29 de julio de 2007

Ganadores y perdedores:

El impacto del TLC en la agricultura costarricense



Juan Diego López, M.Sc.



Luego de tratar el contexto en el cual se da el TLC, de criticar las evasivas, aparentemente serias del PAC, partidarios de ambas tendencias me han retado a referirme a los efectos negativos del TLC. Se trata de un punto sensible en el debate y, para quienes estamos con el sí, resulta un tanto comprometedor. No obstante me parece justo y muy necesario intentar esa óptica de la cuestión.

Naturalmente, todo cambio en las relaciones económicas tiene resultados negativos. Por más perjudicial que eso fuere para el referendo que se avecina, sería deshonesto negarlo. Estos efectos indeseados han sido estudiados extensamente en la literatura pertinente y, en el campo de las Relaciones Internacionales, han dado origen a una serie de medidas e instrumentos tendientes a controlar su impacto social. Señalo esto porque es necesario despejar la discusión de elementos de duda mal avenidos que pretenden dar la impresión de irresponsabilidad y desinterés respecto de estos efectos negativos. Lo cierto es que, tanto en la teoría como en los hechos, el estudio de las consecuencias indeseadas forma un campo disciplinario, lleno de análisis históricos, exámenes comparativos y denuncias, pero también pletórico de propuestas, de medios prácticos para la solución de esos problemas y de instrumentos de prevención y control de efectos indeseados.


1. Asimetría, riesgos e impacto negativo

Cuando dos países o regiones acuerdan cualquier tipo de vínculo de integración, lo primero que se toma en cuenta en las disciplinas científicas involucradas (Relaciones Internacionales, economía internacional, política internacional, derecho internacional, etc.) es la asimetría existente entre ambas realidades. El grado de desarrollo relativo es el elemento inicial y esencial para la regulación de las relaciones mutuas y para asegurar el beneficio recíproco de las acciones integrativas. Naturalmente, las iniciativas de integración parten de una base común mínima que sea capaz de soportar la fusión de ciertas actividades económicas y sociales. No obstante, las diferencias y desequilibrios detectados, antes que ignorarse o dejarse al azar, son objeto de medidas especiales que, normalmente, forman parte integral de los acuerdos.

Así, la integración de España, Portugal y Grecia a la Unión Europea estuvo acompañada de una serie de “medidas de contingencia” tendientes a suavizar los principales desequilibrios en los campos más sensibles (agricultura, comunicaciones, legislación, monopolios, etc.). También el proceso de integración entre Centroamérica y México ha estado acompañado de este tipo de acciones (conocidas como el Plan Puebla-Panamá) que buscan resolver las asimetrías detectadas mediante medidas de financiamiento y cooperación internacionales. Igualmente, el TLC contempla la llamada “agenda complementaria” que se propone controlar y resolver los efectos negativos que acarrea la integración, no sólo de diversas realidades regionales (Centroamérica y República Dominicana) sino el impacto de la vinculación regional con Estados Unidos, considerada la economía más poderosa del mundo.

En la jerga de las Relaciones Internacionales suele hablarse, más que de efectos positivos o negativos, de ganadores y perdedores. Esta denominación, tiene una razón conceptual. No se trata de efectos (positivos o negativos) como los resultados ciegos de las fuerzas naturales. Se trata del manejo consciente, planificado y deliberadamente asumido de una nueva situación en la vida social. En este concurso, muy por encima de los resultados esperados, de la asistencia y de la cooperación programadas, los protagonistas son los seres humanos. Y estos, como ha sido siempre y no dejará de serlo, al perseguir un sueño también asumen riesgos. El peor de los riesgos es el que se enfrenta solo y sin asistencia; pero aún con todo tipo de apoyo, el riesgo económico es un trance veleidoso. Sin duda, se parece más a una competencia en la que el fin es ganar, que a una acción social que se propone rescatar o salvar del infortunio. En la vida económica cotidiana, con TLC o sin él, se gana o se pierde y la responsabilidad por las decisiones parece ser intransferible.

Este riesgo, antes de que existiera el TLC o sindicato alguno, ha sido la norma de la vida económica y los niveles de estrés que provoca hacen que muchos desistan antes de empezar o que enloquezcan y se maten ante la sombra del fracaso. Suele decirse que en el fútbol la derrota es para aprender; pero, en las decisiones de la vida real, la derrota puede ser aniquilante. Ante una mala inversión no hay tribunal de apelaciones que valga y el peso de las decisiones cae sobre el ser humano, quien puede ser un banquero astuto, un campesino iletrado, un neófito impaciente o un viejo prestamista privado. ¿Quién no ha visto erigirse emporios económicos fabulosos y quién no los ha visto caer con la misma celeridad? Pero, naturalmente, el riesgo es un componente de toda la vida social. Todo tipo de decisiones (la compra, la venta, el crédito, el contado, la promesa, el compromiso, la adhesión, el respeto y las expectativas) se da en un contexto dominado por la incertidumbre. Y esto es lo que caracteriza la vida social sobre la vida ideal y paradisíaca.

Ni siquiera la expresión de los pensamientos más íntimos está libre de riesgos. Por plasmarlos en letras, en lienzos, en melodías o en versos, muchos seres humanos figuran en el panteón de la historia y casi todos ellos representan los ideales heroicos de la humanidad. Correr el riesgo es un valor supremo, en tanto que la indiferencia o el temor son concebidos como un acto de la más suprema cobardía. Tanto en el juego de la vida como en las relaciones económicas, el riesgo provoca ganadores y perdedores. Aquí, en lo que respecta al TLC, es que este juego se realice en condiciones justas y que estas estén regidas por el apoyo y la asistencia oportuna y suficiente. Sin ello, las relaciones sociales serían únicamente un medio de depredación, sin más ley que la fuerza bruta.

La minimización del riesgo y la limitación de las probabilidades de caer en el campo de los perdedores es un principio fundamental de las ciencias internacionales. No puedo dejar de referir que esta tendencia hacia el beneficio recíproco se revela, en modo prístino e inequívoco, con la desaparición de la bipolaridad mundial y el advenimiento de la era de la globalización. Todas las medidas de contingencia que orienten las relaciones internacionales y toda “agenda complementaria” en la negociación de acuerdos de integración, revelan un cambio profundo e insoslayable en el desarrollo de la civilización. El ascenso del individuo humano al escenario estelar de la humanidad, su reconocimiento como valor supremo y elemento dinamizador de toda la vida social, muestran claramente el “espíritu” que anima la civilización del siglo XXI, aunque aún tarde en imponerse y constituir el núcleo de las relaciones sociales.

Ahora bien, contrariamente a lo que dice el discurso retardatario, no existen ganadores o perdedores predeterminados ni caminos diseñados para llevar a unos al paraíso y a otros a los infiernos. En la vida social, y menos aún en las cuestiones económicas, existen ganadores o perdedores anticipados. Así como hay equipos aventajados, también hay grupos de alto riesgo. Es claro que aquellos sectores sociales, posicionados y consolidados en una actividad productiva o comercial, tendrán una amplia ventaja en el juego de la competencia económica. Pero esta ventaja casi no se diferencia de la que gozan actualmente, excepto por un hecho trascendental: si bien las empresas posicionadas pueden profundizar al infinito sus negocios, la nueva condición de apertura comercial libera todos los espacios y abre posibilidades infinitas para nuevos e infinitos posicionamientos en el mercado. La apertura comercial, lejos de significar una restricción a la participación social o una profundización de las actividades monopolísticas y la restricción del espacio económico, representa una potenciación de las posibilidades de acceso a la vida económica y al infinito desarrollo de la imaginación y la creatividad de todos los seres humanos. A las ventajas de los sectores ya posicionados, se suman las ventajas de acceso de nuevos e insólitos sectores productivos.

También las desventajas son compartidas por los sectores ya posicionados y los emergentes. Para entender este riesgo, lo principal es comprender que la calidad, la productividad y, en síntesis, la competitividad, son el aspecto central. Por más posicionamiento previo y experiencia productiva que disponga, la eficiencia productiva y el control de calidad serán el núcleo de la supervivencia y pervivencia en la vida económica de toda empresa. Las posibilidades de emplear los desarrollos tecnológicos de punta en su sector, de contar con la mano de obra más calificada y de poseer un entorno consolidado de proveedores de materiales y servicios, resultarán estratégicas. Allí es donde las diferencias entre empresas posicionadas y consolidadas (muchas veces al amparo político y de los privilegios bancarios) y empresas emergentes resultan contrastantes. Unas que cuentan con el prestigio, el capital y las garantías crediticias; otras que sólo cuentan con la habilidad artesanal, la idea precisa o el entusiasmo suficiente, pero carecen de los recursos económicos y los conocimientos empresariales para lograr un producto competitivo. Entonces, toda empresa no posicionada o consolidada, ¿habrá de sucumbir arrollada por las fuerzas ciegas del mercado? ¿Cuáles son y por qué los sectores productivos en más alto riesgo a consecuencia del TLC?


2. Costa Rica: entre la “vocación” y la “nostalgia” agrícolas

Así como se repite en todos los foros y se acepta como verdad innegable que los primeros y máximos ganadores del TLC son los consumidores, asimismo se subraya incansablemente que el sector agrícola es, potencialmente, el mayor de los perdedores. Digo que potencialmente porque no significa que lo sea necesariamente, sino que se trata de uno de los sectores de más alto riesgo. Y la preocupación por el futuro de la agricultura es amplia y sincera; sobre todo, si se parte del criterio de que Costa Rica es un país netamente agrícola. Pero, ¿cuál es el significado de esta aseveración? ¿Que somos un país de “vocación“ agrícola o que el principal componente de la producción nacional proviene del sector agropecuario?

