este tema, basada en concepciones “populares”, en referencias de “oídas”, prejuicios o interpretaciones abusivas y, no pocas veces, cargadas de mala fe, sólo tiene como objetivo mantener y generalizar un clima de confusión e incertidumbre. Y esto se ve agravado por la propia naturaleza de los fenómenos sociales.

Mientras que en las ciencias y tecnologías naturales los resultados inmediatos afectan al individuo, en las ciencias sociales sus efectos inciden, además, en la familia, el grupo, la clase y en toda la vida social y se manifiestan de una forma descarnada y cruel. Cualquier decisión en el campo económico, jurídico o político, puede transformar a las personas, de la noche a la mañana, en indigentes, en criminales o en exiliados. Los resultados de las tecnologías físicas, biológicas o médicas siempre se presentan a los seres humanos como un destello de esperanza y, quizá, por ello mismo, proporcionan aquel íntimo deleite que despierta la ciencia ficción. Por el contrario, la forma en la cual los seres humanos viven los resultados de las ciencias sociales es la preocupación. Y esto no sólo por la incertidumbre respecto de su futuro inmediato, sino porque resulta un mundo verdaderamente fantasmagórico. Pongo un viejo ejemplo: la gran mayoría de los seres humanos emplean cotidiana y asiduamente muchas formas del dinero (desde el metálico, el billete o los medios monetarios electrónicos) y, aunque la vida sería absolutamente incomprensible sin este medio de relación social, la inmensa mayoría es incapaz de comprender su naturaleza, funcionamiento o finalidad. Simplemente, es así. Y si por alguna razón no funciona de la manera convencional o no logra los resultados previstos, estalla la preocupación y probablemente se abra un período de grave crisis económica, política y social.

El impacto de las decisiones económicas, jurídicas y políticas en la vida cotidiana, genera la errónea sensación de que las soluciones deben seguirse de la "lógica social" del "individuo afectado". Oí en México decir que Pancho Villa, al ser informado de la quiebra de la economía y la ausencia de circulante exclamó: "¡Pos hagan más plata!". Aquí en Costa Rica, las pensiones del magisterio y de variadas instituciones autónomas, cuando son originadas por salarios de categoría profesional, son castigadas en más de un tercio del monto legal. Tanto en el primer ejemplo, como en el segundo, el resultado es la generalización de la pobreza mediante un reparto espurio: no se trata estimular y diversificar los medios y el acceso a la producción. No, se trata de repartir el estático e inestable monto de una producción social secuestrada de antemano por concepciones "benefactoras". Esta actitud castra, como la ha castrado, cualquier iniciativa para incorporarse a la producción y genera una mentalidad de "empleado", tiempo atrás con prioridad en el sector público y últimamente en el sector de servicios de empresas extranjeras. Lo cierto es que la mentalidad y la capacidad empresarial y productiva de nuestra sociedad son incipientes y los casos exitosos aún son objeto de admiración y asombro públicos.

Pretender explicar o resolver un hecho social solamente con las herramientas intelectuales del sentido común o como resultado de los intereses inmediatos, por más legítimos que sean, sería como construir el edificio sin ingenieros o curar un padecimiento mediante recomendaciones fraternales. Por esta razón, debemos llevar la discusión sobre el TLC hacia un escenario formativo, educativo, que sirva para la integración de las personas y las mentes a las nuevas condiciones de la sociedad humana.



II. El final de la bipolaridad internacional


Un segundo aspecto que, desde mi punto de vista, contribuye a responder afirmativamente la pregunta sobre el TLC es el adecuado planteamiento del fenómeno de la globalización. Los juicios provenientes del "sentido común" (que como decía B. Russell es el menos común de los sentidos) y sobre todo de aquellos de extracción izquierdista, pretenden explicar la globalización como una conspiración del capital internacional y del imperialismo yanqui. No obstante, el empleo de los conocimientos de la ciencia social y, particularmente de aquellos provenientes de la propia teoría social marxista, presenta conclusiones no sólo más consistentes y científicamente fundadas, sino más asombrosas e interesantes.

