Juan Diego López
La aprobación popular del TLC y la opción nacional por una ideología política y económica de apertura comercial y de integración a la globalización, auguro, producirá un total reacomodo de las fuerzas electorales y de las estructuras partidarias en Costa Rica. Nuestro siglo XX fue muy tardío, pero muy intenso porque apenas abarcó sesenta y siete años, de 1940 a 2007. No es sino a partir de 2008, con la completa aprobación del TLC y con su plena disposición a la integración mundial, que Costa Rica abandonará su concepción de “estado benefactor”, de priorización del reparto antes que el incremento de la producción y, con ello, ingresará plenamente en el siglo XXI. En este sentido, del debate y aprobación del TLC, el gran ganador es el pueblo costarricense.
Sin embargo, la estructura partidaria del país ya no obedece ni responde a este hecho trascendental de la escogencia del modelo de desarrollo acorde con la globalización. El Partido Liberación Nacional se encuentra fracturado en su propia columna vertebral. Como una especie de prefiguración del entorno nacional, sufre una conmoción centrífuga, principalmente estimulada por los sectores “socialdemócratas” que buscan mantener, mediante su discurso populista y demagógico, su estatus de clase política dominante. Sin embargo, tanto en la elección de Arias como en el triunfo del TLC, se ha perfilado una nueva y fresca base de apoyo político y electoral que busca la modernización del país y que confía, después de décadas de escepticismo y desengaño, en la actual dirigencia política del país. No tengo la menor duda de que, después del 7 de octubre, Liberación Nacional no seguirá siendo el partido que fue durante el siglo XX. Y esto constituye un gran beneficio nacional.
Si en el caso de Liberación Nacional las cuestiones son de fondo, de toma de decisiones ideológicas y de vislumbrar el futuro, en el Partido Acción Ciudadana (PAC) la cosa es mucho más pedestre. La doble pérdida de las elecciones y del referéndum y la subsiguiente labor obstruccionista para la implementación del TLC, le coloca en una delicada alternativa. O decir que defienden al pueblo del TLC hasta la última gota de dignidad política que les quede o aceptar que equivocaron el papel de oposición derrotada y que, al transformarse en peso muerto, atenta gravemente contra la propia decisión popular que ellos mismos exigieron. ¿Qué sería de la vida política nacional si, recordando a Kant, convirtiéramos en norma universal esta actitud? En cualquiera de los dos sentidos en que resuelva tal dilema, el PAC no tiene por donde ganar. Es el perdedor neto y por partida doble. Aquí, ante la evidencia de una errática e interesada ideología política, de nuevo, es el pueblo el gran ganador.
Por el contrario, estimo que el Partido Libertario es uno de los grandes ganadores de esta contienda. No me refiero ni a cuestiones numéricas ni a cálculos electorales. Creo que su gran victoria se centra en su consecuencia ideológica y en el gran aporte que dio al debate sobre el TLC. Que ello se traduzca en caudal electoral y que ascienda en el “ranking” político, dependerá de muchos factores. Entre ellos, considero como sobresaliente la naturaleza de la oposición política que realicen en el futuro. Siendo parte de la ideología aperturista, su coincidencia con el gobierno resulta una buena sombra y, de saber explotarla, le puede ser más rentable que la mera oposición electoral. Pero, al mismo tiempo, esta indiferenciación genérica les obliga a realizar planteamientos más claros, más precisos y aceptables en la nueva corriente ideológica por la que ha optado el país. De nuevo, de esta clarificación, el pueblo resulta el gran ganador.
Hace ya tiempo que el Partido Unidad Social Cristiana (PUSC) le debe a los costarricenses una renovación ideológica de fondo e, incluso, me atrevo a decirlo, una opción más secular en cuanto a su propio nombre. Lenin decía que, en política, el nombre expresa las metas sociales. Considerado históricamente como el residuo más reaccionario y neoliberal de la política costarricense, sus orígenes en la doctrina social de la iglesia constituye un arcaísmo desproporcionado. Tanto en lo que tiene que ver con el carácter del “estado solidario” como con su identificación exclusiva con la iglesia católica. Esto no significa que los miembros de las distintas iglesias no puedan optar por la vía político electoral, sino solamente si el PUSC quiere ser ese tipo de partido. Y, en esta definición y precisión ideológica, el pueblo vuelve a ser el gran vencedor.
Queda, finalmente, la izquierda tradicional, aquella que sobrevivió la guerra fría y que aún vive bajo la permanente y patológica amenaza de un grave peligro extranjero. Alguien debería susurrarles al oído lo cercano que esa actitud se encuentra de la xenofobia. Sin duda que representa a un sector ideológico, aunque se trate de un sector electoral en plena extinción. No porque los ideales de la izquierda carezcan de alguna vigencia, sino porque son los ideales de esa izquierda obsolescente los que les mantiene alejados de la realidad, sin instrumentos analíticos científicos y luchando contra los más auténticos molinos de viento. De una u otra manera, esta evidencia de una visión política reaccionaria de la izquierda, constituye también un gran triunfo para el pueblo costarricense.
En este panorama, ya no tan confuso como aparecía antes del debate sobre el TLC y del referéndum, hay un claro vencedor: la sociedad civil costarricense. Esta, al margen de las agrupaciones y los movimientos electorales existentes, desafiando las tradicionales “líneas de partido” y acatando sólo a sus intereses ciudadanos, ha dado una lección a todas las fuerzas políticas nacionales y un gran aporte en la construcción de la democracia internacional. El pueblo costarricense no solamente ha ganado un elevado rango de aprendizaje y desempeño en la alta política, sino que ha sabido decidir colectiva y democráticamente su destino como nación.
8 de noviembre de 2007
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