11 de diciembre de 2007

Marx y el sistema capitalista

Juan Diego López
Filósofo y analista internacional

Más allá de un político o de un ideólogo, Marx fue un científico. La historia del pensamiento le atribuye la formulación de la primera teoría propiamente dicha sobre el desarrollo de la sociedad y la historia humana. A diferencia de Comte y de la “filosofía de la historia” que inauguró, Marx fundó su ciencia de la sociedad en los hechos propios de la vida social: en la economía, en la política, en la historia, en el derecho y, a partir de esas relaciones sociales, estudió las formas sociales de la conciencia que les corresponden en distintas etapas de su desarrollo histórico.

Terminada la guerra fría y con la desaparición del campo socialista, la teoría social marxista superó aquel dejo subversivo que le impregnó el leninismo y el prejuicio de representar la apología de la violencia y la barbarie. Como en todo pensador de talla, en Marx sobran las inconsecuencias, los errores de interpretación y las pasiones que obnubilan la razón. Pero, separando lo circunstancial (tal y como hoy hacemos al valorar los aportes de Aristóteles, de Galileo, de Newton o de Einstein), la contribución de Marx para el conocimiento de la sociedad permea, cada vez más, los sectores académicos, intelectuales y científicos de todo el mundo.

Que la lucha de clases sea el motor de la historia no es más que una consigna que refleja las condiciones sociales de su época. La lucha ideológica contra la restauración del orden feudal, a favor de la sociedad civil y del sistema republicano y por la denuncia de la más despiadada explotación de los seres humanos. Marx fue hijo de su tiempo. Pero lejos de sumergirse en el activismo político, dedicó su vida al estudio de la economía, a la comprensión de la dinámica interna de la sociedad y a la develación del carácter profundamente innovador y revolucionario del sistema capitalista.

Según él, la naturaleza transformadora del sistema capitalista reside en su irrefrenable tendencia al desarrollo infinito de las fuerzas productivas. El capitalismo cambia la naturaleza del trabajo humano entendida como mera fuerza bruta, introduce innovaciones tecnológicas que incrementan la productividad, democratiza la producción por cuanto supera su vinculo con las habilidades propiamente personales del artesano y produce materias primas artificiales, involucrando la investigación científica y promoviendo el desarrollo tecnológico. Asimismo, con el propósito de acelerar la circulación y el consumo de mercancías, el sistema capitalista permite la construcción y diversificación de la infraestructura material de la sociedad, la aparición de los medios masivos de comunicación y, progresivamente, la incorporación de toda la sociedad en el proceso de producción y consumo. De esta manera, expande hacia el infinito la llamada frontera de posibilidades de la producción que caracteriza (con mucho, más que en los tiempos de Marx) la actual sociedad.

Y es precisamente (o paradójicamente) en esta febril dinámica del desarrollo social en donde Marx encuentra las bases para su teoría de la historia. En su tiempo era mucho más evidente que la acelerada masificación y socialización de la producción social, contrastaba violentamente con la apropiación privada, cada vez más concentrada en pocas manos, de los beneficios de la actividad productiva de toda la sociedad. Para Marx, esta era la contradicción fundamental que, inevitablemente, se resolvería también con la socialización de la riqueza producida por la sociedad y, con ello, el ingreso a la sociedad igualitaria, dueña de los beneficios que en su conjunto produce y que, de acuerdo con su época, la denominó “comunista”.

Es decir, para Marx, la sociedad comunista es el resultado inexorable del propio desarrollo del sistema capitalista y su dinámica, pronostica, se presentará como un período de revolución social. No obstante, en la formulación de esta ley, Marx no refiere ni menciona sublevación proletaria alguna, ni le atribuye ningún papel a los partidos comunistas y, mucho menos, a un “sistema socialista”. Naturalmente, el papel de los trabajadores pudo ser fundamental y Lenin procuró convertirlo en realidad. Pero, con o sin organizaciones de trabajadores, con o sin partidos comunistas, con o sin sistema socialista, inevitablemente, el capitalismo avanzará hacía una sociedad que supere la contradicción entre la producción social y la apropiación privada de sus beneficios.

Durante todo el siglo XX se creyó que la ley histórica de Marx se impondría por los medios leninistas y al puro estilo soviético. Pero, ante el fracaso del sistema socialista, ¿es lícito afirmar que también la ley marxiana periclitó? Sostener algo así sería como afirmar que las extinciones cíclicas (incluidos los dinosaurios y la megafauna) invalida la teoría darwiniana de la evolución. Tanto como en la naturaleza, en la vida social las leyes de su desarrollo se abren paso en modo insospechado. Que la vía hacia la utopía igualitaria brote del sistema capitalista es totalmente congruente con la teoría marxiana y no debería causar tanta sorpresa y rechazo entre los viejos marxistas; pero que, además, ese tránsito discurra sin alzamientos armados, sin dictaduras proletarias ni la guía de partidos comunistas, sí que resulta asombroso para quienes vivimos la guerra fría.

Pero antes que aferrarse al pasado, ya sea por nostalgia, por prejuicio o resentimiento, la ciencia social marxiana ofrece un inapreciable instrumental teórico y metodológico para ensayar una explicación actualizada, inédita, acerca de la contradicción descubierta por Marx y sobre la dinámica de su resolución en el contexto del sistema capitalista del siglo XXI

8 de noviembre de 2007

El pueblo: auténtico ganador del referéndum en Costa Rica

Juan Diego López

La aprobación popular del TLC y la opción nacional por una ideología política y económica de apertura comercial y de integración a la globalización, auguro, producirá un total reacomodo de las fuerzas electorales y de las estructuras partidarias en Costa Rica. Nuestro siglo XX fue muy tardío, pero muy intenso porque apenas abarcó sesenta y siete años, de 1940 a 2007. No es sino a partir de 2008, con la completa aprobación del TLC y con su plena disposición a la integración mundial, que Costa Rica abandonará su concepción de “estado benefactor”, de priorización del reparto antes que el incremento de la producción y, con ello, ingresará plenamente en el siglo XXI. En este sentido, del debate y aprobación del TLC, el gran ganador es el pueblo costarricense.

Sin embargo, la estructura partidaria del país ya no obedece ni responde a este hecho trascendental de la escogencia del modelo de desarrollo acorde con la globalización. El Partido Liberación Nacional se encuentra fracturado en su propia columna vertebral. Como una especie de prefiguración del entorno nacional, sufre una conmoción centrífuga, principalmente estimulada por los sectores “socialdemócratas” que buscan mantener, mediante su discurso populista y demagógico, su estatus de clase política dominante. Sin embargo, tanto en la elección de Arias como en el triunfo del TLC, se ha perfilado una nueva y fresca base de apoyo político y electoral que busca la modernización del país y que confía, después de décadas de escepticismo y desengaño, en la actual dirigencia política del país. No tengo la menor duda de que, después del 7 de octubre, Liberación Nacional no seguirá siendo el partido que fue durante el siglo XX. Y esto constituye un gran beneficio nacional.