Existen muchas definiciones y caracterizaciones de la globalización, pero he llegado a la conclusión de que puede ser explicada en forma directa y sintética: La globalización es la liberalización de la sociedad humana de las ancestrales ataduras a la actividad política, como actividad social por antonomasia. El nacimiento de la civilización (en el Nilo, en Mesopotamia, en el valle del Indo o del Hwang-ho), aunque se acompañe con el origen de la escritura, con la aparición de una clase sacerdotal y una teología unificada, con el desarrollo de portentosas obras de ingeniería o con el surgimiento del arte autóctono, el nacimiento de la civilización, digo, es un acto político: es el acto de unificación de tribus, nomos, ciudades estado o regiones en una nación y bajo un gobierno centralizado. Y de allí en adelante, desde el IV milenio hasta el siglo XX, la historia transcurrió entre la creación de grandes (o pequeños) imperios y la resistencia a ser parte de ellos.

Claro está, a los habitantes del Sudán, a los de Sumer, del Hindo Kush o del Henan, no les convocaron a plebiscito. Una mañana cualquiera, abrieron la puerta y se encontraron con la vanguardia de las tropas imperiales. ¿Por qué resulta inevitable asociar la política con la violencia? Porque la política y la guerra son esencialmente lo mismo, pero difieren en cuanto a su forma. Ambas buscan imponer, imponer la voluntad de unos sobre otros, de establecer objetivos sociales y metas históricas y de conducir las fuerzas sociales en esa dirección. Para ello, la política busca el consenso, fabrica alianzas y busca adhesión; sus medios van desde los procesos electorales, los conciliábulos y las conversaciones secretas, hasta el soborno o el chantaje. La política, dijo Fidel Castro, es el arte de sumar. Pero, en la combinación de los medios que fuere, el fin primordial de la política es imponer una dirección a la vida social.

Así la definió el mariscal prusiano von Clausewitz: la guerra es la continuación de la política por otros medios. Quien crea que el fin de la guerra es el exterminio y la desaparición total del enemigo, no ha entendido su naturaleza. El genocidio, por ejemplo, no es la guerra. Puede o no ser parte de ella, pero carece de fines políticos o estos se encuentran supeditados a cuestiones ideológicas, es decir, a valoraciones acerca de la vigencia de ciertas ideas y formas de vida. La guerra, como tal, sólo busca resolver las cuestiones políticas irresolutas en los medios consensuales. Y no hay guerra que no acabe por intermedio de un acto político. La imposición de la voluntad de unos sobre otros es la realización de la acción política y la finalización de las acciones armadas.

Y esta frágil oscilación entre la política y la guerra fue el escenario estelar en el que se ejecutó el drama de la civilización por más de cinco milenios. En casi todas sus formas, las relaciones humanas se redujeron a dominar o a ser dominado. El espectáculo de la agrupación humana en todos los rincones geográficos del planeta era el amurallamiento de las poblaciones y la organización de medios defensivos ante inminentes y sorpresivos ataques que, no pocas veces, representaron la desaparición física e histórica de civilizaciones enteras. Ello llevó a una concepción del ser humano fundada en su "naturaleza" violenta: "Homo homini lupus", repitió Thomas Hobbes para justificar el advenimiento de la monarquía absoluta en la Europa post medieval, "el hombre es el lobo del hombre". Y, naturalmente, la única vía para controlar al hombre-lobo es la "mano dura", un gobierno de hierro que imponga disciplina social a sangre y fuego.

El punto culminante del aprisionamiento político de la sociedad fue el siglo XX. Entonces, toda la dispersión de la vida política y militar anterior se concentró en dos tendencias político ideológicas inequívocas: liberalismo y comunismo. En realidad, la contradicción prístina no surgió sino después de la derrota del nazi fascismo en 1945 y sólo duró escasos cuarenta años, pero su intensidad y peligrosidad aún corta el resuello de los observadores del siglo XXI. Fue tan feroz la división y el odio que cada una de las dos partes acumuló la capacidad de destruir veinte veces consecutivas, no a su enemigo frontal, sino a la humanidad entera. Esta "guerra fría" (o "política caliente") fue la etapa demencial de la civilización.