La primera tesis, la de la “vocación agrícola” de nuestro país, más que una conclusión del estudio de la evolución económica de Costa Rica, es una posición romántica que pretende perpetuar el mito de la sociedad rural igualitaria como fuente de la nacionalidad costarricense y al campesino de la sociedad precafetalera, aislado en su minifundio, practicando una economía autosuficiente y compartiendo la pobreza y la ignorancia generalizada del colono enmontañado, como el ideal del ser costarricense. Esta concepción, ya hace tiempo identificada en la historiografía como el resultado de un ideologema nacionalista o como el producto de una interpretación arcaica de nuestra historia, no vendría al caso ahora si no fuera porque su reaparición en el debate sobre el TLC fue impulsado por la Iglesia Católica. En efecto, el ideal del costarricense del siglo XXI como el “labriego sencillo” de la época colonial, fue planteado en el “Comunicado de la Pastoral Social-Caritas con Motivo del Tratado de Libre Comercio”, del 15 de mayo de 2003, y firmado por todas las autoridades eclesiásticas del país. No voy a referirme al “lenguaje sindical” del texto, a las insinuaciones impropias sobre la negociación que allí externaron los obispos ni a su infundada y explícita posición en contra del TLC. Baste decir que el ideal del costarricense de la Iglesia Católica, a la altura del “buen salvaje” de Rousseau es, ya en principio, contrario al ser humano cosmopolita, de alto nivel cultural y de espíritu abierto y librepensador que proyecta la era de la globalización, de la Internet y de la sociedad planetaria de nuestros días.

La segunda tesis es más seria, menos dogmática y definitivamente menos retrógrada, pero igualmente tan equivocada como aquella. De repente, la aparición del TLC en el horizonte histórico de la región provocó una suerte de “nostalgia agrícola” que ha llevado, incluso a académicos y profesionales calificados, ha sobrevalorar idílicamente el papel de la agricultura en el conjunto de la producción nacional. Los propulsores de esta idea no se proponen devolvernos al pasado colonial o decimonónico sino que sufren del espejismo de una sociedad agraria que, si bien pudo ser la realidad de su época, fue feneciendo al ritmo de sus propias vidas. En efecto, para todos aquellos que nacieron en la primera mitad del siglo XX y aún en el período inmediatamente posterior, la sociedad agraria era el entorno inmediato de sus vidas. Las máximas aspiraciones de las clases medias de entonces se concentraba en esta alternativa: o consolidarse en un puesto público o convertirse en finqueros. Pero, esta última, representó el núcleo de la inversión privada y, con las sólitas excepciones de terratenientes y potentados, las expectativas del finquero aquel no alcanzaban siquiera las cortas fronteras nacionales.

Pero la realidad de la agricultura, incluyendo el sector pecuario, la silvicultura y la pesca, es muy otra. Ya hace mucho tiempo que la actividad agropecuaria dejó de ser el elemento determinante de la economía costarricense. Dejemos a los historiadores la tarea de mostrarnos la dinámica de esta transformación y la precisión del punto de giro que subordinó la agricultura a otros sectores productivos más dinámicos y rentables. Lo cierto es que ya para el año 2004, y a pesar de su crecimiento sostenido, el sector agropecuario representó el 8.5% del Producto Interno Bruto costarricense, concentró el 13.4% de la fuerza de trabajo y el 14.3% de la ocupación total del país. Para ese mismo año, según cifras del Ministerio de Agricultura, la industria manufacturera alcanzó un 21.8%, seguida por un 17.3% en el comercio, restaurantes y hoteles y un 13.1% en el rubro de transporte, almacenaje y comunicaciones. Estos dos últimos, como actividades directamente vinculadas al turismo, constituyen el 30.4% del PIB y representan el núcleo de la naturaleza actual de la actividad económica costarricense.

De esa manera, el sector económico de los servicios, a lo largo del quinquenio 2000-2004, logra una participación relativa en el PIB que supera el 65% en el período, en tanto que la agricultura, sumando la silvicultura, la pesca y la minería, alcanza un lejano 9.9%, muy por debajo de la industria manufacturera (21.8%), del comercio, restaurantes y hoteles (17.3%) y del transporte, almacenaje y comunicaciones (13.1%). El siguiente cuadro, según informe del Ministerio de Agricultura y Ganadería, ilustra esta situación con mayor amplitud:

Baste este recuento para mostrar el espejismo de la llamada “vocación agrícola” del país, tanto como la equivocación sobre el peso específico que juega el sector agropecuario en la producción de la riqueza social costarricense. Sin embargo, el campo agrícola, el llamado sector primario de la economía, está lejos de ser prescindible y, por el contrario, su estímulo y desarrollo constituyen la punta de lanza en la penetración del mercado más importante del mundo y en la inserción de la economía costarricense en el mercado mundial.


3. Costa Rica como importador neto de granos

Como ya lo señalé en un artículo anterior, la producción agrícola costarricense se ha convertido en uno de los rubros más competitivos dentro del exigente mercado norteamericano y, en varios de sus productos, constituye el primer proveedor, prevaleciendo en una ardua competencia sobre países y productos de los cinco continentes. Este es el caso de la yuca, la piña, la pulpa de banano y el chayote. Otros productos tales como el café, el jugo de naranja, el melón, el banano, flores y capullos, minivegetales, alcohol etílico, raíces y tubérculos, plantas vivas y azúcar, poseen gran aceptación y gozan de una demanda creciente.

En el sector agrícola, Costa Rica posee una balanza comercial favorable con Estados Unidos. Esto significa que nuestro país exporta más de lo que importa en una relación cercana al tres por uno. Por más de diez años, Costa Rica ha exportado a Estados Unidos productos agrícolas por un monto de US$ 750 millones anuales, mientras que ha importado un valor promedio de US$ 240 millones. De esta manera, por cada tres dólares que vende a Estados Unidos, Costa Rica sólo gasta un dólar en importaciones agrícolas desde ese país. La conquista del mercado estadounidense ha sido un proceso largo y se ha dado al cobijo de la Iniciativa para la Cuenca del Caribe (ICC); mediante el TLC se amplía el acceso para los productos costarricense hasta en un 98.7%. Pero lo que es realmente importante es que el TLC transforma el carácter de privilegio unilateral y temporal del acceso al mercado estadounidense en un derecho pactado e irreversible y protegido por las leyes y la institucionalidad internacionales.

Al parecer, los beneficios del acceso de la producción agrícola costarricense a uno de los mercados más grandes y ricos del mundo no despiertan sospechas ni es motivo de rechazo por parte de los detractores del TLC. Efectivamente, de los US$ 1.414 millones que representó el 8.5% de la participación agrícola en el Producto Interno Bruto en 2004, más de la mitad fue el resultado de la exportación hacia los Estados Unidos, con un valor cercano a los US$ 850 millones. Estas cifras evidencian que la eventual pérdida del mercado norteamericano representaría el verdadero golpe de muerte para la agricultura costarricense. Ahora bien, ¿cuál sería el impacto del intercambio bilateral en el sector agrícola con Estados Unidos? ¿Cómo afecta la política de subsidios norteamericana esta relación y cuál es la estrategia contemplada en el TLC para enfrentarla?

Para responder apropiadamente a estas preguntas conviene, en primer lugar, conocer la estructura de la importación agrícola costarricense. A pesar de lo que podría desear la “nostalgia agrícola”, Costa Rica es un país netamente importador de granos y alimentos básicos. Entre ellos se encuentran los componentes básicos de la dieta costarricense tales como arroz, frijoles y maíz (blanco y amarillo). No quiere esto decir que nuestro país no produzca estos distintos rubros, sino que su producción es ampliamente deficitaria y que se ve obligado a importar para solventar el desabasto y enfrentar la demanda interna. Sin embargo, la importación de estos productos constituyó más de la tercera parte del valor total de la importaciones agrícolas del país y, según el Ministerio de Agricultura y Ganadería, contribuyó en un 41.6% al crecimiento general de las importaciones del país. En el caso de los granos, además del arroz, frijoles y maíz, Costa Rica importa en importantes cantidades el frijol de soya (10.5%) y trigo (3.2%), pero las importaciones agropecuarias se extienden a los rubros de los alimentos (alimentos preparados, panadería, cereales, alimentos infantiles, confitería y chocolates, alcohol y jugos de frutas, que representan un 12.6% de las exportaciones agrícolas), los productos lácteos (leche y nata concentrados, quesos y requesones, lactosueros, sueros, yogurt, mantequilla y demás grasas de la leche, que han venido presentando una tasa media de cambio negativa), las carnes (pescado, mariscos y carnes bovina, porcina y avícola, que representan un 12.2%) y, finalmente, las frutas (manzanas, uvas y aguacates, que representan el 10.7%).