Si en el caso de Liberación Nacional las cuestiones son de fondo, de toma de decisiones ideológicas y de vislumbrar el futuro, en el Partido Acción Ciudadana (PAC) la cosa es mucho más pedestre. La doble pérdida de las elecciones y del referéndum y la subsiguiente labor obstruccionista para la implementación del TLC, le coloca en una delicada alternativa. O decir que defienden al pueblo del TLC hasta la última gota de dignidad política que les quede o aceptar que equivocaron el papel de oposición derrotada y que, al transformarse en peso muerto, atenta gravemente contra la propia decisión popular que ellos mismos exigieron. ¿Qué sería de la vida política nacional si, recordando a Kant, convirtiéramos en norma universal esta actitud? En cualquiera de los dos sentidos en que resuelva tal dilema, el PAC no tiene por donde ganar. Es el perdedor neto y por partida doble. Aquí, ante la evidencia de una errática e interesada ideología política, de nuevo, es el pueblo el gran ganador.

Por el contrario, estimo que el Partido Libertario es uno de los grandes ganadores de esta contienda. No me refiero ni a cuestiones numéricas ni a cálculos electorales. Creo que su gran victoria se centra en su consecuencia ideológica y en el gran aporte que dio al debate sobre el TLC. Que ello se traduzca en caudal electoral y que ascienda en el “ranking” político, dependerá de muchos factores. Entre ellos, considero como sobresaliente la naturaleza de la oposición política que realicen en el futuro. Siendo parte de la ideología aperturista, su coincidencia con el gobierno resulta una buena sombra y, de saber explotarla, le puede ser más rentable que la mera oposición electoral. Pero, al mismo tiempo, esta indiferenciación genérica les obliga a realizar planteamientos más claros, más precisos y aceptables en la nueva corriente ideológica por la que ha optado el país. De nuevo, de esta clarificación, el pueblo resulta el gran ganador.

Hace ya tiempo que el Partido Unidad Social Cristiana (PUSC) le debe a los costarricenses una renovación ideológica de fondo e, incluso, me atrevo a decirlo, una opción más secular en cuanto a su propio nombre. Lenin decía que, en política, el nombre expresa las metas sociales. Considerado históricamente como el residuo más reaccionario y neoliberal de la política costarricense, sus orígenes en la doctrina social de la iglesia constituye un arcaísmo desproporcionado. Tanto en lo que tiene que ver con el carácter del “estado solidario” como con su identificación exclusiva con la iglesia católica. Esto no significa que los miembros de las distintas iglesias no puedan optar por la vía político electoral, sino solamente si el PUSC quiere ser ese tipo de partido. Y, en esta definición y precisión ideológica, el pueblo vuelve a ser el gran vencedor.

Queda, finalmente, la izquierda tradicional, aquella que sobrevivió la guerra fría y que aún vive bajo la permanente y patológica amenaza de un grave peligro extranjero. Alguien debería susurrarles al oído lo cercano que esa actitud se encuentra de la xenofobia. Sin duda que representa a un sector ideológico, aunque se trate de un sector electoral en plena extinción. No porque los ideales de la izquierda carezcan de alguna vigencia, sino porque son los ideales de esa izquierda obsolescente los que les mantiene alejados de la realidad, sin instrumentos analíticos científicos y luchando contra los más auténticos molinos de viento. De una u otra manera, esta evidencia de una visión política reaccionaria de la izquierda, constituye también un gran triunfo para el pueblo costarricense.

En este panorama, ya no tan confuso como aparecía antes del debate sobre el TLC y del referéndum, hay un claro vencedor: la sociedad civil costarricense. Esta, al margen de las agrupaciones y los movimientos electorales existentes, desafiando las tradicionales “líneas de partido” y acatando sólo a sus intereses ciudadanos, ha dado una lección a todas las fuerzas políticas nacionales y un gran aporte en la construcción de la democracia internacional. El pueblo costarricense no solamente ha ganado un elevado rango de aprendizaje y desempeño en la alta política, sino que ha sabido decidir colectiva y democráticamente su destino como nación.

8 de noviembre de 2007

3 de noviembre de 2007

La izquierda costarricense

Juan Diego López
Filósofo y analista internacional


La izquierda costarricense actual es un irrisorio modelo del pensamiento político e ideológico. De su época de esplendor y de su respetada influencia en la vida social del país, solo quedan algunas pocas páginas, más legendarias y épicas que apegadas a los hechos.

La historia de la izquierda costarricense es toda una prefiguración de los acontecimientos que llevaron a la derrota del socialismo internacional. Se dividió, se fraccionó y se disolvió más de un quinquenio antes de la caída del Muro y, para el momento de la desaparición de la Unión Soviética, ya el comunismo costarricense era parte del anecdotario nacional, Sin un soporte internacional, sin una base ideológica común, su militancia se dispersó en su apreciado activismo social o simplemente se desvaneció.

Aparte del efímero repunte en el gobierno Figueres Olsen, en el que connotados dirigentes de la izquierda ocuparon cargos, y la protesta por el “combo”, su extravío casi alcanzó la bicoca de un cuarto de siglo. Veinticinco años de vida errática y centrada en reivindicaciones muy locales, dejó a la izquierda costarricense, literalmente, al garete..., digamos, al garete del sindicalismo.

¡Pero he aquí que llegó el TLC! Y, con él, la ansiada oportunidad para una renovada cohesión ideológica. Pero no se vaya a creer que sobre la base de una renovada interpretación de los fundamentos del desarrollo de la sociedad del siglo XXI. No señor. Ya ni siquiera (lo cual era patrimonio y orgullo de la izquierda) a partir de posiciones proactivas, de acciones propositivas y del maravilloso vuelo de la imaginación que hizo de la América Latina el modelo de la lucha contra la injusticia. No, no. Sólo acataron a desempolvar los más viejos manuales de la guerra fría y ya, en la primera oración, llegó la respuesta de clase (quiero decir, de clase obrera): “¡No al imperialismo! ¡No al TLC!”

Es así como, de revolucionarios, de mentes abiertas y plagadas de ideas, de galaxias de proyectos y ensueños, la izquierda pasó a ser un simple, rotundo y reaccionario NO. Asimismo, la estrategia metodológica y analítica, que buscaba desentrañar y resolver los problemas sociales, se transformó en un extraño “sospechosismo”. ¡Incluidas las leyes de la historia son sospechosas de favorecer el TLC! La política, como la definiera Fidel Castro, de repente dejó de ser el arte de sumar y se transformó en el arte de restar los votos que representan la mayoría. El arte de la disertación, de la polémica y la discusión (tan apreciado por Lenin) se ha transformado en un agrio aderezo de insultos y argumentos ad hominem.

No hablemos de las alianzas con el moralismo filo fascista, ni con la corruptela sindical, ni con el clero reaccionario... En fin... No puedo tolerar que esas mentes obtusas y primitivas se arroguen para sí el calificativo de “izquierda” y los grandiosos ideales que esta filosofía ha aportado a la humanidad. Que no se vaya a creer que toda persona que provenga de la izquierda pertenece a esa ralea.