Nunca se le reconocerá lo suficiente a Mikhail Gorvachov su estatura de prócer y benemérito de la humanidad. Bajo los criterios de la guerra fría, la desaparición de uno de los polos del conflicto mundial fue un acto de rendición y la victoria del capitalismo sobre el comunismo. No obstante, Gorvachov apostó por la humanidad a costas del mundo socialista y con la plena conciencia de que, la desaparición de la bipolaridad mundial, no redundaría en una simple e ingenua unipolaridad norteamericana. Siguiendo un elemental razonamiento dialéctico, la solución de la contradicción es la superación y fusión de los opuestos y no la eliminación completa de alguno de ellos. Siguiendo la vieja ley de la guerra, el triunfo no es la exterminación del enemigo, sino su asimilación. Y en este acto de absorción, en aquellos niveles planetarios alcanzados con la "guerra fría", la transformación total del panorama político e histórico es un resultado inevitable.

No se pasó de la bipolaridad a la unipolaridad. No. Se pasó de la bipolaridad a la multipolaridad. Al finalizar la guerra fría, la Unión Soviética desapareció dejando al descubierto la esencial fragilidad e incapacidad de su sistema. Toda la "cultura socialista", su economía, su ciencia, su sagacidad política y su capacidad militar se desvaneció como el más etéreo espejismo. Ni siquiera hubo lucha, quiero decir, lucha en las proporciones planetarias de la caída de un sistema político, económico y social de escala mundial. El Muro de Berlín se derribó entre derrames de champaña y la más impresionante algarabía, la Unión Soviética se desmembró y desapareció sin una guerra civil de proporciones rusas y, fuera de los terribles combates callejeros en el opaco invierno de Bucarest, el gran imperio soviético se desvaneció en el giro de tres o cuatro meses. Muchas otras vicisitudes de distintos tonos de violencia habría de vivir el mundo socialista pero, la desaparición de un sistema social, hablando en términos históricos, nunca ha sido menos traumática, sangrienta y dolorosa.

Entonces, al derrotar a la Unión Soviética, ¿qué fue lo que ganó Estados Unidos?



III. El mito de la unipolaridad internacional


Es claro que Estados Unidos emerge de la guerra fría con el mayor poderío militar jamás conocido en la historia. No está completamente solo y le acechan multitud de fantasmas irregulares. Pero sus inconmensurables fuerzas armadas, su extraordinaria capacidad tecnológica y los recursos financieros conjugados para sacar partido de la nueva situación, le han generado una imagen más cercana a la de los matones de la mafia internacional que a la del adalid del mundo libre de otrora. Así, Bush padre organiza su propia guerra mundial contra Irak para defender al "estado" títere y absolutista de Kuwait, Clinton ordena bombardear Afganistán para despistar el escándalo sexual que le acosaba y Bush hijo reorganiza su guerra mundial contra Irak con el pretexto de eliminar las "armas de destrucción masiva", lo cual le ha acarreado la sorna y la vergüenza mundiales.

No hay duda de que el portento militar estadounidense amenaza y deslumbra. Pero amenaza a paisesitos tales como Corea del Norte, Siria, Irán, Afganistán y deslumbra a aliados de tercera en el tercer mundo. Fuera de estos, cuenta con dos poderoso incondicionales, epígonos de su política internacional: Inglaterra y Japón. A ellos podemos sumar algunos gobiernos de turno en Europa que, al igual que aquellos, más expresan la simpatía de los dirigentes por la política norteamericana (Italia o España, por ejemplo) que la voluntad de los pueblos o el espíritu y la letra de la Unión Europea. Todo lo contrario.

Los vínculos militares entre Estados Unidos y Europa se encuentran enfrascados en una grave crisis y en punto real de obsolescencia. La OTAN (la Organización del Tratado del Atlántico Norte), escudo estratégico contra el comunismo soviético, a la postre resultó obsoleto y perdió sentido completo con la constitución del Consejo Rusia-OTAN y la virtual incorporación del otrora enemigo mortal en su seno. Las bases militares de "contención" del comunismo, que se extendían a lo largo de la frontera soviética (Turquía, Grecia, Italia, Alemania, Escandinavia) han adquirido la imagen de territorios de ocupación y de afrentas a las soberanías nacionales. Finalmente, el empleo de estos terrenos militares para el desarrollo de actividades clandestinas contra prisioneros árabes y sospechosos de terrorismo ha terminado de agriar las relaciones político militares entre Estados Unidos y Europa. ¡Qué tiempos aquellos, durante la guerra fría, cuando el fantasma del comunismo asustaba parejo, que cualquier segundón del Departamento de Estado daba de puños sobre el escritorio de los premieres europeos y exigía la adhesión ciega a sus políticas!

