(Respuesta a Andrés Rodríguez)
Juan Diego López, M.Sc.
1. ¿Es posible discutir fructíferamente?
Voy a empezar por la última pregunta de tu comentario y que tengo la impresión de que representa el núcleo del planteamiento: "Será posible discutir de manera desapasionada y muy analítica sobre el hipotético ¿si nó?..."
Como ya sabemos por los aportes de Popper, Kuhn y Feyerabend, ni siquiera el método de las ciencias "duras" está exento del fuero de la pasión y la subjetividad. Al contrario. Es ese componente específicamente humano el que permite el acceso de la imaginación y el empleo de la creatividad en el aparente mundo de fórmulas impertérritas del discurso científico. La cuestión no está en erradicar la pasión o el entusiasmo de la discusión. Eso sólo generaría una equívoca impresión de neutralidad y respeto a las ideas ajenas que, antes que reparar en el fondo de la discusión, absolutiza su mera forma mediante el famoso "mesothés" o término medio aristotélico. Ejemplo: Bush puede decir solo idioteces en su debate presidencial, pero si dice sus dislates en modo adecuado, desapasionada e inhumanamente, gana el apoyo popular.
La discusión (polemós, en griego) es un contraste de ideas en el que lo fundamental se expresa en sus contenidos. La discusión sobre el TLC no puede ser desapasionada, a riesgo de que pierda su carácter humano. Lo que sí debe ser, lo que la diferencia de un arrebato emocional o del libre fluir de inconsciente, es que las ideas sean fundadas en el conocimiento aceptado y que guarden las más elementales reglas de la coherencia lógica. A esos dos criterios, surgidos de la tradición racionalista helénica y convertidos en los principios del arte de la polémica por Sócrates, el amigo secreto e imaginario de Platón, el mundo moderno exigió que la discusión observara una trayectoria ascendente y una dinámica evolutiva, de modo que las conclusiones parciales formaran la base y el bagaje de un desarrollo acumulativo. Sin estas reglas, más allá de si el tono es apasionado o flemático, la discusión se transforma en un mero ejercicio retórico que, como Sísifo, es obligado a comenzar cada vez desde el principio.
La discusión, la polémica, la contrastación de ideas, es pues un asunto serio, regido por ciertas reglas insoslayables y animada por la deliberada intención de ampliar el conocimiento, aún al riesgo de reconocer y aceptar el error en nuestros planteamientos. Por ello, sí, sí es posible discutir productivamente y hacer de la discusión un instrumento educativo y formativo, a condición de que los interlocutores opten honestamente por aceptar la fuerza de las razones..
2. Las bases políticas e ideológicas del “no”
Ahora bien, en general, concuerdo con tu tesis sobre la conformación social del no y aprovechando tu tipología me parece interesante explorar las motivaciones de unos y otros. Creo que, efectivamente, la “vieja guardia comunista” es el elemento esencial de este grupo y que, aunque no resulta el más numeroso, sí aporta la base ideológica general para el no. Pero, al contrario de lo que afirmás, me parece que sus motivaciones van más allá de una simple y pura actitud reactiva y negativa. El comunismo no ha logrado asimilar críticamente la desaparición del campo socialista mundial ni el fracaso de la teoría política leninista. No solo cifran sus esperanzas en la “recuperación” de la conciencia y el poder proletarios y celebran y apoyan la formación de un bloque de izquierda latinoamericano, encabezado por Hugo Chávez, sino que albergan un profundo resentimiento hacia los Estados Unidos. Para ellos, la derrota del socialismo deja al imperialismo norteamericano el campo libre para imponer un sistema internacional basado en la más pura depredación y entienden su oposición y resistencia como un acto de patriotismo y de defensa de toda la humanidad. Manteniendo la vieja tesis soviética del capitalismo como enemigo fundamental y de los Estados Unidos como enemigo principal, la resistencia antiimperialista ha pasado a ser la única motivación política y la consigna izquierdista por excelencia.