Como puede verse por la diversidad y porcentaje de nuestras importaciones agropecuarias, nuestra dependencia alimentaria es casi total respecto de la dieta básica costarricense y, por diversos factores económicos, ha venido profundizándose a lo largo de casi treinta años. Todos estos rubros de la producción agropecuaria constituyen los llamados “sectores sensibles” debido a que la debilidad e ineficiencia de la producción pone en peligro su pervivencia ante el proceso de apertura comercial. Naturalmente, los sectores sensibles más amenazados resultan aquellos conformados por microempresas de carácter familiar y las pequeñas y medianas empresas (PYME’s) que todavía no han alcanzado los niveles de productividad que demanda la competencia internacional. No obstante, se trata de sectores amenazados aun sin la existencia del TLC y, como veremos más adelante, los negociadores idearon diversos instrumentos de defensa y cooperación para permitir su desarrollo y consolidación o, en su defecto, facilitar la migración a nuevos y más eficientes nichos productivos.

Sin embargo, desde el punto de vista del consumidor inmediato, tanto la modernización y el progreso de esas empresas agropecuarias como su desplazamiento y la apertura a la importación, resultan ampliamente positivas. En uno u otro caso, significa el acceso a productos de la más alta calidad a precios competitivos y el abandono de la política de consumir lo nacional aunque sea de la más baja calidad, lo cual constituye una forma de subsidio que recae sobre las espaldas de los propios consumidores. Tal es el caso de la papa costarricense que, de acuerdo con estudios recientes, no alcanza siquiera el mínimo de los estándares internacionales y condena al consumidor nacional a contentarse con uno de los productos más malos del mercado internacional. Tanto si lo productores nacionales alcanzaran los criterios de calidad que demanda el actual mercado mundial, como si fueren desplazados por la acción de la competencia, el consumidor, el ser humano de carne y hueso resultaría ampliamente favorecido ante el drástico incremento cualitativo de la oferta de este producto.


4. El impacto de los subsidios estadounidenses en la agricultura costarricense

Más allá del peculiar tipo de subsidio que representa el “caro y malo”, en el campo internacional se distinguen dos clases de subsidios estatales a la producción agrícola: los subsidios a la producción (que diversos países conceden para elevar la calidad del consumo interno o como una ayuda interna a los productores locales y que no provocan distorsión alguna en el mercado internacional) y los subsidios a la exportación, que sólo se otorgan a los productos destinados al consumo fuera de las fronteras nacionales y cuyo propósito es estimular la captación de divisas extranjeras. En su conjunto, la política de subsidios a la agricultura constituye una amenaza en el contexto del comercio internacional dado que tiende a perpetuar las asimetrías económicas entre los países y no solo ha sido condenada como el principal obstáculo al libre comercio, sino que también su eliminación es, en la actualidad, el tema de enconadas negociaciones multilaterales en el seno de la Organización Mundial del Comercio (OMC).

Como también sabemos, Estados Unidos figura a la cabeza mundial en el otorgamiento de subsidios al sector agrícola de su país. Desde hace muchos años, los países más pequeños vienen sosteniendo una lucha sin cuartel en los organismos multilaterales para que, tanto Estados Unidos como la Unión Europea, disminuyan y finalmente eliminen sus respectivas políticas de subsidio a la agricultura. Es claro el convencimiento, tanto en el seno del Banco Mundial como en la Organización Mundial del Comercio, de que esta política genera graves distorsiones en el comercio internacional e impide a los países pequeños su acceso a los mercados en condiciones de igualdad. No obstante, en 2002 el Presidente Bush aprobó la “Farm Bill” (o Ley de Seguridad Agrícola) que otorga US$ 190 mil millones en los próximos diez años en calidad de subsidios a sus agricultores. Mientras tanto, en ese mismo año la Unión Europea introdujo modificaciones a la Política Agraria Común (PAC) que contemplaba subsidios por más de US$ 50 mil millones y, desde entonces, en medio de gran controversia que ha afectado incluso la adopción de una constitución política común, viene aplicando un complejo sistema de controles que condicionan la ayuda interna a la agricultura al cumplimiento de ciertas condiciones medioambientales. Lo cierto, a pesar de estos matices y de que la mayoría de los subsidios van dirigidos a la producción, es que las grandes economías mantienen una política deliberada de distorsión del comercio internacional.

En el caso de los Estados Unidos, el cual nos interesa en forma inmediata, las enormes cifras destinadas al subsidio agrícola seguirán siendo combatidas en los foros multinacionales y, de acuerdo con las proyecciones de analistas internacionales, la presión del comercio internacional obligará, eventualmente, a las grandes economías a abandonar este tipo de políticas. No obstante, en la situación actual, ¿cuál es el efecto de la “Farm Bill” y de toda la política de subsidios norteamericana en la apertura comercial costarricense mediante el TLC? En primer lugar, en el contexto de las negociaciones para el TLC los países signatarios, incluido Estados Unidos, acordaron la eliminación inmediata de todos los subsidios a la exportación. En segundo lugar, los productos agrícolas estadounidenses que se benefician de los subsidios gubernamentales son los siguientes: algodón, arroz, avena, azúcar, cebada, maíz amarillo, maní, sorgo, soya y trigo.

Ahora bien, Costa Rica no es productor de la mayoría de estos rubros. Tal es el caso del algodón, la cebada, el maíz amarillo, el sorgo, la soya y el trigo. Debido a la estructura de nuestras importaciones, los subsidios que Estados Unidos otorga a estos productos resultan ser positivos ya que nos permitirían la importación de estos rubros a mucho menores precios que en el mercado internacional. Ello no solo redundaría en el beneficio directo del consumidor costarricense, sino también en el de los productores agrícolas o alimenticios nacionales que emplean estos productos como materias primas. De tal manera que, en estos productos, el impacto del TLC y de los subsidios norteamericanos en la realidad costarricense resultaría ampliamente positivo. En el caso de la avena y del maní, debido a que nuestro país ni es productor ni consumidor destacado de estos productos, el impacto resulta o neutro o positivo.

Sólo restan dos productos que resultarían negativamente afectados por los subsidios norteamericanos. Se trata del arroz y del azúcar. Es precisamente en estos dos productos en los que se centran los efectos negativos de la apertura agrícola con el gran gigante del norte y en donde nuestro país podría sufrir sus más graves pérdidas. Si simplemente nos abriéramos al comercio, sin la intermediación de un instrumento que regule estas relaciones, el impacto en la producción nacional de estos rubros resultaría devastador. El ingreso al mercado nacional de las cantidades necesarias para satisfacer la demanda de estos productos, a los precios más bajos que permiten los subsidios otorgados a la producción en Estados Unidos, llevaría a la ruina instantánea a los productores nacionales. Debido al beneficio que representaría para el consumidor nacional, en cuanto a precio y calidad, ninguna campaña patriótica haría que el costarricense opte por el “malo y caro” que ha soportado por años en su consumo interno: las empresas arroceras y azucareras irían a la quiebra y desaparecerían rápidamente del medio costarricense. No quiero, ahora, referirme al verdadero beneficio social que estas empresas comportan al campesinado costarricense, cuántos pequeños productores forma este sector ni cuál es su impacto en la ocupación de la fuerza laboral del país. Lo cierto es que, siendo estos dos rubros los más amenazados en nuestro sector agrícola, ninguno de ellos ha sido dejado a su ventura ni en la fementida situación de “burro amarrado contra tigre suelto”.

Muy por el contrario, la producción nacional de arroz y azúcar ha sido uno de los aspectos en los que el equipo negociador costarricense del TLC hizo gala de su profesionalismo y patriotismo.


5. El caso del arroz en el TLC

El arroz es uno de los casos más sensibles y, con el fin simplificar la exposición, podemos tomarlo como ejemplo. En el TLC se contemplan dos tipos: el arroz en granza y el arroz pilado. En el caso del arroz en granza es necesario empezar diciendo que Costa Rica ha venido sufriendo un desabasto crónico de este grano. En los últimos tres años, el faltante alcanzó más de 140.000 toneladas métricas lo que ha obligado a su importación para cubrir el mercado nacional. De acuerdo con el texto del TLC, Costa Rica y Estados Unidos acordaron otorgar al comercio del arroz en granza un período de gracia de diez años. Esto significa que, desde ahora y hasta el 2017, Costa Rica no otorgará a Estados Unidos ninguna desgravación arancelaria para este producto. No obstante y sin perder de vista el desabasto real, Costa Rica otorgó a Estados Unidos el acceso libre de aranceles al mercado costarricense para un volumen de 50.000 toneladas métricas, el cual se irá incrementando en 1.000 TM para alcanzar al final del período de gracia un volumen de 60.000 TM. A partir del año 2018, la desgravación del arroz en granza será de un 40% hasta el año 2023 en montos anuales iguales y, a partir de ese momento, se desgravará el restante 60% hasta alcanzar el 100% a los veinte años de suscrito el TLC. En el caso del arroz pilado, se acordó un acceso libre de aranceles para un volumen de 5.000 TM y un crecimiento anual de 250 TM.

Si se produjera un incremento en el volumen de importación nacional de arroz, superior a las cantidades acordadas, se estableció la Salvaguardia Especial Agrícola (SEA). Este mecanismo de defensa constituye un arancel adicional que se aplicaría al arroz norteamericano si las importaciones del grano, durante el período de la desgravación, superaran el volumen pactado. Con ello, incluso las necesidades del mercado nacional provocadas por el desabasto del grano, durante el período de la eliminación de aranceles, vendría ser solventada, más menos, en las mismas condiciones que actualmente regula la importación arrocera desde Estados Unidos.