Pero el enemigo mortal de la alianza militar de Estados Unidos con el viejo continente se llama la Unión Europea. Si un tratado de libre comercio es el primer y más simple escalón de la asociación internacional, la unión política representa el estadio más alto y la culminación de cualquier proceso integrativo. Es una portentosa obra de ingeniería social que ha logrado la creación de una moneda común, la eliminación de las fronteras nacionales, la creación de órganos políticos supranacionales y la implementación de políticas comunes en todos los campos de la vida social. Con ello, la Unión Europea reúne una población muy superior a la Unión Americana y suma recursos naturales, científicos y tecnológicos que emulan los existentes en el patrimonio de la humanidad. Y, como se desprende de lo dicho anteriormente, con la unificación económica y política de Europa, la unificación militar cae por su propio peso.

A pesar de las tendencias centrífugas que ha venido desatando Inglaterra, la unificación de las fuerzas armadas y de seguridad europeas se encuentra en curso e, incluso, cuenta con un programa calendarizado que alcanzaría su fin en los próximos años. De esta manera, la unificación militar europea, como consecuencia de su unión política, constituye el deslinde de la geografía armada entre ambas potencias y la pérdida (paulatina o inmediata) de la gravitación militar estadounidense en territorio europeo. Asociado a la inevitable recuperación de la autonomía militar, se acompaña la total soberanía europea sobre sus territorios y la integración a su patrimonio de las bases militares extranjeras bajo control norteamericano. La retirada militar de Estados Unidos del territorio europea será un acontecimiento histórico que estamos prontos a presenciar.

Un segundo aspecto que tiende a minimizar el enorme poderío militar norteamericano es la progresiva formación, en los últimos quince años, de una extensa y sólida red de instituciones internacionales y supranacionales. A diferencia de las organizaciones internacionales al estilo de las Naciones Unidas, nacidas al calor de la guerra fría y controladas políticamente por las superpotencias mediante un consejo de seguridad con poder de veto, el novísimo régimen internacional se desarrolla bajo un modelo de participación igualitaria. En la OMC (Organización Mundial del Comercio) hemos visto a Costa Rica ganar una disputa a Estados Unidos por la aplicación de normas fitosanitarias infundadas al café costarricense (hoy día popularizado como el mejor café gourmet del mundo y consumido extensivamente en esa nación y a nivel mundial) o a Ecuador imponerse ante la Unión Europea para ampliar su exportación bananera a ese continente.

Más allá del campo económico, Estados Unidos se encuentra cercado por diversas iniciativas internacionales que ponen en cuestión el poder absoluto que se le suele atribuir. En el campo ambiental, sea o no científicamente correcta su posición, lo cierto es que desde el Pacto de Río hasta el Protocolo de Kyoto, los norteamericanos se encuentran arrinconados y al borde de la asfixia moral internacional. ¿Y qué decir de la Corte Penal Internacional? Dado que padecen del síntoma que podemos llamar dirty mind, los norteamericanos han luchado denodada e inmoralmente contra el establecimiento de esta institución jurídica internacional. Como quedó probado en el caso Pinochet, la adscripción o rechazo a este organismo no es indispensable para que la acción de la sólida legislación internacional cumpla su función coercitiva. Grandes y poderosos funcionarios en política estadounidense durante la guerra fría, personalidades tales como Henry Kissinger o el ex presidente Bush, no se atreven a salir de su país y viven recluidos en su sórdido mundo.