Desde esta perspectiva, no extraña que los sindicatos se conviertan en la vanguardia activa y militante contra el TLC. El sindicalismo nació como un instrumento de organización y control político del movimiento obrero y en la doctrina leninista se le definió como “faja de transmisión” entre las fuerzas laborales y la estrategia revolucionaria del Partido. El sindicato fue concebido como un frente de masas netamente partidario, como una prolongación de sus objetivos de lucha política e ideológica, pero convenientemente separado de su estructura organizativa y mantenido y financiado por los propios afiliados. Con la caída del sistema socialista mundial y la virtual desaparición de los otrora poderosos partidos comunistas en todo el mundo, su vanguardia sindical, autónoma financiera y orgánicamente, rescató a sus mentores comunistas de la total obsolescencia y puso a su disposición los enormes recursos financieros y organizativos que salvaron su desahuciada vigencia histórica. Por vía de la paradoja dialéctica de la historia, los sindicatos se convirtieron en el núcleo de los partidos de izquierda y estos pasaron a ser las formas de organización política de aquellos.
Este mismo patrón de la relación entre el Partido Comunista y los sindicatos, se repite y prolonga a las organizaciones campesinas, a las asociaciones de pequeños productores y comerciantes, al movimiento estudiantil y a los gremios de profesionales y académicos Todos ellos constituían frentes de masas del Partido y poseían representación en el Bureau Político y secretarias especiales en la estructura partidaria que atendían y planificaban su acción política e ideológica. Sin este arraigo estratégico en el corazón de los principales movimientos sociales, los ideales revolucionarios del comunismo sólo serían hoy un viejo y arcaico recuerdo del pasado, junto al anarquismo, al nihilismo, al socialismo utópico, a la orden de los Templarios o a los caballeros de la mesa redonda. Aunque disminuidos y supeditados a sus propios frentes de masas, los partidos comunistas o socialistas constituyen el referente político e ideológico de lo genéricamente llamamos “la izquierda”.
No obstante, la mentalidad de “izquierda” no es una propiedad privativa ni patrimonio exclusivo de los partidos “revolucionarios”. Junto a estas organizaciones obsolescentes, surgen los llamados partidos “emergentes” que buscan espacio político y oportunidad electoral en este nuevo escenario histórico. En Costa Rica hay infinidad de ellos, pero el que ha alcanzado verdadero impacto nacional, después de una carrera meteórica aunque llena de altibajos, de problemas organizacionales y carente de verdadero arraigo popular, es el Partido Acción Ciudadana (PAC). No nace como expresión de un movimiento popular o como respuesta a los problemas vitales de la vida social del país. En realidad, el PAC nace de una revancha personal de Ottón Solís y como una reacción vital de la añeja clase política desplazada del Partido Liberación Nacional (PLN). Con el PAC, se resuelve la vieja contradicción que desgarraba al PLN entre los sectores apegados a sus orígenes “socialdemócratas” y que abogan por el resurgimiento del Estado benefactor, y los sectores llamados “neoliberales” inspirados en la ideología de la apertura comercial, la inserción en el mercado internacional y la reducción del Estado a su función de instrumento de concertación, administración y orientación de la vida política de la sociedad. Al mismo tiempo que la resolución de esta contradicción en el seno del PLN, el surgimiento del PAC representa el deslinde definitivo de la sociedad costarricense entre estas dos tendencias ideológicas y la constitución de un nuevo bipartidismo, si bien todavía atrapado en los moldes heredados del pasado.
3. El “no” vergonzante o la tesis de la mala negociación
Como partido emergente, el PAC no sólo requería una definición ideológica sino un perfil político propio que le sirviera como mercancía distintiva en el mercado electoral costarricense. No recuerdo en este momento la posición de Solís o de Óscar Arias durante las negociación del TLC (no olvidemos que se realizaron durante el gobierno de Abel Pacheco, en el que ninguno de los dos tuvo injerencia directa), pero lo cierto es que el apoyo de Arias provocó la inmediata oposición de Solís y la acuñación de la tesis de la “mala negociación”. El mayoritario apoyo de la población costarricense al TLC impidió al PAC asumir una clara y vertical oposición ideológica y el subterfugio, nunca probado taxativamente, de la “mala negociación” le rendía al PAC dos beneficios inmediatos: se distinguía del PLN, reconociendo la importancia del TLC pero rechazando ese TLC en particular, y se distinguía de la izquierda tradicional y del galopante desprestigio del movimiento sindical mediante la demagógica propuesta electoral de una renegociación del TLC con Estados Unidos. Así, el PAC adquirió su propia personalidad político electoral y, quizá sin proponérselo conscientemente, polarizó las elecciones de 2006 entre el sí y el “no pero talvez” al TLC. El apretado triunfo de Arias, en las elecciones más reñidas en la historia costarricense, fue el triunfo del sí al TLC. Sin embargo, el logro del bloque mayoritario de oposición del PAC en la Asamblea Legislativa, se convirtió en el instrumento principal del boicot y de la puesta en marcha de todo tipo de medidas, incluso reñidas con la mera decencia ciudadana, contra el TLC.