3 de noviembre de 2007

18 de octubre de 2007

La “victoria” del NO

Juan Diego López

La victoria del NO es una exraña versión de lo que significa ganar. Primero porque este grupo resultó desintegrado y ahora sólo lo forman los sindicalisas y las organizaciones estudiantiles. Es decir, un grupo que representaría un sector laboral y productivo para dejar boquiabiertos a los ciudadanos y a cualquier economía mundial. Pero, además, su análisis de los resultados del referéndum y de la tareas por venir, es verdaderamente patético. Para comprender eso, visite la página de la ANEP en la dirección:

http://www.anep.or.cr/

Allí se encuentran varios comentarios, entre los cuales les recomiendo los de Wim Dierckxsens, Ana Iztarú y Ronald Vargas. Sin embargo, no se pierdan el de Walter Antillón, el de Bryan González y el de Ángel Rivera. Les aseguro que la fatiga vale la pena y se van divertir de lo lindo.

El de Dierckxsens es simplemente increíble. Se denomina “Más allá del referéndum sobre el TLC de Costa Rica” y uno de sus párrafos dice:

“La victoria del NO en Costa Rica es de haber construido poder popular. Hubo un proceso de politización nueva que se desarrolló en torno al referendo en general y a través de la labor del los comités patrióticos en particular. Se demostró que los movimientos sociales pueden presentar proyectos políticos alternativos que no representan los intereses del poder local y del imperio. De ahí podrán emerger futuras campañas más radicales en el país. Es de esperar que de aquí a Febrero de 2008 la lucha se intensificará tanto en el asamblea legislativa como en la calle en torno a las leyes que ha de aprobar dicha asamblea legislativa de Costa Rica en torno a la "liberalización" de las telecomunicaciones, los seguros, los patentes y los derechos de propiedad intelectual, entre otros. Si cualquiera de esas leyes no cumple con las exigencias impuestas por EEUU en las negociaciones del TLC, el tratado no entrará en vigencia. La lucha social por una alternativa a los tratados de libre comercio ha perdido una batalla importante en Costa Rica, pero aun no la guerra (Sic)”.
http://www.anep.or.cr/leer.php/1842

Según él, lo que existe entre el sí y el no es un poder popular, que tiene un proyecto político (del cual lo único que se conoce es su carácter sedicioso) y augura la emergencia de campañas futuras más radicales mediante la oposición callejera a la agenda de implementación. Para él, bastaría derrotar una de estas leyes para derrotar el TLC. Pero vean lo que dice a renglón seguido:

“Asimismo son de esperar reivindicaciones en el continente de que ningún gobierno adhiera a un TLC sin una consulta popular democrática. La coyuntura internacional se torna cada vez más favorable al proceso de desconexión, incluso en EEUU. Las tesis proteccionistas suelen sonar cada vez más en el Congreso norteamericano ante la pérdida de competitividad de su economía norteamericana y ante la amenaza de una recesión a partir de la imperante crisis en el sistema financiero. Es de dudar que las tesis de libre comercio se sostengan en el Congreso norteamericano después del 1 de marzo de 2008 ante la campaña política en EEUU. Con las grandes derrotas militares en Medio Oriente y una crisis económica encima, la política se tornará cada vez más proteccionista, un entorno donde la desconexión tendrá la coyuntura más a su favor (Sic)”.

Dice que una reivindicación es que, luego del ejemplo costarricense, ningún gobierno suscribirá un TLC sin consulta popular. Sin embargo, como en el caso de Costa Rica, si esa consulta no les favorece, no dudan en desacreditarla y rechazar sus resultados. O sea, lo que resulta una victoria del NO es realizar un referéndum para luego desconocer sus resultados. Pero aún más insólito resultan las afirmaciones siguientes. El curita este reza, pide a dios y augura que retorne el régimen proteccionista a la política exterior norteamericana (que pronostica será la posición de los Demócratas) y que, ojala, gracias a la “desconexión”, nos quedemos sin acceso al mercado norteamericano. ¡Esa, entonces, sería la salvación de nuestro país! ¡Ave María! ¡Ciégalo Santa Lucía!

No creo que el autor de esas líneas pueda apelar a su pobre manejo del español para justificar tales aseveraciones ni que la ANEP tenga argumentos para apoyar tales dislates. Es claro que el sindicalismo está buscando motivos, razones y coartadas para su política subversiva.

El de Ana Iztarú es todo un pecado. Un lamento personal contra los idealistas y dice, francamente, cosas incoherentes. Como cuando se está muy tronado y confundido por los resultados de las urnas. Compruébelo usted mismo en:
http://www.anep.or.cr/leer.php/1838. Les transcribo un par de párrafos para saborear esta rareza:

“Algo cercano a un idealista podría ser hoy alguien que no quiere que muera cierto tipo de pez, alguien que intuye que el universo, sin él, nunca será lo mismo, aunque esto parezca un despropósito a la gente sensata. “La gente sensata, que aún y por el momento no se ha extinguido, no puede comprender, por ejemplo, que un pez insignificante pueda obstruir un negocio de ganancias irrefutablemente pingües”.

Y después de toda esa rara elucubración, que habría de terminar en un vehemente llamado a la lucha, la chica se desarma en la más profunda y personal angustia existencial y termina su artículo así:

“Qué quieren que les diga. Tengo nostalgia”.

¡Como si el referéndum y todo el mundo circundante dependiera de su estado de ánimo personal! Pero el aderezo “femenino” para las descabelladas ideas sindicalistas está dado: es nostálgico. Ahora, los ingredientes se mezclan y se añade un poco de rabia y estupor sacerdotal. Ronald Vargas, en su artículo “Perdonen, pero para quien vive de esperanza, no hay ni habrá derrota”, sostiene que el núcleo de la institucionalidad costarricense (la Sala Constitucional, la Asamblea Legislativa y el Tribunal Supremo de Elecciones) es la “Santísima Trinidad” del fraude. Y muy amargamente dice:

“Me imagino que a ustedes les pasó lo mismo… Ayer 7 de octubre pasé una noche terrible, el cuerpo que me pedía a gritos que lo dejara descansar, mientras la cabeza aturdida navegaba en un mar de explicaciones inexplicables”.
http://www.anep.or.cr/leer.php/1833

No resisto la gana de decirle a este otro curita que yo, mi familia y la cantidad de amigos que vinieron a mi casa a esperar los resultados, no sufrimos tal crisis. Al contrario. Saltamos de alegría, brindamos, nos felicitamos, brindamos, nos felicitamos, brindamos, nos felicitamos. Hubo discursos, brindis, reconocimientos a la inteligencia del pueblo, brindis, admiración por el proceso, brindis, y, finalmente, un brindis por el entierro definitivo de los dinosaurios políticos más nocivos que ha conocido nuestra patria, tales como Luis Alberto Monge, Rolando Araya, Rodrigo Carazo y sus carazitos, Humberto Vargas, Gloria Valerín, Albino, Fabio Chávez, Villasuso, Epsy, Ottón y a los numerosos desaparecidos en campaña. Es cierto que hay que ser benevolente en la victoria, pero permítanme decir que es de lo más rico triunfar y que tenemos el derecho de regocijarnos y de celebrar salvajemente, sobre todo, por la magnificencia de lo que ganamos: la soberanía y la inteligencia popular.