Ahora bien, al cabo de estos veinte años, tanto Costa Rica como Estados Unidos asumen compromisos estratégicos respecto del arroz. Por una parte, Estados Unidos se compromete a abandonar los subsidios a ese grano si aspira a gozar de una desgravación total en el mercado costarricense. Si ello no llegara a ocurrir, se mantendrían vigentes los aranceles previos al proceso de apertura y la situación comercial del arroz se mantendría en las condiciones actuales. Por otra parte, Costa Rica se compromete a emprender el proceso de desgravación del arroz procedente de Estados Unidos y de acuerdo con la evolución de los subsidios de la contraparte; pero, además, Costa Rica se ve obligada a poner en marcha toda una serie de medidas paralelas con el propósito de elevar la productividad y la calidad de su producción arrocera y a dejarla en capacidad de competir en un mercado internacional libre de subsidios. Para ello, contaría con los medios de financiamiento y cooperación internacionales (solo el Banco Mundial anunció pocos días atrás la cifra de US$ 9 mil millones para apoyar el proceso) y todos los mecanismos contemplados en la “agenda complemenaria”.

Como puede verse, tanto la protección a la producción nacional del arroz como la cooperación para su desarrollo o, en caso contrario, para su reconversión hacia otro sector productivo, se encuentran ampliamente contemplados en el TLC. Si en este período de veinte años, Estados Unidos elimina los subsidios al arroz y la producción arrocera no alcanza los parámetros requeridos, inexorablemente pasará al bando de los perdedores. No obstante, si en este largo período los productores se ven imposibilitados de alcanzar las metas establecidas, aún pueden echar mano a los mecanismos de “reconversión” que les permiten migrar a otros nichos, más novedosos y más productivos. De esta manera, podemos decir que los perdedores netos del medio arrocero serán aquellos que no logren adecuarse a los requerimientos internacionales y que sean incapaces de desplazarse a otros campos de la actividad productiva.

Como quiera que se vea, perder en el campo de la producción agrícola en el contexto del TLC parece ser una tarea más difícil y compleja que como la presentan sus detractores.


26 de julio de 2007

13 de julio de 2007

La Democracia Internacional

Juan Diego López, M.Sc.

Luego de mi última reflexión sobre el TLC, he recibido mensajes por las más diversas vías quiénes me instan a ampliar un aspecto de las relaciones internacionales que es de suma importancia y que dejé de lado. Se trata de lo que llamaría “la naturaleza democratizante” de las relaciones internacionales en la era de la globalización.

En mis intervenciones anteriores he señalado una cuestión que, para los fines de esta reflexión, es fundamental: la concepción de la globalización en términos de la superación de la vida política como el medio “natural” de las relaciones sociales. Sólo para efectos del presente razonamiento, me permito repetir que la liberación de la sociedad de la prevalencia de las relaciones políticas por encima de todas las demás, es un hecho trascendental en la historia humana. No sólo significa la ampliación del ser social en sus aspectos culturales, espirituales y propiamente humanos, sino también que es el triunfo del individuo humano, de sus motivaciones, anhelos y valores, sobre la masificación y la indiferenciación personal que le asignaran las sociedades anteriores.

Si la política es imposición (no importa si por la fuerza de las instituciones sociales o por la voluntad de la mayoría), su componente estructural es la violencia. De allí su comparación con la guerra y su definición como la continuación de la política por otros medios. Mientras prima la política sobre todas las relaciones sociales, los vínculos entre los seres humanos están regidos por la ley del más fuerte y por la capacidad de aplicar la violencia para conseguir los fines deseados. Como ya lo he dicho, esta “mentalidad” es la base de toda la historia de la humanidad y fue considerada como la única y auténtica “naturaleza humana” por filósofos y sabios de todas las épocas.

No hace más de veinte años, ante el surgimiento y desarrollo de la novedosa institucionalidad internacional, destacados juristas y pensadores sonreían ante el concepto de “derecho internacional”. Se creía, no sin razón, que esta variante jurídica carecía del elemento esencial que define y da la fuerza real al derecho: la capacidad de coerción. ¿Cuántas veces se condenó al régimen del apartheid de Sudáfrica y cuántas veces burló las sanciones internacionales impuestas? ¿Cuántas veces el derecho al veto de las grandes potencias moldeó y definió de acuerdo con sus intereses la acción de las Naciones Unidas? ¿Cuántas veces los países más débiles se agruparon en distintos tipos de organizaciones (los “no alineados”, la OPEP, la OPEB) para hacer escuchar su voz infructuosamente? En definitiva, en el clima de la guerra fría, de la polarización política mundial en dos bandos irreconciliables, inspirados en la doctrina de la disuasión militar y encerrados en sendos bloques ideológicos monolíticos, las posibilidades del derecho internacional eran muy limitadas y, no pocas veces, caricaturescas.

No obstante, la derrota del sistema socialista mundial y el fin de la bipolaridad internacional provocó un drástico giro en este panorama. Al fenecer la adscripción forzada, restringida y siempre condicionada a un bando político ideológico, los innumerables matices de la vida social desbordaron los cánones y patrones hasta entonces conocidos. La nueva sociedad, post socialista y post capitalista se abrió paso en forma vertiginosa. No creo exagerado emplear el término “eclosión” para caracterizar lo que sucedió en el panorama general de la civilización a partir de 1990. En medio de la maraña de acontecimientos, del cambio de la geografía política mundial, de la desaparición de la Unión Soviética, de la constitución de la Unión Europea, del fortalecimiento de la OMC, del abandono del aislacionismo estadounidense con la firma del NAFTA, se dio un hecho de espectacular importancia: en octubre de 1998, el ex dictador chileno Augusto Pinochet fue arrestado por la Scotland Yard, mientras convalecía en una clínica londinense, por orden de un juez español y acusado de asesinato, tortura y genocidio. La relevancia de este acontecimiento fue resumida por el Ministro del Interior británico de esta forma: “... los que cometen abusos contra los derechos humanos en un país no pueden asumir que estarán a salvo en cualquier otro”.

No es casualidad que la fuerza coercitiva de la legislación internacional se mostrara en el campo del derecho penal. De acuerdo con la teoría jurídica, el derecho penal constituye el núcleo de la estructura legal de la sociedad y muestra la naturaleza de su vigencia real. Por así decirlo, revela la fuerza esencial que las normas jurídicas adquieren en un momento histórico determinado. Desde mi punto de vista, este hecho constituye el punto de giro en la transformación del derecho constitucional en derecho internacional y la adquisición del rango de un valor universal. A partir de ese momento, la legalidad internacional alcanza un fuero ineludible y abre un novísimo y profético panorama en las relaciones sociales del siglo XXI. Como una síntesis del desarrollo de las relaciones sociales en su conjunto, el derecho ya no sólo tiene una fuente nacional, validado por las normas jurídicas domésticas en las que se inscribe y en las instituciones que le otorgan su fuerza y legitimidad. Por así decirlo, el derecho penal se descentraliza y se convierte en un valor universal.

Ahora bien, la descentralización del derecho, su internacionalización y universalización genera e institucionaliza un “estado de derecho” en el cual la norma jurídica es igualmente válida para todos los sujetos que cubre. La legalidad iguala y es la base institucional de la democracia. Ningún individuo, como sujeto de la ley, se encuentra por encima de ella y su acatamiento, más allá de toda diferencia particular, es la regla general. Naturalmente, este “espíritu de la ley” es un hecho histórico y su observancia impersonal (más allá, de la riqueza, del prestigio o el poder de los individuos) se da en proporción directa al desarrollo y madurez de la sociedad en la que rige. La corrupción, el favoritismo o el prejuicio son vicios reconocidos y sancionados en todo sistema jurídico y su erradicación forma parte de los valores y aspiraciones de la humanidad.

No obstante, el salto histórico que protagoniza la humanidad hacia el siglo XXI con el desarrollo y universalización de la institucionalidad jurídica es inequívoco: la democratización internacional. Los sujetos de esta nueva modalidad del derecho público, los estados, sin importar sus dimensiones geográficas, su poderío económico o militar, son miembros de la comunidad internacional en igualdad de condiciones. Por igual, son sujetos de derechos y obligaciones y la eficiencia real de la norma jurídica, su coercitividad y punibilidad trasciende el plano moral y alcanza medidas materiales de gran trascendencia. Si bien no existe un legislador universal, el tejido jurídico internacional se forma y consolida por la acción recíproca de las partes involucradas. Los Estados, como sujetos activos del derecho internacional, acuerdan los términos de sus relaciones y establecen las normas concretas que regirán sus vínculos. Para ello, crean, actualizan y desarrollan una amplia variedad de instrumentos jurídicos en los que, más allá de su denominación, establecen las reglas que guiarán y normarán sus relaciones recíprocas.

Lo bueno, hasta aquí, es que el TLC se inscribe en la dinámica de la sociedad actual y se propone llevar las relaciones internacionales de los firmantes al nivel más civilizado de la convivencia humana.

8 de julio de 2007

Haga click en el afiche para verlo en tamaño normal



Uno de cada cuatro jugos de naranja que desayunan los estadounidenses, la tercera parte de los chips de todas las computadoras, todas las bolas de beisbol de las grandes ligas y la mitad de las flores que adornan sus casas son costarricenses.
Sigamos conquistándolos.
TLC












5 de julio de 2007

El "no", el "sí" y el "si no"del TLC

(Respuesta a Andrés Rodríguez)

Juan Diego López, M.Sc.

1. ¿Es posible discutir fructíferamente?