Por estas razones, no concuerdo con la afirmación de que haya propiamente un sector social opuesto al TLC por considerarlo resultado de una mala negociación. En realidad, se trata de una consigna electoral fabricada como estereotipo comercial y del que sus propios militantes son incapaces de dar cuenta. Finalmente, tengo la impresión de que el discurso de oposición al TLC, debido a la depuración de los argumentos y a la demostración del carácter falaz de la mayoría de ellos, tiende a concentrarse en la tesis de la mala negociación. No faltarán, en la campaña que se avecina, las intenciones manipuladoras ni la circulación de falsedades. Sin embargo, la mala experiencia vivida hasta ahora por los falsificadores, el fallo de la Sala Constitucional sobre la legalidad del TLC, el rechazo social de los argumentos, maniobras y subterfugios de la oposición y el incremento estadístico de los partidarios del TLC, obliga a los detractores a presentar sus argumentos en forma clara y transparente.
Ahora bien, muy a pesar de la extensa popularidad del “término medio” o de la salida honrosa ante una alternativa, mucho me temo que el dilema que presenta el TLC cae en la figura del silogismo denominado “tercero excluido”. El que se plantee y defienda la presencia de Estados Unidos en el TLC no obedece a meras simpatías pro yanquis, a un espíritu entreguista, a la ingenuidad o a la complicidad con un tenebroso plan neoliberal. La presencia de Estados Unidos es el factor determinante de la enorme importancia que reviste el TLC, y esto por una razón económica trascendental y por el ejercicio del más elemental realismo político: Estados Unidos es ya el principal mercado de la producción costarricense en una proporción que supera el 50% del total de sus exportaciones a todo el resto del mundo. Sí solo por un momento, una semana, meses o por siempre, perdiéramos el mercado norteamericano no hay la menor duda que sufriríamos el más completo descalabro y la crisis económica y social derivada nos sumiría en la condición del país más pobre y atrasado del hemisferio occidental.
4. La Iniciativa de la Cuenca del Caribe (ICC) y el TLC
La exitosa penetración costarricense en el mercado estadounidense es el resultado de las complejas relaciones políticas y comerciales entre ambos países. Estados Unidos se ha caracterizado por una política exterior de naturaleza aislacionista y por un sistema comercial profundamente proteccionista. Muchos teóricos consideran que esta defensa de su interés nacional, de protección de su industria y agricultura de la competencia externa y de estímulo y subvención como estrategia de crecimiento y desarrollo económico, le permitió alcanzar el rango de superpotencia en un plazo relativamente corto. Por décadas, la posibilidad de colocar productos en el mercado norteamericano constituía una empresa onerosa, en virtud de los impuestos y trabas aduanales, y asfixiante debido al boicot de las Unions y a las dificultades que separan a los productos desde allí hasta su colocación y realización en el mercado. Esta situación, se repetía en todos los países avanzados de Europa y Japón.
Fueron los países europeos, como parte del proceso de su proceso de integración, los que pusieron en marcha medidas comerciales tendientes a superar la cooperación internacional en los términos de la asistencia caritativa y los sistemas de beneficencia internacional. La puesta en marcha de la cláusula de “país más favorecido” (que contemplaba diversas facilidades a la importación y la reducción o la exención de impuestos a los productos provenientes de las regiones favorecidas) por parte de las naciones ricas, formó parte de una lucha de los países “pobres” por lograr el acceso a los mercados más desarrollados. Los distintos países europeos empezaron su aplicación selectiva en la década de los años sesenta en favor de sus antiguas colonias en todo el mundo; Estados Unidos inició su aplicación una década después y, al calor de la guerra fría, cuando Centroamérica se convirtió en el punto más caliente del planeta, la administración Reagan lanzó la Iniciativa de la Cuenca del Caribe (ICC), una política unilateral y renovable periódicamente de Estados Unidos para permitir el ingreso de los productos de la región a su mercado nacional.