No podemos seguir analizando cada uno de los patéticos comentarios que presenta la página de la ANEP. Sirvan los casos señalados para aportar un panorama de los principales derrotados en el referéndum, de su actitud inmadura y revanchista y para invitarlo a visitar este entuerto costarricense.


17 de octubre de 2007

16 de octubre de 2007

El patriotismo sindicalista

Juan Diego López

Hace ya mucho tiempo que el sector sindical se cree dueño de la verdad y de la representación política de nuestro pueblo. A pesar de que, tanto en las elecciones presidenciales como el en referéndum, el pueblo se ha manifestado en contra de sus llamados, insisten en contar con una “aura” divina. Como ya lo he dicho, creen que entre el sí y el no hay una razón intermedia que les pertenece y que les da un derecho trascendental para dirigir la patria desde las calles.

¿Por qué los sindicatos se han opuesto en forma tan desmedida al TLC? ¿Es que hay razones ocultas e intereses gremiales y personales de tal peso como para amenazar incluso con la subversión? Por supuesto que sí y veamos algunas razones.

Las Convenciones Colectivas, el pacto entre instituciones y sindicatos para el mejoramiento de las condiciones laborales, desde el principio, fueron utilizadas como instrumentos de privilegios desmedidos. Un poco en broma, pero muy en serio, en el mundo sindical se les denominaba “La carta al Niño”. Naturalmente, las instituciones no estaban obligadas a su aprobación, pero se encontraban inermes ante la fuerza de la presión sindical. A sindicatos más fuertes y beligerantes, más prerrogativas, regalías y sinecuras.

Entre estas figuran reconocimientos extremos del fuero sindical (se dice que la mayoría de los líderes sindicales del NO se pensionarán sin haber trabajado un solo día en los cargos para los que fueron contratados), la recalificación de salarios del personal administrativo en detrimento del personal técnico y profesional, el establecimiento de fondos especiales de ahorro y préstamo en los que la institución aporta hasta un 75% por ciento del monto de cada trabajador sindicalizado y la construcción de centros recreativos por sumas millonarias, a cargo de la institución y a costas de los fondos públicos, para uso exclusivo de los miembros del sindicato.

Pero aquí no termina la “carta al Niño”. Existen otros “incentivos” que los sindicalistas quieren defender al son de la lucha contra el TLC y utilizando los “comités patrióticos”. Basten algunos ejemplos y tomando el caso más desvergonzado de nuestro país. En JAPDEVA, los empleados tienen un reconocimiento económico adicional para quienes llegan puntualmente a trabajar; tienen derecho a seis o siete días al año de asueto, deteniendo la actividad económica del país y generando pérdidas por millones de dólares, mientras los trabajadores beben piñas coladas y toman el sol en la playa; tenían el derecho, recientemente derogado por la Sala Constitucional, a trabajar sólo seis horas al día (dado lo “agobiante” de su trabajo) y percibir un salario completo; poseen un plan vacacional familiar, todo incluido y costeado por la institución, que les permite escoger destino y negociar su ampliación y alcance.

El sindicalismo, este que no acepta el resultado del referéndum, luego de haber participado y dilapidado los fondos de sus asociados, está defendiendo intereses espurios. Paralizar las instituciones en cada convocatoria sindical, sin siquiera mantener un operador telefónico; poseer prioridad para la constitución de Sociedades Anónimas Laborales (SAL), que ha enriquecido a connotados líderes sindicales, apropiándose de diversos servicios (seguridad, conserjería, información y asistencia al cliente, alimentación y todos los aspectos logísticos y de aprovisionamiento de materiales) y que representan ingresos de miles de millones de colones.
Estos mismos, que gritan “corrupto” a cualquiera que no apoye su “patriótica” iniciativa contra el TLC, deben ser denunciados en su odiosa maniobra por defender sus pingües negocios a costas de la ingenuidad de los universitarios. Al menos, brindemos la posibilidad de que estos últimos sepan por qué y cómo se convierten en tontos útiles de aquellos “patrióticos” tagarotes.


16 de octubre de 2007

La hora de la verdad para el sector universitario

Juan Diego López

Muy contentos deben declararse los líderes universitarios por su patética actuación como el novato aprendiz de brujo: han desatado fuerzas que ya no controlan y que comprometen y cuestionan su propio credo democrático. Esta responsabilidad, de acuerdo con el diputado Óscar López, recae sobre el rector Eugenio Trejos, la ex rectora Sonia Marta Mora y sobre el decano Henry Mora. Al primero de ellos, cuando se encontraba en la tribuna de la derrota, el domingo 7 en la noche, y pedía calma a las fuerzas que ayudaron a crear, le gritaron: “¡Callate, corrupto!”. A continuación, los televidentes presenciamos una verdadera y desesperada huída de la tribuna de los dirigentes del NO y luego nos enteramos de que, sus propias turbas, agredieron al rector Trejos en su acongojante escape del lugar.

Aun así, abandonado por su segunda y su tercero al mando en el NO, el rector Trejos participó en la reunión “Usindical” realizada en la UCR con el expreso propósito de desconocer el resultado del referéndum y tomar acciones callejeras en contra de la decisión mayoritaria del pueblo. Allí se escucharon voces de revancha, insufladas de juvenil y utópica rebeldía, y llamados a la violencia, provenientes de viejos sindicalistas que ya no tienen qué perder y sólo ganar en una situación de caos y anarquía social. Ante estas fuerzas desatadas, exaltadas y sumamente peligrosas por sus reiteradas manifestaciones en contra de la institucionalidad, el rector Trejos optó por su descalificación y deslegitimación. Según él, el grupo allí reunido no representaba a la totalidad de los “comités patrióticos” y, como resultado, fue relevado de todos sus cargos de dirección en el restante grupo del NO.

El ejemplo de estos dirigentes universitarios no debe pasar desapercibido. Junto a los rectores y a los consejos universitarios de las universidades públicas nos dan una invaluable lección cívica. Nos dicen que su equivocada toma de partido institucional, que la utilización de los recursos de la academia para instigar a los estudiantes contra la democracia y que la alianza ciega con el fanático sector sindical, resultó un equívoco de proporciones descomunales y de implicaciones que amenazan gravemente la institucionalidad democrática de nuestro país. Ahora, cuando la pesadilla de la alianza universitario-sindical contra la democracia hace temblar a los Trejos y a los Mora, queda en evidencia el irresponsable e interesado manejo, que el diputado Óscar López denunció, por parte del movimiento del NO.