Voy a empezar por la última pregunta de tu comentario y que tengo la impresión de que representa el núcleo del planteamiento: "Será posible discutir de manera desapasionada y muy analítica sobre el hipotético ¿si nó?..."

Como ya sabemos por los aportes de Popper, Kuhn y Feyerabend, ni siquiera el método de las ciencias "duras" está exento del fuero de la pasión y la subjetividad. Al contrario. Es ese componente específicamente humano el que permite el acceso de la imaginación y el empleo de la creatividad en el aparente mundo de fórmulas impertérritas del discurso científico. La cuestión no está en erradicar la pasión o el entusiasmo de la discusión. Eso sólo generaría una equívoca impresión de neutralidad y respeto a las ideas ajenas que, antes que reparar en el fondo de la discusión, absolutiza su mera forma mediante el famoso "mesothés" o término medio aristotélico. Ejemplo: Bush puede decir solo idioteces en su debate presidencial, pero si dice sus dislates en modo adecuado, desapasionada e inhumanamente, gana el apoyo popular.

La discusión (polemós, en griego) es un contraste de ideas en el que lo fundamental se expresa en sus contenidos. La discusión sobre el TLC no puede ser desapasionada, a riesgo de que pierda su carácter humano. Lo que sí debe ser, lo que la diferencia de un arrebato emocional o del libre fluir de inconsciente, es que las ideas sean fundadas en el conocimiento aceptado y que guarden las más elementales reglas de la coherencia lógica. A esos dos criterios, surgidos de la tradición racionalista helénica y convertidos en los principios del arte de la polémica por Sócrates, el amigo secreto e imaginario de Platón, el mundo moderno exigió que la discusión observara una trayectoria ascendente y una dinámica evolutiva, de modo que las conclusiones parciales formaran la base y el bagaje de un desarrollo acumulativo. Sin estas reglas, más allá de si el tono es apasionado o flemático, la discusión se transforma en un mero ejercicio retórico que, como Sísifo, es obligado a comenzar cada vez desde el principio.

La discusión, la polémica, la contrastación de ideas, es pues un asunto serio, regido por ciertas reglas insoslayables y animada por la deliberada intención de ampliar el conocimiento, aún al riesgo de reconocer y aceptar el error en nuestros planteamientos. Por ello, sí, sí es posible discutir productivamente y hacer de la discusión un instrumento educativo y formativo, a condición de que los interlocutores opten honestamente por aceptar la fuerza de las razones..


2. Las bases políticas e ideológicas del “no”

Ahora bien, en general, concuerdo con tu tesis sobre la conformación social del no y aprovechando tu tipología me parece interesante explorar las motivaciones de unos y otros. Creo que, efectivamente, la “vieja guardia comunista” es el elemento esencial de este grupo y que, aunque no resulta el más numeroso, sí aporta la base ideológica general para el no. Pero, al contrario de lo que afirmás, me parece que sus motivaciones van más allá de una simple y pura actitud reactiva y negativa. El comunismo no ha logrado asimilar críticamente la desaparición del campo socialista mundial ni el fracaso de la teoría política leninista. No solo cifran sus esperanzas en la “recuperación” de la conciencia y el poder proletarios y celebran y apoyan la formación de un bloque de izquierda latinoamericano, encabezado por Hugo Chávez, sino que albergan un profundo resentimiento hacia los Estados Unidos. Para ellos, la derrota del socialismo deja al imperialismo norteamericano el campo libre para imponer un sistema internacional basado en la más pura depredación y entienden su oposición y resistencia como un acto de patriotismo y de defensa de toda la humanidad. Manteniendo la vieja tesis soviética del capitalismo como enemigo fundamental y de los Estados Unidos como enemigo principal, la resistencia antiimperialista ha pasado a ser la única motivación política y la consigna izquierdista por excelencia.

Desde esta perspectiva, no extraña que los sindicatos se conviertan en la vanguardia activa y militante contra el TLC. El sindicalismo nació como un instrumento de organización y control político del movimiento obrero y en la doctrina leninista se le definió como “faja de transmisión” entre las fuerzas laborales y la estrategia revolucionaria del Partido. El sindicato fue concebido como un frente de masas netamente partidario, como una prolongación de sus objetivos de lucha política e ideológica, pero convenientemente separado de su estructura organizativa y mantenido y financiado por los propios afiliados. Con la caída del sistema socialista mundial y la virtual desaparición de los otrora poderosos partidos comunistas en todo el mundo, su vanguardia sindical, autónoma financiera y orgánicamente, rescató a sus mentores comunistas de la total obsolescencia y puso a su disposición los enormes recursos financieros y organizativos que salvaron su desahuciada vigencia histórica. Por vía de la paradoja dialéctica de la historia, los sindicatos se convirtieron en el núcleo de los partidos de izquierda y estos pasaron a ser las formas de organización política de aquellos.

Este mismo patrón de la relación entre el Partido Comunista y los sindicatos, se repite y prolonga a las organizaciones campesinas, a las asociaciones de pequeños productores y comerciantes, al movimiento estudiantil y a los gremios de profesionales y académicos Todos ellos constituían frentes de masas del Partido y poseían representación en el Bureau Político y secretarias especiales en la estructura partidaria que atendían y planificaban su acción política e ideológica. Sin este arraigo estratégico en el corazón de los principales movimientos sociales, los ideales revolucionarios del comunismo sólo serían hoy un viejo y arcaico recuerdo del pasado, junto al anarquismo, al nihilismo, al socialismo utópico, a la orden de los Templarios o a los caballeros de la mesa redonda. Aunque disminuidos y supeditados a sus propios frentes de masas, los partidos comunistas o socialistas constituyen el referente político e ideológico de lo genéricamente llamamos “la izquierda”.

No obstante, la mentalidad de “izquierda” no es una propiedad privativa ni patrimonio exclusivo de los partidos “revolucionarios”. Junto a estas organizaciones obsolescentes, surgen los llamados partidos “emergentes” que buscan espacio político y oportunidad electoral en este nuevo escenario histórico. En Costa Rica hay infinidad de ellos, pero el que ha alcanzado verdadero impacto nacional, después de una carrera meteórica aunque llena de altibajos, de problemas organizacionales y carente de verdadero arraigo popular, es el Partido Acción Ciudadana (PAC). No nace como expresión de un movimiento popular o como respuesta a los problemas vitales de la vida social del país. En realidad, el PAC nace de una revancha personal de Ottón Solís y como una reacción vital de la añeja clase política desplazada del Partido Liberación Nacional (PLN). Con el PAC, se resuelve la vieja contradicción que desgarraba al PLN entre los sectores apegados a sus orígenes “socialdemócratas” y que abogan por el resurgimiento del Estado benefactor, y los sectores llamados “neoliberales” inspirados en la ideología de la apertura comercial, la inserción en el mercado internacional y la reducción del Estado a su función de instrumento de concertación, administración y orientación de la vida política de la sociedad. Al mismo tiempo que la resolución de esta contradicción en el seno del PLN, el surgimiento del PAC representa el deslinde definitivo de la sociedad costarricense entre estas dos tendencias ideológicas y la constitución de un nuevo bipartidismo, si bien todavía atrapado en los moldes heredados del pasado.


3. El “no” vergonzante o la tesis de la mala negociación

Como partido emergente, el PAC no sólo requería una definición ideológica sino un perfil político propio que le sirviera como mercancía distintiva en el mercado electoral costarricense. No recuerdo en este momento la posición de Solís o de Óscar Arias durante las negociación del TLC (no olvidemos que se realizaron durante el gobierno de Abel Pacheco, en el que ninguno de los dos tuvo injerencia directa), pero lo cierto es que el apoyo de Arias provocó la inmediata oposición de Solís y la acuñación de la tesis de la “mala negociación”. El mayoritario apoyo de la población costarricense al TLC impidió al PAC asumir una clara y vertical oposición ideológica y el subterfugio, nunca probado taxativamente, de la “mala negociación” le rendía al PAC dos beneficios inmediatos: se distinguía del PLN, reconociendo la importancia del TLC pero rechazando ese TLC en particular, y se distinguía de la izquierda tradicional y del galopante desprestigio del movimiento sindical mediante la demagógica propuesta electoral de una renegociación del TLC con Estados Unidos. Así, el PAC adquirió su propia personalidad político electoral y, quizá sin proponérselo conscientemente, polarizó las elecciones de 2006 entre el sí y el “no pero talvez” al TLC. El apretado triunfo de Arias, en las elecciones más reñidas en la historia costarricense, fue el triunfo del sí al TLC. Sin embargo, el logro del bloque mayoritario de oposición del PAC en la Asamblea Legislativa, se convirtió en el instrumento principal del boicot y de la puesta en marcha de todo tipo de medidas, incluso reñidas con la mera decencia ciudadana, contra el TLC.

Por estas razones, no concuerdo con la afirmación de que haya propiamente un sector social opuesto al TLC por considerarlo resultado de una mala negociación. En realidad, se trata de una consigna electoral fabricada como estereotipo comercial y del que sus propios militantes son incapaces de dar cuenta. Finalmente, tengo la impresión de que el discurso de oposición al TLC, debido a la depuración de los argumentos y a la demostración del carácter falaz de la mayoría de ellos, tiende a concentrarse en la tesis de la mala negociación. No faltarán, en la campaña que se avecina, las intenciones manipuladoras ni la circulación de falsedades. Sin embargo, la mala experiencia vivida hasta ahora por los falsificadores, el fallo de la Sala Constitucional sobre la legalidad del TLC, el rechazo social de los argumentos, maniobras y subterfugios de la oposición y el incremento estadístico de los partidarios del TLC, obliga a los detractores a presentar sus argumentos en forma clara y transparente.