Al amparo de la ICC, Costa Rica ha logrado posesionarse en el mercado estadounidense con distintos productos y ha creado una relación comercial estable y continua. Por medio de la ICC, el café costarricense se ha convertido en el café gourmet más importante y competitivo en ese medio y extenderse a todo el mercado mundial. Hace apenas unos días, el café de Cosa Rica alcanzó los predios más altos del mercado en oda su historia y todo indica que su valor seguirá creciendo conforme amplíe su producción y desarrolle nuevas calidades dirigidas a demandas específicas de los consumidores. Además, Costa Rica es el proveedor número uno de yuca, piña, pulpa de banano y chayote para el mercado estadounidense Otros productos gozan de gran aceptación y prestigio en el mercado estadounidense, como instrumentos y aparatos médicos y veterinarios, banano, jugo de naranja, melones, flores y capullos, neumáticos, alcohol etílico, artículos de cuero, joyería en metales preciosos, refrigeradores, salsas de cocina y mesa, botellas y frascos de vidrio. A esto habría que sumar la producción de circuitos integrados digitales, que constituye el primer rubro de exportación e, incluso, la producción de software, al que pronto, al parecer, se unirá la producción de tecnología de punta para la industria aeroespacial. El mercado norteamericano para los productos nacionales se encuentra en pleno proceso de consolidación y ampliación.
No obstante, al depender de una iniciativa unilateral que el gobierno estadounidense otorga por voluntad propia, su permanencia y diversificación dependen también de su voluntad soberana. Incluso, ya ha anunciado la superación de este sistema de cooperación internacional y el avance hacia una nueva política de asociación comercial por medio de tratados de libre comercio. Ello no solo obedece a una ocurrencia norteamericana. También la Unión Europea, el segundo socio comercial costarricense, ha puesto en marcha políticas semejantes de asociación comercial como sustitutos de todo tipo de las antiguas medidas de cooperación internacional. Los criterios asistencialistas, de corte benéfico y las medidas unilaterales ya empiezan a dar paso a tratados comerciales que buscan la integración del comercio mundial y la profundización de la globalización en todos los rincones del planeta. No hay duda que, conforme entren en vigor y se generalicen los tratados comerciales, todas las antiguas formas de cooperación (la ICC y todas las medidas unilaterales de favorecimiento) perderán vigencia y desparecerán del escenario internacional.
Por esta razón, si Costa Rica se sustrajera al TLC, simplemente perderá los privilegios de acceso al mercado estadounidense y centroamericano y se aislará fatalmente de su contexto regional y, a la postre, de su entorno mundial. Sin embargo, aún podría creerse que quedan otros mercados y socios comerciales de importancia con los cuales tratar. Y es cierto. Pero la situación de Costa Rica no mejoraría ante esa perspectiva. La Unión Europea maneja políticas integrativas como base de cualquier tratado comercial. Esto significa que no negocia tratados bilaterales de ningún género y sólo toma en cuenta a otras regiones, igualmente integradas, como sus únicos socios comerciales. Japón, China y otros países asiáticos no sólo son ámbitos geográficos lejanos y de difícil acceso, sino que sus criterios comerciales son proteccionistas y restrictivos. Debido a su extraordinario potencial en cuanto a mano de obra, a estos países no les interesa importar productos elaborados, que de todas formas les resultarían más caros que los producidos en sus propios territorios. Por esta razón, estos países privilegian en sus relaciones comerciales sólo la importación de materias primas que les permitan poner en marcha sus fabulosos recursos laborales. De esta forma, Costa Rica quedaría absolutamente aislada del comercio internacional y sin posibilidad de acceso a los más importantes mercados del planeta.
5. ¿A quién beneficia el TLC?