Ya es la hora de que la dirigencia universitaria reconozca el grave error en el que incurrió y se desligue de esa alianza antipatriótica, subversiva y sediciosa que han puesto en marcha. Es la hora para que dé la cara ante sus bases estudiantiles y reconozca ante ellos que son sólo académicos, no políticos, y que sus actos durante la campaña no pretendían desestabilizar ni el estado de derecho ni la institucionalidad costarricense. Es la hora, en suma, de ser valientes y de reconocer los excesos de una fiesta patriótica que ellos mismos transformaron en una anunciada orgía antidemocrática, intolerante y revanchista. Veamos de qué madera están hechos estos dirigentes y sepamos si sus intenciones son las de lanzar a Costa Rica por la senda de una confrontación civil, en estrecha alianza con el sindicalismo decadente, o de rescatar la sensatez y de ser protagonistas de la historia democrática del siglo XXI.

Veamos qué calidad de maestros son y si es posible que la sociedad pueda confiarle a ellos la formación de nuestra juventud.


16 se octubre de 2007

15 de octubre de 2007

Las contraPACdicciones

Juan Diego López

Dos cosas hay que reconocerle al PAC como verdadera contribución patriótica en la coyuntura post referéndum. Primera, como partido político, con diecisiete diputados en la Asamblea Legislativa y con aspiraciones futuras a ejercer el poder, se separó de la masa amorfa del NO. Segunda, se comprometió públicamente a no ser obstáculo parlamentario para la aprobación de las leyes que, de por sí, son parte del TLC y a favor del cual el pueblo se pronunció contundentemente. Estas dos manifestaciones bastarían para reconocerles una actitud responsable y consecuente con los valores y la institucionalidad democrática en la que tanto han confiado ellos como partido político.

Sin embargo, al mismo tiempo que esas dos declaraciones abstractas, las posiciones concretas de sus líderes políticos y parlamentarios muestran un extraño, indescifrable y casi patológico doble discurso. Déjenme explicar por qué y veamos si exagero en mis adjetivos. No voy a abundar en la primera reacción de los líderes del PAC ante la derrota y el innecesario regateo de los resultados. Digamos que esa es la “feria” de su errática concepción de la contienda civil y de su confusa idea de que entre el sí y el no hay algo intermedio que les pertenece y que tiene un valor intrínseco superior.

Lo que llama la atención, aunque a la postre no sorprende, es su decisión de no votar o de votar negativamente las leyes complementarias al TLC. A pesar de la discrepancia política que ello implica con el resultado del referéndum, que les obliga moralmente como diputados a votar la implementación del TLC, ponen como condición lo que han llamado dramáticamente “agenda de mitigación”. Allí se plantean cuestiones plenamente aceptables, como el incremento del presupuesto para la educación, el establecimiento de un presupuesto para la investigación científica y tecnológica, la previsión de normas para ampliar el concepto de “banca de desarrollo” y otras más.

No obstante, aun en el caso de que esos importantes planteamientos sean incorporados a las leyes complementarias, aun cuando se copiaran textualmente sus demandas, el PAC votaría en contra. Es decir, se abstendrían o votarían en contra de su propia “agenda de mitigación”. Según ellos, van a vigilar que las leyes complementarias no se pasen un ápice de lo establecido en el TLC, van a presentar “mejoras” y contando en su poder con la varita mágica de la “mitigación”, aun así, se abstendrían o votarían en contra de esas leyes. No hay duda de que el PAC goza de una ideología política tremendamente coherente y sólida.

¿No sería más fácil, más claro y más responsable acatar la decisión popular antes que convertirse en un peso muerto y agravar la farsa política que están protagonizando ante la historia?


15 de octubre de 2007

9 de octubre de 2007

¿Por qué ganó el SÍ?

Juan Diego López

He escuchado de diferentes fuentes del NO la urgente necesidad de analizar la razón que llevó a la mayoría del pueblo costarricense a votar SI al TLC. En familia, nos cruzamos una rápida mirada de incredulidad y asombro. ¿Es que hay razones esotéricas, acusmáticas, indescifrables e incomprensibles? ¿Es que el triunfo del SÍ es un hecho inexplicable y que raya en el ámbito de los eventos paranormales o de los encuentros del tercer tipo? No es fácil reponerse cuando se pasa de una amplia situación de ventaja, que ya en la recta final les otorgaban ciertas encuestas, a tropezar con el veredicto contundente de la votación. Es como estar ganando el partido tres a cero, ya en los últimos minutos, y terminar perdiendo cuatro a tres. Es cierto: es muy doloroso. Pero a todos nos ha pasado y, como se suele decir en el ambiente futbolero, no se vale el intento de ganar en la mesa lo que se perdió en la cancha.

Con la salida del PAC del grupo del NO, debido a sus responsabilidades partidarias; con el violento rompimiento del sector sindical, en medio de acusaciones de corrupción y de amplias recriminaciones por la conducción de la campaña; con la renuncia del diputado Óscar López y su apoyo al TSE y a la pureza del referendum; y, finalmente, con las manifestaciones de respetables líderes políticos que, con madurez de estadistas, aceptaron el triunfo del SI y dieron por finalizada la razón de ser de ese movimiento; en virtud de estos hechos, pues, el grupo del NO entró en un vertiginoso proceso de obsolescencia. En menos de veinticuatro horas quedó fragmentado y políticamente disuelto.

Esto demuestra la inconsistencia y fragilidad de este grupo que pretendía dirigir nuestros destinos como nación. Asimismo, muestra el talante estadista de sus dirigentes y el grado de cohesión (política, ideológica y hasta moral) de las facciones que representaron. No hay duda de que este hecho, reconocido por muchos de sus propios representantes, desde hace meses, no fue un modelo aceptable de organización política ni de coherencia ideológica para los costarricenses. La mezcla del sindicalismo izquierdoso, del universitarismo exaltado y del confuso paquismo, no resultó potable. He aquí la primera y la más profunda razón de la victoria del SÍ.

Pero, en el curso de los últimos diez días previos al referendum, estos distintos grupos cometieron errores de mucha monta que tratan de ignorar ahora. Quizá ya envalentonados por los resultados de ciertas encuestas, que les presentaron el espejismo de una ventaja de hasta doce puntos, e insuflados de un comprensible triunfalismo, pensaron asestar el golpe final que rematara al adversario. Al sector académico le pareció una idea brillante involucrar la cuestión religiosa y pronto contaron con el grupo que llevaría a cabo la misión. Incluso, colocar a la cabeza de los noventa y tres curitas a un obispo retirado parecía genial. Sin embargo, el resultado fue una seria trasquiladura. ¡Asegurando actuar bajo la asesoría del Espíritu Santo en persona, declararon pecado votar por el SÍ! En un país tan reputadamente católico, aquello resultó una afrenta, no sólo a la fe, sino principalmente a la inteligencia. Este fue en primer gran error coyuntural que favoreció al SÍ.