Ahora bien, muy a pesar de la extensa popularidad del “término medio” o de la salida honrosa ante una alternativa, mucho me temo que el dilema que presenta el TLC cae en la figura del silogismo denominado “tercero excluido”. El que se plantee y defienda la presencia de Estados Unidos en el TLC no obedece a meras simpatías pro yanquis, a un espíritu entreguista, a la ingenuidad o a la complicidad con un tenebroso plan neoliberal. La presencia de Estados Unidos es el factor determinante de la enorme importancia que reviste el TLC, y esto por una razón económica trascendental y por el ejercicio del más elemental realismo político: Estados Unidos es ya el principal mercado de la producción costarricense en una proporción que supera el 50% del total de sus exportaciones a todo el resto del mundo. Sí solo por un momento, una semana, meses o por siempre, perdiéramos el mercado norteamericano no hay la menor duda que sufriríamos el más completo descalabro y la crisis económica y social derivada nos sumiría en la condición del país más pobre y atrasado del hemisferio occidental.


4. La Iniciativa de la Cuenca del Caribe (ICC) y el TLC

La exitosa penetración costarricense en el mercado estadounidense es el resultado de las complejas relaciones políticas y comerciales entre ambos países. Estados Unidos se ha caracterizado por una política exterior de naturaleza aislacionista y por un sistema comercial profundamente proteccionista. Muchos teóricos consideran que esta defensa de su interés nacional, de protección de su industria y agricultura de la competencia externa y de estímulo y subvención como estrategia de crecimiento y desarrollo económico, le permitió alcanzar el rango de superpotencia en un plazo relativamente corto. Por décadas, la posibilidad de colocar productos en el mercado norteamericano constituía una empresa onerosa, en virtud de los impuestos y trabas aduanales, y asfixiante debido al boicot de las Unions y a las dificultades que separan a los productos desde allí hasta su colocación y realización en el mercado. Esta situación, se repetía en todos los países avanzados de Europa y Japón.

Fueron los países europeos, como parte del proceso de su proceso de integración, los que pusieron en marcha medidas comerciales tendientes a superar la cooperación internacional en los términos de la asistencia caritativa y los sistemas de beneficencia internacional. La puesta en marcha de la cláusula de “país más favorecido” (que contemplaba diversas facilidades a la importación y la reducción o la exención de impuestos a los productos provenientes de las regiones favorecidas) por parte de las naciones ricas, formó parte de una lucha de los países “pobres” por lograr el acceso a los mercados más desarrollados. Los distintos países europeos empezaron su aplicación selectiva en la década de los años sesenta en favor de sus antiguas colonias en todo el mundo; Estados Unidos inició su aplicación una década después y, al calor de la guerra fría, cuando Centroamérica se convirtió en el punto más caliente del planeta, la administración Reagan lanzó la Iniciativa de la Cuenca del Caribe (ICC), una política unilateral y renovable periódicamente de Estados Unidos para permitir el ingreso de los productos de la región a su mercado nacional.

Al amparo de la ICC, Costa Rica ha logrado posesionarse en el mercado estadounidense con distintos productos y ha creado una relación comercial estable y continua. Por medio de la ICC, el café costarricense se ha convertido en el café gourmet más importante y competitivo en ese medio y extenderse a todo el mercado mundial. Hace apenas unos días, el café de Cosa Rica alcanzó los predios más altos del mercado en oda su historia y todo indica que su valor seguirá creciendo conforme amplíe su producción y desarrolle nuevas calidades dirigidas a demandas específicas de los consumidores. Además, Costa Rica es el proveedor número uno de yuca, piña, pulpa de banano y chayote para el mercado estadounidense Otros productos gozan de gran aceptación y prestigio en el mercado estadounidense, como instrumentos y aparatos médicos y veterinarios, banano, jugo de naranja, melones, flores y capullos, neumáticos, alcohol etílico, artículos de cuero, joyería en metales preciosos, refrigeradores, salsas de cocina y mesa, botellas y frascos de vidrio. A esto habría que sumar la producción de circuitos integrados digitales, que constituye el primer rubro de exportación e, incluso, la producción de software, al que pronto, al parecer, se unirá la producción de tecnología de punta para la industria aeroespacial. El mercado norteamericano para los productos nacionales se encuentra en pleno proceso de consolidación y ampliación.

No obstante, al depender de una iniciativa unilateral que el gobierno estadounidense otorga por voluntad propia, su permanencia y diversificación dependen también de su voluntad soberana. Incluso, ya ha anunciado la superación de este sistema de cooperación internacional y el avance hacia una nueva política de asociación comercial por medio de tratados de libre comercio. Ello no solo obedece a una ocurrencia norteamericana. También la Unión Europea, el segundo socio comercial costarricense, ha puesto en marcha políticas semejantes de asociación comercial como sustitutos de todo tipo de las antiguas medidas de cooperación internacional. Los criterios asistencialistas, de corte benéfico y las medidas unilaterales ya empiezan a dar paso a tratados comerciales que buscan la integración del comercio mundial y la profundización de la globalización en todos los rincones del planeta. No hay duda que, conforme entren en vigor y se generalicen los tratados comerciales, todas las antiguas formas de cooperación (la ICC y todas las medidas unilaterales de favorecimiento) perderán vigencia y desparecerán del escenario internacional.

Por esta razón, si Costa Rica se sustrajera al TLC, simplemente perderá los privilegios de acceso al mercado estadounidense y centroamericano y se aislará fatalmente de su contexto regional y, a la postre, de su entorno mundial. Sin embargo, aún podría creerse que quedan otros mercados y socios comerciales de importancia con los cuales tratar. Y es cierto. Pero la situación de Costa Rica no mejoraría ante esa perspectiva. La Unión Europea maneja políticas integrativas como base de cualquier tratado comercial. Esto significa que no negocia tratados bilaterales de ningún género y sólo toma en cuenta a otras regiones, igualmente integradas, como sus únicos socios comerciales. Japón, China y otros países asiáticos no sólo son ámbitos geográficos lejanos y de difícil acceso, sino que sus criterios comerciales son proteccionistas y restrictivos. Debido a su extraordinario potencial en cuanto a mano de obra, a estos países no les interesa importar productos elaborados, que de todas formas les resultarían más caros que los producidos en sus propios territorios. Por esta razón, estos países privilegian en sus relaciones comerciales sólo la importación de materias primas que les permitan poner en marcha sus fabulosos recursos laborales. De esta forma, Costa Rica quedaría absolutamente aislada del comercio internacional y sin posibilidad de acceso a los más importantes mercados del planeta.


5. ¿A quién beneficia el TLC?

En estas circunstancias, el “si no” como alternativa resulta un suicidio histórico y acarrearía las mismas graves consecuencias que el rechazo del TLC. Pero, para completar el panorama del giro histórico que enfrenta nuestro país, es necesario que valoremos los sujetos de las ventajas y desventajas del TLC y nos preguntemos a quién beneficia y a quién perjudica su puesta en marcha. Siguiendo la célebre metodología ideada por Séneca, también utilizada por Lenin para facilitar la orientación política e ideológica en situaciones de crisis y confusión, preguntemos: ”Cui prodest?” ¿A quién beneficia el TLC?

¿A quién beneficia la constitución de un mercado de más de trescientos cincuenta millones de consumidores? Como sabemos, el mercado nacional costarricense a duras penas sobrepasa los cuatro millones de personas. Aún considerando la totalidad de la población centroamericana como mercado potencial para nuestros productos y añadiendo toda la población del Caribe, este hipotético mercado apenas sobrepasa los cincuenta millones de habitantes. Pero, si además consideramos el desarrollo económico de ese mercado y precisamos su capacidad adquisitiva, el mercado real se reduce a la mitad (o quizá mucho menos) y nos quedamos con una población potencialmente consumidora que no alcanza el rango de un mercado de escala. Sin él, ¿cuáles son las posibilidades reales de ampliar la producción nacional, de elevar la calidad de nuestros productos a los estándares internacionales y de profundizar la competitividad de nuestros productores? Entonces, ¿quién se beneficia con el TLC?

¿A quién beneficia la eliminación de las trabas aduaneras para la exportación o importación y el establecimiento de un sistema común de reglas y procedimientos que normen la libre circulación de mercancías, servicios e inversiones en extenso territorio de los países adscritos al Tratado? ¿A quién beneficia la homologación de reglas de exportación e importación, de los procedimientos aduanales y la ampliación del mercado internacional? ¿A quién beneficia el establecimiento de un escenario claro, transparente y previsible para la circulación de mercancías, servicios e inversiones en el área de libre comercio? ¿Es que las empresas nacionales y extranjeras ya posicionadas en la actividad de importación y exportación podrían abarcar todo el espacio para los negocios y asfixiar las nuevas iniciativas? ¿Es que la concurrencia en el mercado de mega empresas, pymes y microempresas concentraría y monopolizarían la participación económica de todos los productos y servicios imaginables? ¿Es que el TLC castraría la imaginación y la creatividad de los seres humanos para inventar, desarrollar y comercializar nuevos productos?