Pero vayamos más allá. Paralelamente a las organizaciones supranacionales, financiadas y representadas por los diversos países participantes, hacia finales de los años ochenta se produjo una eclosión de organizaciones no gubernamentales (ONG's), de asociaciones internacionales de grupos organizados de la sociedad civil y de federaciones de organismos paraestatales, públicos y privados, abarcando los más variados campos de acción de los seres humanos. Al antagonismo bipolar de la guerra fría, le suceden infinidad de iniciativas de cooperación, de asociación y de promoción de actividades centradas en la naturaleza, en el ambiente, en el individuo, en las minorías y en los más insospechados espacios de la acción humana.

Finalmente, es insoslayable la mención del acontecimiento más representativo de la vacuidad del poderío militar norteamericano. Me refiero a la generalización y popularización de la Internet. No sólo porque se trata de un medio de origen militar, ideado para superar el colapso de los medios interpersonales de comunicación en una eventual guerra nuclear, sino por la dispersión y diversificación geográfica y por la homologación entre emisores y receptores que provoca. Complementariamente, la Internet rompió la maldición de McLuhan que nos condenaba a ser receptores pasivos y manipulables de los medios de comunicación masiva; la Internet ha convertido a todos los seres humanos en receptores tanto como emisores, generando un tráfico explosivo e inevitable de información que no respeta ni siquiera los niveles más altos de seguridad militar.

Que la Internet sea vista como un instrumento de dominación y manipulación norteamericana no sólo revela ignorancia crasa sino que es su máximo dislate.



IV. La transformación en la base económica de la sociedad


Si Estados Unidos sale de la guerra fría como superpotencia militar en las limitadas condiciones señaladas antes, cabría ahora echar una mirada a su "salida" en el campo económico. Si los años ochenta fue la década perdida para América Latina, para Estados Unidos fue el sepulcro de sus aspiraciones imperialistas. Los datos estadísticos, en cualquiera de los campos de la actividad económica, son abundantes y sorprendentes. El ingreso per cápita pasó del segundo o tercer lugar en el mundo al vigésimo, grandes capitales extranjeros, especialmente japoneses, se instalaron sólidamente en la economía norteamericana; ante la necesidad de solventar el alucinante déficit comercial y las exigencias de la demencial inversión militar, la calidad de la producción estadounidense alcanzó los niveles más bajos de su historia, con la consiguiente pérdida de sus nichos productivos y de los mercados internacionales.

Casi imperceptiblemente, mientras los norteamericanos combatían al imperio comunista del mal en todos sus frentes, Japón se adueñó de la producción de electrodomésticos. Los éxitos en la miniaturización y la integración de circuitos revolucionaron la producción y distribución de artefactos domésticos y el mundo se llenó de marcas japonesas. Paralelamente, mediante la extensión de la producción en serie y de innovaciones en la robótica, se apoderaron de la industria automotriz y el transporte pesado. Aún hoy día, la puja de los productores norteamericanos en estas ramas es más bien modesta y los índices de satisfacción de los consumidores les coloca muy por detrás de la tecnología japonesa, europea y coreana.

A la crisis económica, le sucedió una imponente crisis social. Estados enteros, como Missouri o Louisiana, alcanzaron índices de desarrollo humano similares a los de Haití; las grandes metrópolis se llenaron de indigentes y la propia capital alcanzó el rango de la ciudad más violenta de Estados Unidos. La inmigración latinoamericana alcanzó cifras astronómicas y, a mediados de los años noventa, la población hispana se convirtió en la minoría más numerosa, desplazando incluso al afro americano. La violencia racial volvió a los lugares prioritarios de la agenda norteamericana y la ciudad de Los Ángeles protagonizó una verdadera sublevación que la convirtió en el campo de batalla urbano más grande de la historia humana.