En medio de las airadas reacciones que tal declaración provocó, el sector sindical se lanzó a la palestra. Empleando los inmensos recursos económicos de sus afiliados en todos los frentes sindicales, desde los trabajadores de las instituciones públicas (el ICE, la Caja) hasta las asociaciones de maestros y profesores y, poniendo en marcha su reconocida experticia en la movilización y la lucha callejera, organizaron una imponente manifestación en San José. Bajo un modelo de “lucha” muy socialista, de muy cercana naturaleza al motín callejero, a las barricadas, a gentes con pasamontañas lanzando cocteles molotov y apedreando transeúntes, tampoco resultó un escenario convincente para nuestro pueblo. Todo lo contrario. La clara intromisión venezolana en favor del NO, la campaña permanente que la prensa cubana realizó en el campo internacional contra el TLC y la aparición de comandos de Al Qaeda en Nicaragua, no podían constituir sino la peor de las pesadillas para la mentalidad costarricense. Indudablemente, el NO creó un entorno de miedo y el SÍ resultó la alternativa contra aquella temible posibilidad.

Y, para cerrar con broche de oro, a Ottón Solís se le ocurre traerse al país a los congresistas Sanders y Michaud, presentarlos como grandes aliados de nuestro país y como garantes de la fementida “renegociación” del TLC. No creo que ni entre los peones de su finca resultare exitosa esta maniobra; pero, menos aún, entre la población costarricense. Como ya lo he dicho, baste digitar esos nombres en un buscador de Internet para quedar boquiabiertos. No es que apoyen el NO a este TLC y que vengan a defender los intereses patrióticos de Costa Rica. No señor. Su mentalidad aislacionista y proteccionista y su ideología fundada en el exclusivo “interés nacional” de los Estados Unidos (en el más clásico pensamiento de Morgenthau o de Kissinger), les hace enemigos de cualquier TLC que firme su país. Es decir, vinieron, invitados por Ottón Solís y por el PAC a defender, en nuestras propias narices, sus intereses pura y declaradamente imperialistas. Sin duda, este hecho, que resultó otro torpe insulto a la inteligencia nacional, significó el golpe de gracia para las pretensiones del NO e inclinó definitivamente la balanza a favor del SÍ.

Ahora lo central es que en el referendum no hay “aprobación ajustadísima” ni “empate técnico”: hubo aprobación. Punto. Aunque hubiera sido por un único y solo voto, igualmente el SÍ hubiera ganado legítimamente. Esas son las reglas de la democracia: la mayoría manda. La sociedad costarricense, convertida en Congreso Nacional para tomar en sus propias manos, sin delegación de ningún tipo, el ejercicio de la soberanía votó por el TLC y su decisión debe ser respetada en todos sus extremos, incluida la aprobación de la llamada agenda complementaria. Como manifestación popular, como expresión libre y soberana del pueblo, es un mandato inapelable.

Por ello no se vale cuestionar ni condicionar sus resulados. Pero sí queda claro que, ni en este principio elemental de la democracia participativa ni en el tema de la autocrítica, los del NO son capaces de dar ejemplo. Para ellos, la derrota sólo se explica por factores externos: como parte de una vasta conspiración de la Sala Cuarta, del Tribunal Supremo de Elecciones, del Poder Ejecutivo, de la Casa Blanca, de las transnacionales y, ahora, también de los observadores internacionales. Se meten a jugar y no aguantan y, luego, cuando pierden, arrebatan.


9 de octubre de 2007

6 de octubre de 2007

La “nicaraguanización” de Costa Rica

Juan Diego López

Los argumentos del grupo del NO han quedado formulados para la historia y sus réplicas han sido dadas en los dos últimos días en forma contundente. INTEL, Proctor and Gamble, Atlas Eléctrica, Sardimar, Firestone, la industria de los textiles e infinidad de servicios (como los Call Centers) avisan su intención de trasladar sus actividades de no aprobarse el TLC el día de mañana.

Asimismo, las más altas autoridades comerciales norteamericanas han sido claras en volatilizar las ilusiones de la “renegociación” y de la “perpetuidad” de la Iniciativa de la Cuenca del Caribe. Como dijo el comentarista de CNN, si Costa Rica no se monta en el barco ahora, ya no tendrá cuando y esto afectará su credibilidad para la firma de otros tratados comerciales, en primer lugar, con la Unión Europea. Costa Rica pasaría al más oscuro aislacionismo que país alguno haya escogido. Estaría sola contra el mundo, sin socios ni aliados, ni en la región ni en el mundo.

Ottón Solís ha dicho que Costa Rica tiene muchos “buenos amigos” en Estados Unidos (sin entrar a hablar de los que trajo aquí) y este es su argumento de fondo para sostener las tesis de la “renegociación” y de la “perpetuidad”. Según él, como nos quieren tanto, estarán felices de que rechacemos este tratado y nos mantendrán privilegios arcaicos. Además, esta será la razón fundamental para convencer a las empresas citadas para permanecer en Costa Rica. Le piden a la inversión de cientos de millones de dólares y a la creación y mantenimiento de cientos de miles de empleos que se base en la “buena voluntad” que él predica.

Ahora la cuestión no trata sólo de la expansión y multiplicación de empleos, de la posibilidad de contar con una juventud que crea y tenga futuro. No. Ahora se trata de la pérdida de nuestro actual estatus, de la pérdida de cientos de miles de puestos de trabajo y del más violento empobrecimiento de nuestro país, se trata, en suma, de la “nicaraguanización” de Costa Rica.

No pasará mucho tiempo para que nos convirtamos en los principales inmigrantes de la región, en los principales “espaldas mojadas” y que nuestros destinos sean República Dominicana, Guatemala y Nicaragua. Esta realidad está claramente predibujada en las declaraciones de las más importantes empresas, en las declaraciones de Susan Schwab y en las propias manifestaciones del ex presidente William Clinton. Al perder una oportunidad de oro, que no tendrá alternativa alguna, Costa Rica no sólo se estancaría, sino que retrocedería y caería en un verdadero abismo de pobreza como nunca lo ha conocido.

Esto es lo que debe reflexionarse esta noche y lo que debe presidir la decisión de mañana en las urnas. Acudir con la certeza de que no se trata de una decisión política, de que no es una lucha “antiimperialista” o socialista: se trata de una lucha por mantener y profundizar los beneficios comerciales, la ampliación de las fuentes de trabajo y la inserción de Costa Rica en el ámbito internacional. Se trata, pues, de votar por nosotros y por el futuro de nuestra juventud.


6 de octubre de 2007

29 de septiembre de 2007

La ICC y la cuestión marítima

Juan Diego López

Poco a poco, la maraña de dislates, mentiras y sofismas que ha montado el grupo del no empieza a deshacerse y a dejar el verdadero sedimento de su accionar. Todo parece reducirse a tres cuestiones, una más falsa que la otra. La primera de ellas es que Costa Rica no corre el riesgo de perder los beneficios de la Iniciativa de la Cuenca del Caribe (ICC) de no aprobarse el TLC. La segunda es la irresponsable idea, difundida con tanto empeño, de que podríamos renegociar el TLC con Estados Unidos. Y la tercera cuestión es la defensa a ultranza de un supuesto modelo de desarrollo “solidario” que se encontraría en peligro y que desaparecería como consecuencia del TLC.