¿A quién beneficia la ampliación y diversificación en el mercado nacional de productos y, eventualmente, de servicios internacionales? ¿A quién beneficia el incremento de la variedad en los productos de consumo y la ampliación y diversificación de su oferta? ¿A quién beneficia la existencia en el mercado nacional de la mejor calidad en los productos de consumo? ¿A quién beneficia la circulación de capitales y el incremento de las fuentes para la inversión productiva? ¿A quién beneficia la posible extensión del ámbito para la prestación de servicios profesionales, técnicos y artesanales en un espacio cien veces mayor que nuestra propia extensión geográfica? ¿A quién beneficia la eliminación de trabas comerciales y el fomento del espíritu empresarial?

¿A quién beneficia la aplicación de las leyes de propiedad intelectual y los derechos de autor sobre los productos de la inventiva, la creatividad y la imaginación de los individuos? ¿A quién beneficia el combate de la corrupción administrativa y la adulteración de productos en el campo del comercio internacional? ¿A quién beneficia la eliminación de los impuestos de importación y exportación de productos de consumo básico y la diversificación de su presencia en los mercados nacionales?

¿A quién beneficia la política de internacionalización de los estándares de calidad de la producción nacional y las medidas de reconversión y desplazamiento hacia nuevos nichos de la producción? ¿A quién benefician los plazos de hasta veinte años, con políticas de cooperación regional y planes de financiamiento preferentes para el desarrollo tecnológico, la automatización y la inserción en el mercado internacional? ¿A quién beneficia el adquirir la condición de socio comercial, sin importar sus dimensiones geográficas, su capacidad económica o su poderío militar? ¿A quién beneficia el otorgamiento de la condición de “nación más favorecida” en el trato comercial en el ámbito geográfico del Tratado?

¿A quién beneficia la ampliación geográfica de su territorio comercial y, sin embargo, mantener la plena soberanía en las decisiones en el concierto internacional de naciones? ¿A quién beneficia una negociación que obliga a la nación más poderosa del mundo a cambiar sus políticas subvencionistas en la producción agrícola, a cooperar en la elevación de la calidad productiva de sus contrapartes y a esperar veinte años para valorar la situación? ¿A quién beneficia una negociación que, en resumen, derrota la idea imperialista de un primus inter pares y rescata la dignidad nacional y su papel protagónico en la época actual?


6 ¿A quién perjudica?

La respuesta a estas preguntas, por somera que sea, obliga a replantear la composición de la base política e ideológica que se apoya el Sí al TLC. Pero, para profundizar aún más el análisis y descubrir los intereses que se mueven debajo de la discusión, podemos preguntar: Entonces, ¿a quién perjudica la firma del TLC?

¿A quién perjudica la potenciación del mercado para los productos costarricenses y la facilitación del acceso al mercado principal de sus productos y a uno de los mercados más importantes en la economía mundial? ¿A quién perjudica la simplificación de los trámites aduaneros para la exportación e importación y el establecimiento de reglas comunes más simples y transparentes? ¿A quién perjudica la eliminación de la situación actual en el campo aduanero, dominada por la corrupción, las “mordidas” y las “chizas”? ¿A quién perjudica la instauración de procedimientos más eficientes y seguros para el proceso de tasación y verificación de los productos y su ágil traslado a los centros comerciales? ¿A quién perjudica la homologación de los procedimientos aduanales en toda la región y el empleo de análogos criterios de eficiencia y responsabilidad laboral?

¿A quién perjudica la ampliación y diversificación de la variedad de productos, calidades y precios en el mercado nacional? ¿A quién perjudicaría la posibilidad de alcanzar oportunamente la libre circulación de servicios profesionales, técnicos y de apoyo logístico entre todos los países de la región? ¿A quién perjudica la libre circulación de capitales, el aumento de la inversión productiva y el incremento de las fuentes de trabajo?

¿A quién podría perjudicar la apertura de las telecomunicaciones si, además del fortalecimiento del ICE contemplado expresamente en el TLC, permite la ampliación de la oferta y el cubrimiento de las demandas reales de la población de acceso a este servicio? ¿A quién perjudicaría la desaparición del espectáculo de miles de personas, en filas interminables, para adquirir un limitadísimo número de líneas celulares? ¿A quién perjudica la posibilidad de contar con la telefonía fija que ha esperado, incluso, por años? ¿A quién perjudica una atención oportuna y eficiente de la demanda real de los servicios telefónicos con la celoeridad que exige el mundo actual?

¿A quién perjudicaría la apertura de los seguros si el actual monopolio es fuente de escandalosos eventos de corrupción, de pagos multimillonarios de prestaciones a sus empleados, de pérdidas “inexplicables” del patrimonio institucional y de cobros indebidos en montos y deducibles? ¿A quién perjudica la competencia de condiciones y costos del seguro obligatorio de vehículos y de riesgos del trabajo? ¿Perjudicaría a los usuarios la existencia de diversas suplidoras de los seguros que, como en el caso de las pensiones, el Estado obliga a tomar?

¿A quién perjudica el que el TLC obligue a los Estados firmantes a aplicar las propias leyes ambientales propias de cada país e imponga multas a los Estados que por negligencia, intereses espurios o corrupción abandone o descuide sus políticas de protección del ambiente?

Basta analizar cualquiera de los extremos del TLC y las materias que regula (comercio, agricultura, inversiones, trabajo, propiedad intelectual, seguros, servicios y telecomunicaciones) para darse cuenta de que, realmente, su aprobación no admite alternativa. El “no” y el “si no” son opciones inviables, que atentan contra el futuro nacional y que solo benefician intereses particulares de grupos de presión que gozan de privilegios desmedidos (como los célebres pagos extra por el arribo puntual a sus labores de los empleados de JAPDEVA) y que no se avergüenzan de hablar en nombre de todos los trabajadores costarricenses.



2 de julio de 2007

2 de julio de 2007

De revolucionarios a retardatarios

Jack Wilson Pacheco


“Que es lo que nuestra sociedad puede y debe aportar en la construcción de la sociedad planetaria y no qué es lo que debemos defender y sustraer de su influencia.”
Constantino Láscaris

I. Conocimiento, perspectiva e ideología


El conocimiento es el reflejo subjetivo de la realidad objetiva. Históricamente la humanidad ha desarrollado una serie de mecanismos y sistemas para reflejar en la conciencia el mundo en que vive. Es así como han surgido sistemas explicativos del universo tales como las mitologías, las artes, las técnicas, los sistemas filosóficos, la ciencia, las ideologías y la tecnología.
Independientemente del nivel de acierto que hayan tenido, todos tienen como foco común el intento de explicar y/o representar el mundo con el fin de transformarlo para satisfacer los intereses individuales o colectivos.
La utilidad de un sistema de conocimiento en la transformación del mundo es precisamente lo que marca la validez o falta de ésta de un sistema.
Para los efectos del presente artículo nos interesa fundamentalmente la forma de reflejo de la realidad denominada ideología.
El reflejo ideológico tiene como característica el de ser un reflejo interesado. Es decir, la ideología no pretende reflejar la realidad simplemente sino, además, interpretarla y re-analizarla desde la perspectiva de esta interpretación para, posteriormente, participar en su transformación. El generador de la explicación ideológica lo hace desde una perspectiva específica. Esta tiene como base un sistema complejo donde interactúan los conocimientos, las ideas y las creencias de los individuos, su educación, su momento histórico, sus relaciones con otros individuos, su extracción de clase, etc. Estas características que conforman su visión del mundo determinan su enfoque sobre la realidad social, es decir, qué valora de la misma, qué determina como digno de su atención y qué alternativas posibles encuentra para dirigir sus esfuerzos para actuar en la inevitable transformación de la sociedad.

II. El carácter histórico de la realidad y la relatividad histórica de las ideologías

El reflejo ideológico de la realidad social se convierte entonces en una relación dialéctica entre la perspectiva individual o grupal y la sociedad cambiante lo que obliga a la transformación de las ideologías.
Al final de la década de los años 80, se da un hito histórico que debió transformar las ideologías imperantes durante todo el siglo pasado. La caída del sistema socialista y la transformación del capitalismo en post-capitalismo las convierten en obsoletas y reclaman una reelaboración de las ideologías o su sustitución por otras que reflejen la nueva realidad.
Una transformación en nuestra perspectiva de esta magnitud requieren una enorme fortaleza psicológica y una profunda convicción de que es la realidad objetiva (lo que es) y no lo subjetivo (lo que quisiéramos) lo determinante.
Ignorar el proceso histórico y aferrarse a ideologías caducas solo puede sustentarse sobre la base del irracionalismo. Es así como la campaña del No al TLC se muestra bajo la consigna de Vote con el corazón, es decir, no use la cabeza. Piérdase en una visión bucólica y romantizada del siglo pasado y rechace la evidencia que le den sus sentidos de que la globalización es no solo un hecho inevitable sino que ha generado y sigue generando un proceso de liberación económica, tecnológica, de comunicación, etc. a la sociedad costarricense como un todo y a sus ciudadanos individualmente.