Es opinión generalizada que los enormes recursos productivos de la sociedad estadounidense fueron rescatados y potenciados merced a la industria informática. La construcción de la computadora personal y el desarrollo de sistemas operativos cada vez más amigables permitieron su generalización como herramienta básica y su rápida popularización. Con su final integración a la red mundial, la computadora adquirió un poder inconmensurable y se convirtió en instrumento de trabajo universal. No obstante, el elemento salvador de la economía norteamericana produjo una nueva revolución en la base económica de la sociedad mundial. La universalización de la computadora como herramienta personal otorgó al trabajador el control sobre el núcleo de los medios productivos, es decir, sobre los instrumentos de trabajo los cuales, por definición, fueron propiedad privada del capitalista y el núcleo de la producción capitalista en su conjunto. Igualmente, al desaparecer la propiedad privada sobre el factor esencial de los medios de producción, desaparece la clásica concepción de las clases sociales, definidas desde David Ricardo y Carlos Marx por la relación de propiedad del trabajador sobre los medios de trabajo. La expropiación y socialización de los medios de producción en su conjunto fueron la fuerza dinamizadora del socialismo mundial y el eje central de la lucha política durante todo el siglo XX.

De esta manera, la globalización no sólo reestructura la base económica de la sociedad sino que configura la sociedad del tercer milenio. No es un proceso voluntaria y planificadamente inducido sino el resultado de las fuerzas sociales y económicas de la sociedad y, en términos generales, posee las propiedades de los fenómenos naturales en su más descarnada presentación. Se impone con la misma violencia que un huracán y, venciendo cualquier intento de resistencia, arrastra en su camino a todos los elementos de su entorno. Pero, a diferencia de los fenómenos naturales, los fenómenos sociales tienen la particularidad de desenvolverse también en el ámbito social de la conciencia. Los diversos intereses en juego en la vida social y que se expresan sistematizadamente en las diversas ideologías sociales, constituyen factores conscientes de estímulo o atraso en la dinámica de la sociedad. Fue Marx quien descubrió y definió el carácter revolucionario del sistema capitalista. Según él, por su propia dinámica interna, el sistema capitalista tiende al desarrollo infinito de las fuerzas productivas y a la expansión incesante de los factores de la producción. Este hecho constituyó la base para la teoría histórica marxiana sobre la contradicción entre el desarrollo ilimitado de las fuerzas productivas y la apropiación privada de los resultados de la producción. De acuerdo con ella, la apropiación privada es un hecho circunstancial que, tarde o temprano, será disuelta y modificada por el propio desarrollo de las fuerzas productivas. La sociedad comunista, caracterizada como una sociedad sin propiedad privada sobre los medios de producción y, por ende, sin clases sociales, es un resultado histórico inevitable. Mediante la organización social, los seres humanos pueden contribuir con su desarrollo o entorpecerlo; pero, con ellos o sin ellos, la dinámica de la sociedad humana hacia una organización social igualitaria, se impone con la fuerza de una ley ciega de la naturaleza.

La concepción marxiana de la dictadura del proletariado, la teoría leninista del partido obrero como elemento dinamizador de la marcha histórica hacia el comunismo y la construcción de una sociedad socialista como etapa preparatoria, fueron la respuesta al capitalismo decimonónico. Ya desde la segunda mitad del siglo XX, economistas, sociólogos y futurólogos de ambas ideologías avizoraron y prefiguraron aquella ruta de la sociedad humana y muchos otros advirtieron la extemporaneidad y arcaísmo de la estrategia socialista. Como una terrible paradoja de la historia humana, la verdadera fuerza revolucionaria de la transformación social y del avance hacia la sociedad igualitaria burló los cánones y dogmas de la ideología socialista y brotó del seno de la sociedad capitalista, haciendo realidad la imagen marxiana del capitalismo como incubador de su propio sepulturero. Efectivamente, con la desaparición de la bipolaridad mundial, con la resolución de la contradicción esencial ambos polos desaparecen en su condición anterior y dan origen a una nueva calidad socio histórica. Que el medio dinamizador fundamental lo fuera el capitalismo y no el socialismo en nada altera la realidad histórica de dicha transformación. La resistencia y la incomprensión de esta realidad solo ha conllevado a la transformación (muy dialéctica, por cierto) de los revolucionarios de antaño en los novísimos reaccionarios de nuestro tiempo.