Por el momento, concentrémonos en la primera. Esta es una cuestión verdaderamente cómica y provoca una gran ternura por su absoluta ingenuidad. Pretenden vendernos una idea que, más allá del desatino que significa, cree que los costarricenses somos tontos y que no reconoceríamos el más soez de los insultos a la inteligencia nacional. La ICC es una iniciativa unilateral de Estados Unidos, establecida hace más de veinte años, al calor de la guerra fría (cuando Centroamérica constituía uno de los puntos más calientes del planeta) e inspirada en una ideología de la cooperación internacional de naturaleza asistencialista. Representa ya un paso distinto a la tradicional “ayuda”, del tipo de la “Alianza para el progreso”, dado que constituye la apertura del mercado a los productos de la región; sin embargo, no se basa en un acuerdo recíproco ni su existencia se encuentra apoyada en la legalidad internacional. Es una iniciativa de buena voluntad y depende de que esta exista hacia el beneficiario y de que el otorgante la considere oportuna. Por su naturaleza voluntaria y unilateral, nada obliga al otorgante a su perpetuación. Su existencia solo depende de que Estados Unidos considere favorable a sus intereses exclusivos su mantenimiento y prolongación. Aquí lo importante es que el TLC es la legalización e institucionalización de la ICC y su respaldo jurídico mediante un acuerdo recíproco.

Nadie, en su sano juicio, podría afirmar que Estados Unidos condicione la ICC a la aprobación del TLC. ¿Para qué ICC si hay TLC? Pero si la Cuenca del Caribe, a quien estaba dirigida la ICC se integra al TLC, ¿para qué la ICC? ¿Qué razones motivarían a Estados Unidos a mantener la ICC sólo para Costa Rica? ¿Es que les somos indispensables? ¿Es que si deciden eliminar la ICC, como consecuencia de que la región se integra al TLC, necesitan en forma desesperada mantener este privilegio a Costa Rica? ¿Es que necesitan de nuestros excepcionales yacimientos petrolíferos, de nuestras fabulosas minas de diamantes, de esmeraldas y de uranio? ¿Es que les somos sumamente simpáticos?

“¡Ahhh! -diría el oceanógrafo Quirós- ¡Quieren nuestro mar!” Y tiene razón de sospechar... El domo biológico más extraordinario del planeta adonde, literalmente, se crea la vida, casi seiscientos mil kilómetros de subsuelo plagado de riquezas insospechadas, un verdadero oasis en el desierto del cambio climático y de la destrucción del planeta. ¿Sería por esto que, a pesar de que toda la Cuenca del Caribe se integre al TLC, nos mantendrían en forma exclusiva la ICC? ¿Quieren nuestro prodigioso territorio marítimo?

No creo que haya quien no lo quiera. Pero veamos la situación. Estados Unidos no ha firmado ni reconocido la Law of the Sea. No reconoce las doscientas millas de mar patrimonial y, debido a su enorme poder naval (militar y empresarial), sólo acepta una territorialidad de doce millas. Así puede navegar, explotar y saquear a su antojo las riquezas de todo el mundo. Actualmente, Estados Unidos puede explotar nuestro mar patrimonial impunemente (ése al cual se refiere Quirós) y no hay fuerza legal que les impida usurpar y ocupar ese territorio para sus propios fines. Sin embargo, mediante el TLC, Estados Unidos no sólo reconoce la territorialidad costarricense de sus seiscientos cuarenta mil kilómetros, sino que se compromete, mediante la legalidad e institucionalidad internacional que respalda los tratados, a respetar los acuerdos que en esta materia el país haya firmado, incluida la Law of the Sea y su soberanía sobre sus doscientas millas. ¿Por qué lo hará? ¿Es que repentinamente se volvieron buenos con nosotros? La respuesta a estas preguntas nos llevaría al capítulo del desarrollo actual del capitalismo, que ya he tratado en otros artículos y que nos desviaría del tema actual. Lo cierto es que nuestros negociadores, tal y como se refleja en el texto del TLC y al margen de cómo otros países involucrados lo hayan hecho, consolidaron los intereses nacionales en esta materia.

Por ello insisto en calificar de irresponsable e inconsecuente la tesis de optar por la ICC antes que por el TLC. No sólo porque quedaríamos aislados en toda la región y dependiendo de la voluntad estadounidense (de sus políticos de turno y de los vaivenes de la política internacional) sino porque quedaríamos desprotegidos en uno de los principales aspectos que el grupo del No ha empleado como argumento de peso. ¿Cómo protegería la ICC nuestro mar patrimonial?



29 de setiembre de 2007

28 de septiembre de 2007

El poder de la mentira

Juan Diego López

El poder de la mentira es tan grande que todo lo explica fácilmente. Por eso resulta más accesible que la verdad. La mentira implica dos cuestiones reales: referirse a los hechos e interpretarlos. Si así no fuera, no habría mentira alguna porque sería un absurdo. Aunque hay mentiras absurdas, el absurdo no es la base de la mentira; la base real de la mentira es la realidad.

Al contrario de lo que podría pensarse, la mentira no busca el engaño. Es decir, la mentira no busca dar por sentado algo que sea falso. La mentira se propone confundir y, eventualmente, a fuer de repeticiones y falsedades, mostrar la realidad mentida como un hecho real. Mentir es falsificar: crear una falsa realidad, basada en hechos reales, pero fundamentada en mentiras puras, en interpretaciones abusivas o en la simple mala fe.

La mentira es la más fácil de las conceptualizaciones porque apela a los sentimientos y jamás a la razón. Habla de lo inmediato. De lo “evidente”, de lo “palpable” y de lo “real”. Por eso, la mentira promovía el geocentrismo, porque lo evidente y palpable era que el sol giraba entorno a la tierra y la tierra habría de ser el centro del Universo. Era mentira no porque no pareciera real, sino porque se exigía su realidad. Hoy día, la exigencia inquisitorial de antaño se transforma en un asunto de “principios”, en algo que se debe creer porque hay ciertas fuerzas superiores que lo exigen.

Las mentiras sobre el TLC exigen una posición de “principios”. Como dijo Ottón Solís, no hay que leerlo para saber que es malo; como dijo Salom, no hay que saber de asuntos internacionales para entender que nos van a convertir en productores y consumidores de armas; como dijo Freddy Pacheco, no hay que leerlo para saber que se van a tomar nuestra agua o como dijo Guillermo Quirós, quién hizo, eso sí, una lectura ideológica y que no resiste ni un examen lógico, y menos jurídico, que vamos a perder nuestro mar patrimonial.

El poder de la mentira es tan doloso que Ottón Solís se trae a dos congresistas estadounidenses, declarados defensores de la supremacía norteamericana, sobre todo, contra América Latina y que han votado en contra de cualquier beneficio para nuestros países y, especialmente, contra Costa Rica. Basta digitar los nombres de Bernard Sanders o Michael Michaud para saber la clase de anti latinoamericanistas y de racista que son. Que hayan votado en contra de nuestro país (y que tengan la desvergüenza de venir a hablar contra el TLC) no es lo relevante: lo que importa es que sea Ottón Solís quien los traiga para hablar a favor de los intereses estadounidenses. No en vano, se ha hablado en el sistema judicial de un caso de verdadera traición a los intereses nacionales.