En estas circunstancias, el “si no” como alternativa resulta un suicidio histórico y acarrearía las mismas graves consecuencias que el rechazo del TLC. Pero, para completar el panorama del giro histórico que enfrenta nuestro país, es necesario que valoremos los sujetos de las ventajas y desventajas del TLC y nos preguntemos a quién beneficia y a quién perjudica su puesta en marcha. Siguiendo la célebre metodología ideada por Séneca, también utilizada por Lenin para facilitar la orientación política e ideológica en situaciones de crisis y confusión, preguntemos: ”Cui prodest?” ¿A quién beneficia el TLC?
¿A quién beneficia la constitución de un mercado de más de trescientos cincuenta millones de consumidores? Como sabemos, el mercado nacional costarricense a duras penas sobrepasa los cuatro millones de personas. Aún considerando la totalidad de la población centroamericana como mercado potencial para nuestros productos y añadiendo toda la población del Caribe, este hipotético mercado apenas sobrepasa los cincuenta millones de habitantes. Pero, si además consideramos el desarrollo económico de ese mercado y precisamos su capacidad adquisitiva, el mercado real se reduce a la mitad (o quizá mucho menos) y nos quedamos con una población potencialmente consumidora que no alcanza el rango de un mercado de escala. Sin él, ¿cuáles son las posibilidades reales de ampliar la producción nacional, de elevar la calidad de nuestros productos a los estándares internacionales y de profundizar la competitividad de nuestros productores? Entonces, ¿quién se beneficia con el TLC?
¿A quién beneficia la eliminación de las trabas aduaneras para la exportación o importación y el establecimiento de un sistema común de reglas y procedimientos que normen la libre circulación de mercancías, servicios e inversiones en extenso territorio de los países adscritos al Tratado? ¿A quién beneficia la homologación de reglas de exportación e importación, de los procedimientos aduanales y la ampliación del mercado internacional? ¿A quién beneficia el establecimiento de un escenario claro, transparente y previsible para la circulación de mercancías, servicios e inversiones en el área de libre comercio? ¿Es que las empresas nacionales y extranjeras ya posicionadas en la actividad de importación y exportación podrían abarcar todo el espacio para los negocios y asfixiar las nuevas iniciativas? ¿Es que la concurrencia en el mercado de mega empresas, pymes y microempresas concentraría y monopolizarían la participación económica de todos los productos y servicios imaginables? ¿Es que el TLC castraría la imaginación y la creatividad de los seres humanos para inventar, desarrollar y comercializar nuevos productos?
¿A quién beneficia la ampliación y diversificación en el mercado nacional de productos y, eventualmente, de servicios internacionales? ¿A quién beneficia el incremento de la variedad en los productos de consumo y la ampliación y diversificación de su oferta? ¿A quién beneficia la existencia en el mercado nacional de la mejor calidad en los productos de consumo? ¿A quién beneficia la circulación de capitales y el incremento de las fuentes para la inversión productiva? ¿A quién beneficia la posible extensión del ámbito para la prestación de servicios profesionales, técnicos y artesanales en un espacio cien veces mayor que nuestra propia extensión geográfica? ¿A quién beneficia la eliminación de trabas comerciales y el fomento del espíritu empresarial?
¿A quién beneficia la aplicación de las leyes de propiedad intelectual y los derechos de autor sobre los productos de la inventiva, la creatividad y la imaginación de los individuos? ¿A quién beneficia el combate de la corrupción administrativa y la adulteración de productos en el campo del comercio internacional? ¿A quién beneficia la eliminación de los impuestos de importación y exportación de productos de consumo básico y la diversificación de su presencia en los mercados nacionales?
¿A quién beneficia la política de internacionalización de los estándares de calidad de la producción nacional y las medidas de reconversión y desplazamiento hacia nuevos nichos de la producción? ¿A quién benefician los plazos de hasta veinte años, con políticas de cooperación regional y planes de financiamiento preferentes para el desarrollo tecnológico, la automatización y la inserción en el mercado internacional? ¿A quién beneficia el adquirir la condición de socio comercial, sin importar sus dimensiones geográficas, su capacidad económica o su poderío militar? ¿A quién beneficia el otorgamiento de la condición de “nación más favorecida” en el trato comercial en el ámbito geográfico del Tratado?