III. Los nuevos bloques económicos y la inevitabilidad de la globalización

Escondernos detrás del sentimentalismo irracional e ignorar la realidad económica mundial es simplemente una irresponsabilidad. No es necesario más que ver el poderío económico potencial y el auge que empiezan a mostrar los dos mercados potenciales más grandes del planeta, a saber, India y China. Si a esto aunamos el cada vez más compacto bloque europeo y la contínua expansión de lo que se inició como Tratado de Libre Comercio de Norteamérica y que ahora se nos invita a compartir nos damos cuenta de que el TLC es no solo extremadamente conveniente sino inevitable.
No es de extrañar que la mayor oposición al TLC en los EEUU la hubiera dado el ala izquierda del partido Demócrata. Los defensores a ultranza de los trade unions norteaméricanos. Sus preocupaciones son válidas. Los trabajadores norteamericanos sindicalizados han venido disfrutando de los beneficios de tener un cuasi-monopolio sobre grandes sectores de la oferta de la mano de obra lo que le ha generado enormes beneficios. La apertura del mercado laboral que trae la globalización les representa una competencia indeseada y pone en peligro su seguridad financiera individual. Pero en EEUU, donde el vote con el corazón no tuvo éxito, prevaleció el uso de la razón y el argumento de que el único futuro para la economía norteamericana ante los nuevos retos presentados por la nueva economía multipolar era el aumentar sus mercados y la única manera de hacer esto es aumentar el área geográfica de personas con capacidad de compra, es decir, nosotros.
La economía, como el camarón o se adapta o se lo lleva la corriente. Es por esto que el grupo del No al TLC no ha quedado con más recurso que tratar de retardar lo inevitable.
La negativa de nuestros ex-compañeros revolucionarios a aceptar que la era del socialismo real ha terminado y que su pretendido sustituto, el nuevo socialismo de Chávez no solo no ha dado frutos sino que no se ve por dónde pueda darlos.La suerte está echada. La globalización es un hecho histórico. Es el producto inevitable del fin de la sociedad bipolar, es el resultado de la asimilación de muchas de las ideas del socialismo permitidas por el fin de la guerra fría, es el resultado de la transformación inevitable del capitalismo en postcapitalismo y la oposición simplemente por que no, porque a algunos les parece que seguir viviendo en el siglo pasado es romántico no podrán hacer más que retardar lo inevitable poniendo a Costa Rica en desventaja relativa en el proceso económico-social mundial.

¡Capitalismo marxista o marxismo capitalista!

(Respuesta a Yoel Zumbado)

Juan Diego López, M.Sc.

En primer lugar, quiero agradecerte la lectura de mi reflexión sobre el TLC y el que te dieras a la tarea de escribir tus comentarios y conclusiones. Esta es la mayor satisfacción para todo autor y la finalidad de nuestro trabajo.

Ciertamente, como bien se lee en el título, mi trabajo no trata del TLC en cuanto instrumento jurídico de las Relaciones Internacionales, ni de sus beneficios o defectos. Mi interés es traer a colación el contexto histórico y social en el que se dan los tratados internacionales en la actualidad y mostrar que el TLC es un resultado natural de la dinámica de la sociedad actual. También concuerdo en que, en el análisis económico, histórico y social, así como en cualquier otro campo especializado, la utilización de categorías y conceptos propios torna el discurso un tanto pesado y no pocas veces resulta en un lenguaje críptico y enigmático. Debido a esto, muchas veces agravado por la impericia del autor en la construcción lógica del razonamiento, la transmisión y popularización de conocimientos resulta una tarea ardua y exige una actitud positiva y deliberadamente perceptiva por parte del auditorio al que vaya dirigido el mensaje. Como usted bien lo sabe, gran parte del analfabetismo informático que persiste en nuestro medio resulta de la incomprensión de ese mundo sistémico así como de su lenguaje especial, atiborrado de neologismo y anglicismos. Para apropiarse de la informática, el aprendiz no tiene más remedio que aprender sobre el funcionamiento del sistema informático y asimilar y dominar su vocabulario. De modo que sí, el análisis y la discusión sobre el TLC supone un conjunto mínimo de conocimientos sobre la vida social y la historia y, quien no lo tenga, difícilmente comprenderá la envergadura y profundidad de este acontecimiento.

A partir de acá, señalás enfáticamente tu desacuerdo con tres cosas: con mi concepto de la globalización, con la manipulación que hago del marxismo para hacerlo apoyar al capitalismo y con mi "santificación" (la palabra es mía) del capitalismo como el salvador de la economía y justo repartidor de la riqueza.

Veamos cada uno. Respecto de mi concepto de la globalización poco podemos añadir ahora, puesto no decís por qué estás en contra de él ni ofrecés una concepción alternativa. Digamos que el simple rechazo no es respuesta y que, en este asunto, quedás debiendo algo más que el "no porque no".

No creás que la acusación de manipular el marxismo me molesta en lo personal. Tampoco es que la disfrute, pero me das la oportunidad de explicar un par de cosas. Lo primero que tenés que tomar en cuenta es que el marxismo, más allá de ser una ideología política y una estrategia de lucha social, es una doctrina científica sobre la sociedad y su desarrollo histórico. La parte político ideológica que, con el concurso de grandes personalidades del mundo político e intelectual (Lenin, Gramsci, Stalin, Mao, Tito...), configuró el perfil histórico del todo el siglo XX, es su componente contingente y perecedero. Su aplicación práctica, mediante la construcción del modelo socialista en todas sus versiones, terminó en un flagrante fracaso.

Sin embargo, en el campo científico y en su base filosófica materialista dialéctica, el marxismo actualmente florece en todas las comunidades intelectuales, incluso en aquellas más recalcitrantemente enemigas del mundo socialista. Esto se debe al sólido poder explicativo de la teoría marxista de la transformación social. De acuerdo con ella, la sociedad avanza inevitablemente hacia una sociedad sin clases sociales y sin propiedad privada sobre los medios de producción (lo que llamó la "sociedad comunista"). Esta meta, según su teoría, se alcanza, más tarde o más temprano, sin contar para nada con la voluntad de los seres humanos e, incluso, contra ella, ya que se trata de una ley histórica. La concepción del Partido obrero y la teoría de la revolución del proletariado sólo son una estrategia ideada para acelerar y controlar mejor esa ley inexorable. Pero, en modo alguno, son condiciones para su cumplimiento. Con Partido Comunista o sin él, el avance de la sociedad hacia el comunismo se cumple y cumplirá inevitablemente. No es que con la desaparición del sistema socialista mundial la ley descubierta por Marx también desaparece. Eso sería como creer que las cíclicas extinciones en masa que ha sufrido nuestro planeta (incluyendo dinosaurios y toda la megafauna) harían desaparecer la teoría darwiniana de la evolución.

Si el avance hacia la sociedad comunista planteado por Marx es una ley y si la observamos consecuentemente en la explicación de los fenómenos sociales, ¿cuál habría de ser la actitud del marxista? ¿Ignorarla? ¿O tratar de esclarecer el modo mediante el cual esta ley se abre paso en las nuevas condiciones de un mundo sin sistema socialista?

Fue también Marx, mediante la construcción de su economía política (no olvidemos que la obra cumbre de Marx se intitula "El capital") quien descubrió y caracterizó la naturaleza del sistema capitalista. Como lo repite incansablemente a lo largo de todas sus obras, el capitalismo es un sistema económico y social esencialmente revolucionario. Su extraordinaria dinamicidad obedece a un hecho que opera en la propia base económica y que él llamó "la tendencia al desarrollo infinito de las fuerzas productivas" Esto significa que la búsqueda de ganancia, el afán de lucro, que constituye el disparador de toda la actividad económica capitalista, lleva a la modificación incesante de toda la estructura del aparato productivo y a la permanente aparición de nuevas materias primas, nuevas tecnología de producción y a la aparición de nuevos y variados productos. La ampliación y constante transformación en la base económica de la sociedad hace que la superestructura jurídica, política e institucional (esencialmente representadas por las formas de apropiación de los resultados de la producción y por la propiedad privada sobre los medíos de producción) quede desfasada y entre en constante contradicción con las cambiantes formas de producción. Cuando tal contradicción alcanza su límite tolerable esa superestructura política y social viene a ser modificada para adaptarse coherentemente a los cambios económicos y así, en palabras de Marx, "se abre un período de revolución social" y de cambio histórico.

Los cambios en la base económica de la sociedad actual, profundizados con la desaparición del sistema socialista mundial, permiten estudiar en términos estrictamente marxistas, la transformación que viene sufriendo el capitalismo y la inevitable transformación de todo el orden social, político e ideológico que vive la sociedad actual.

No he dicho, ni podría hacerlo, que el capitalismo sea el gran benefactor de la humanidad ni que sea la doctrina de la salvación y del reparto equitativo. Digo, siguiendo a Marx, que muy a pesar de los intereses intrínsecos del sistema capitalista, este enfrenta una transformación en su propia base económica y que esta le llevará a la transformación de todas las relaciones sociales, siguiendo la inevitable ley del avance hacia una sociedad más cercana al comunismo que al capitalismo tal y como lo hemos conocido. Por ello mismo Marx dijo que en el propio seno del capitalismo se incuban y desarrollan las fuerzas de su propia destrucción.

Ciertamente, para quienes nos hemos formado en el campo intelectual del marxismo y hemos militado políticamente en favor de la nueva sociedad, el que la desaparición del socialismo resulte la clave para el paso al comunismo no puede menos que sonar herético. Aún más, que con la desaparición del campo socialista sea el sistema capitalista, condenado por las fuerzas ciegas de las leyes económicas que se agitan en su seno, el que conciba y dé a luz la sociedad comunista, puede parece a primera vista, incluso, insultante. Pero, ¿qué le vamos a hacer? ¿Podemos acusar al propio Marx de haber manipulado el marxismo?