No sólo la aparición y desarrollo de la computadora como herramienta universal y personal del trabajo evidencia un cambio fundamental en la estructura del sistema capitalista. Por el propio desarrollo de las fuerzas productivas y por la diversificación y automatización de la vida social, el capitalismo no pudo sostener su condición originaria de explotación de la pura fuerza de trabajo. Fue incluso el propio Henry Ford quien se percató que el trabajador exhausto y embrutecido por jornadas laborales interminables resultaba el peor negocio para el capitalismo y convirtió a sus obreros en los primeros consumidores de su industria automotriz. Masas hambrientas, enfermas e ignorantes resultan en la más onerosa de las pérdidas para la ampliación de la llamada "frontera de posibilidades de la producción". Hoy día, el trabajo mismo es una valiosa fuente de innovación tecnológica para el desarrollo de las fuerzas productivas y el trabajador en el factor esencial de la realización de la producción mediante el consumo. En ambos extremos, como factor esencial del desarrollo productivo y como consumidor, el trabajador adquiere una nueva condición social y surge la categoría del "capital humano". El individuo humano concreto, como solía decir Marx, los seres humanos de carne y hueso, se convierten en el centro de interés de la vida económica de la sociedad y su educación, salud y bienestar constituyen la garantía del desarrollo económico de nuestro tiempo. La ventaja competitiva de un pueblo sano y educado es un hecho patente en la realidad costarricense.

El capitalismo caníbal, de rostro draculesco y colmillos sanguinolentos es una imagen lejana de la realidad económica y social de nuestro tiempo.



V. La planetarización de la vida social


La aparición y valoración del individuo humano concreto como elemento axial de la sociedad del tercer milenio, cierra el proceso de liberación de la sociedad humana de los asfixiantes moldes de la vida política. Si el destino humano se jugó por milenios en el terreno exclusivo o preponderante de la sociedad política, con la globalización se amplía el escenario de la vida social por el desarrollo y la expansión de la sociedad civil. Si bien la vida política mantiene su prestigio e importancia como elemento unificador de la acción social, la ancestral clase política, dueña absoluta del poder y convertida en una odiosa aristocracia, cae en el más profundo desprestigio y tiende a desaparecer. El ejercicio del poder deja de ser el medio de acumulación originaria de capital y tiende a convertirse en el medio facilitador para el desarrollo de la sociedad civil y del individuo humano concreto. En su condición de instrumento de la sociedad civil, la sociedad política pierde su condición de instrumento de dominación, opresión y corrupción y da paso a su naturaleza organizadora, orientadora y educadora para la consecución de las metas de la vida social.

Asimismo, el ejercicio del poder desborda la sociedad política y se extiende hacia la sociedad civil en diversas formas. La organización social se diversifica y profundiza por regiones geográficas, por actividades productivas, por sectores laborales, por estilos de vida y prácticas espirituales o religiosas. Los antiguos valores de la tolerancia, el respeto a la diversidad y a la vida privada adquieren un sólido fundamento en la sociedad civil y su expansión internacional forma una extensa y compleja red de relaciones que, a su vez, tiende a internacionalizar a la sociedad civil como la base real del desarrollo social de la humanidad. Estimulada por la revolución informática, por la transformación de la base económica de la sociedad y por el papel central del individuo humano, la sociedad civil desborda los límites estrechamente nacionales y planetariza y globaliza la vida social en su conjunto. La economía, persistentemente doméstica desde sus orígenes como disciplina científica, se extiende y fortalece en el campo internacional; el derecho desborda los marcos constitucionales de las naciones para transformarse en derecho universal; el Estado Nación avanza hacia la condición de soberanía compartida mediante diversos procesos de integración económica, política y cultural y la vida solitaria del individuo, aprisionado en los límites geográficos de los estados nacionales, se amplía y enriquece con su pertenencia a una sociedad planetaria y globalizada.

Ante este irrefrenable proceso globalizador son torpes las medidas numantinas y la resistencia al estilo de Loudon. La defensa a ultranza de las tradiciones vernáculas de los pueblos, el refugio en el nacionalismo extremo y toda forma de xenofobia resultan, a la larga, en el más fértil de los terrenos para su desaparición. Ante el proceso de internacionalización que caracteriza nuestro tiempo, es más sensato preguntarse, como lo dice hermosamente el filósofo costarricense Constantino Láscaris, qué es lo que nuestra nacionalidad puede y debe aportar en la construcción de la sociedad planetaria y no qué es lo que debemos defender y sustraer de su influencia.