¿A quién beneficia la ampliación geográfica de su territorio comercial y, sin embargo, mantener la plena soberanía en las decisiones en el concierto internacional de naciones? ¿A quién beneficia una negociación que obliga a la nación más poderosa del mundo a cambiar sus políticas subvencionistas en la producción agrícola, a cooperar en la elevación de la calidad productiva de sus contrapartes y a esperar veinte años para valorar la situación? ¿A quién beneficia una negociación que, en resumen, derrota la idea imperialista de un primus inter pares y rescata la dignidad nacional y su papel protagónico en la época actual?
6 ¿A quién perjudica?
La respuesta a estas preguntas, por somera que sea, obliga a replantear la composición de la base política e ideológica que se apoya el Sí al TLC. Pero, para profundizar aún más el análisis y descubrir los intereses que se mueven debajo de la discusión, podemos preguntar: Entonces, ¿a quién perjudica la firma del TLC?
¿A quién perjudica la potenciación del mercado para los productos costarricenses y la facilitación del acceso al mercado principal de sus productos y a uno de los mercados más importantes en la economía mundial? ¿A quién perjudica la simplificación de los trámites aduaneros para la exportación e importación y el establecimiento de reglas comunes más simples y transparentes? ¿A quién perjudica la eliminación de la situación actual en el campo aduanero, dominada por la corrupción, las “mordidas” y las “chizas”? ¿A quién perjudica la instauración de procedimientos más eficientes y seguros para el proceso de tasación y verificación de los productos y su ágil traslado a los centros comerciales? ¿A quién perjudica la homologación de los procedimientos aduanales en toda la región y el empleo de análogos criterios de eficiencia y responsabilidad laboral?
¿A quién perjudica la ampliación y diversificación de la variedad de productos, calidades y precios en el mercado nacional? ¿A quién perjudicaría la posibilidad de alcanzar oportunamente la libre circulación de servicios profesionales, técnicos y de apoyo logístico entre todos los países de la región? ¿A quién perjudica la libre circulación de capitales, el aumento de la inversión productiva y el incremento de las fuentes de trabajo?
¿A quién podría perjudicar la apertura de las telecomunicaciones si, además del fortalecimiento del ICE contemplado expresamente en el TLC, permite la ampliación de la oferta y el cubrimiento de las demandas reales de la población de acceso a este servicio? ¿A quién perjudicaría la desaparición del espectáculo de miles de personas, en filas interminables, para adquirir un limitadísimo número de líneas celulares? ¿A quién perjudica la posibilidad de contar con la telefonía fija que ha esperado, incluso, por años? ¿A quién perjudica una atención oportuna y eficiente de la demanda real de los servicios telefónicos con la celoeridad que exige el mundo actual?
¿A quién perjudicaría la apertura de los seguros si el actual monopolio es fuente de escandalosos eventos de corrupción, de pagos multimillonarios de prestaciones a sus empleados, de pérdidas “inexplicables” del patrimonio institucional y de cobros indebidos en montos y deducibles? ¿A quién perjudica la competencia de condiciones y costos del seguro obligatorio de vehículos y de riesgos del trabajo? ¿Perjudicaría a los usuarios la existencia de diversas suplidoras de los seguros que, como en el caso de las pensiones, el Estado obliga a tomar?
¿A quién perjudica el que el TLC obligue a los Estados firmantes a aplicar las propias leyes ambientales propias de cada país e imponga multas a los Estados que por negligencia, intereses espurios o corrupción abandone o descuide sus políticas de protección del ambiente?
Basta analizar cualquiera de los extremos del TLC y las materias que regula (comercio, agricultura, inversiones, trabajo, propiedad intelectual, seguros, servicios y telecomunicaciones) para darse cuenta de que, realmente, su aprobación no admite alternativa. El “no” y el “si no” son opciones inviables, que atentan contra el futuro nacional y que solo benefician intereses particulares de grupos de presión que gozan de privilegios desmedidos (como los célebres pagos extra por el arribo puntual a sus labores de los empleados de JAPDEVA) y que no se avergüenzan de hablar en nombre de todos los trabajadores costarricenses.
2 de julio de 2007
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