El poder de la mentira no respeta ni siquiera investiduras. Un grupo de sacerdotes, formado por muchos que ahorcaron sus hábitos tiempo ha, que no son ni siquiera aceptados por la institucionalidad vaticana y comandados por Ignacio Trejos, un fanático, clasista y quien quisiera que los ticos fuéramos todos campesinitos ignorantes y obedientes de sus propias perversiones religiosas, vienen con sotana a decir que no. Dejaron a su mujer en casa, a sus amantes en la de ellas, a sus hijos en el kinder de lujo y aparecen con cara de inocentes como si de veras fueran sacerdotes. No en vano la curia los desautorizó: son apostatas y falsarios que viven la vida en una doble y vergonzosa moral. Se pintan de curas cuando les conviene y cuando no, se transforman en padres de familia, en donjuanes o gente disoluta como cualquier otra persona. Ahora se ponen cuello y sotana para decir que están en contra del progreso.

El poder de la mentira es enorme y no respeta nada. Critican que la resolución de disputas se dé en organismos internacionales, se rasgan las vestiduras por la traición a nuestra propia legalidad, pero José Miguel Corrales no duda en llevar sus delirios a tribunales internacionales y acusar a nuestras instituciones de parcialidad. Su intención no es fortalecer sino sembrar la duda y socavar. El más fracasado de los políticos de los últimos tiempos, quiere vengarse de los costarricenses porque nunca lo consideraron apto para gobernar.

El poder de la mentira tiene ribetes tecnológicos. El rector Trejos se ha desecho en disculpas por sus declaraciones contra Canal 6. Ha dicho que, mañana 28 de setiembre, pedirá espacio en la prensa para aclarar su actitud contradictoria y xenofóbica. ¿Cuánto recibe el ITCR por vía de la cooperación internacional y cuánto podría dejar de percibir? ¿Hasta adónde pone este rector en peligro el financiamiento futuro de la institución? ¿Renunciará por ello?

El poder de la mentira, la doble moral y la desvergüenza son enormes. La discusión acerca del TLC lo ha mostrado: ha sacado a relucir el talante de nuestros líderes políticos y de nuestros mejores talentos. La mesa está servida: ¿Queremos que nuestros hijos sean como Franklin Chang o como Albino Vargas, como Óscar Arias o como Merino? Pronto podremos escoger.


28 de setiembre de 2007

23 de septiembre de 2007

La renuncia de Casas

Juan Diego López

Ya, señores del No, ya renunció Casas. Todos creímos que era lo correcto. No por lo que dijo (que si pudiéramos interceptar los correos de toda la Asamblea y de los partidos políticos de seguro seríamos fuyimoristas), sino por su significado. Lo cierto es que nunca se ha podido decir que su memorable memorandum sea política oficial del SÍ ni del gobierno. Lo de Casas fue una dulce ingenuidad y ahora se transforma en un acto de buena fe, suya propia y del gobierno. ¿No han dicho peores cosas Ottón Solís, Albino Vargas y José Miguel Corrales? ¿No han dicho que no se lea el Tratado, no han dicho que se tomarán las armas y no han urdido una conspiración contra el Tribunal Supremo de Elecciones? ¿No están ellos atentando contra la institucionalidad del país, no han optado por la vía de la violencia y de las amenazas desde antes de las elecciones presidenciales? ¿No son ellos los responsables de despertar el clima de guerra civil, promoviendo la intervención extranjera, despertando la sospecha sobre las instituciones nacionales y empleando métodos de barricada?

Casas renunció. El gobierno asumió la gravedad de su error y ¿ahora qué? ¿Hace esto mejor o peor el TLC? ¿Hace esto ciertas las mentiras sobre la resolución de controversias, sobre las medicinas, sobre la legislación laboral, sobre las telecomunicaciones, sobre el tráficos de órganos, sobre las armas o sobre el agua? ¿Acaso el rector Trejos ha tenido la dignidad de renunciar a su cargo y enfrentar su enfermiza pasión política sin acuerparse en una institución que no le pertenece? ¿Acaso Albino Vargas ha tenido la vergüenza para renunciar a su vergonzosa sinecura, de la que mama desde hace varios lustros y con la cual se pensionará sin haber trabajado como cualquier ser humano? ¿Acaso Ottón Solís, José Miguel Corrales, los Carazo, Merino y todos sus secuaces tendrían siquiera la dignidad de asumir sus responsabilidades políticas y poner a disposición del pueblo, de los tribunales y de la consciencia social, su accionar sedicioso y su traición a los valores que les mantiene en la palestra política?

Para repetir un adagio chileno, la renuncia de Casas les jala de la lengua a los del NO. ¿Cuántos habrán de seguir ese ejemplo? ¿Renunciarán los dirigentes a sus puestos milenarios y se pondrán a la orden de los tribunales para investigar su llamado a la sedición y a la violencia? ¿Renunciarán los rectores universitarios a sus cargos para probar que no emplean los recursos públicos en esta lucha que han asumido como asunto puramente personal? ¿Permitirán los dirigentes sindicalistas, renunciando a su estatus de vividores y parásitos, que se investiguen sus manejos organizacionales, su respeto a la propia legalidad que han impulsado, sus fondos personales y su legitimidad social? ¿Quiénes serán los valientes que a partir de hoy den las muestras de buena fe y de su dignidad política?

¿Quiénes habrán de seguir el destacado ejemplo de madurez y transparencia que hoy vive la sociedad costarricense?

19 de septiembre de 2007

La fabricación de una mentira televisiva

Juan Diego López, M.Sc.

El falso reportaje periodístico titulado “Consecuencias del TLC”, que se refiere a un supuesto informe de la CEPAL sobre los cuatro años de la vigencia del NAFTA y los efectos negativos sobre México, es un vergonzoso engaño.

Se presenta como si se tratara de un reportaje de alguna agencia noticiosa internacional. La escenografía refuerza esta idea falsa con un despliegue impresionante de generación de imágenes, datos y con un fondo de monitores que hacen pensar que se origina en una empresa periodística internacional. La presentadora fue cuidadosamente escogida para imitar el acento, las inflexiones y el estilo de figuras de la prensa mundial. Cualquier desprevenido pensaría que recibe una información de CNN en español y que la presentadora es la propia Patricia Janiot. No hay duda de que se gastó mucho dinero en su elaboración y de que se emplearon las más modernas y sofisticadas técnicas televisivas.

No obstante, el mensaje no muestra ningún tipo de autoría, no se genera en ninguna agencia de noticias, en ningún noticiario reconocible, no se transmite por canal alguno y se desconoce la identidad de la presentadora, así como de la organización periodística que respaldaría tal información. Se trata, pues, de un mensaje anónimo y espuriamente atribuido, por medio de refinadas connotaciones, a la prensa internacional. Estamos en presencia de un vulgar montaje publicitario dirigido deliberadamente y con alevosía a provocar la confusión y a divulgar falsas informaciones.

Por ejemplo, en el “reportaje” se dice que la tasa de desempleo en México es de más del 30%. Sin embargo, el anuario estadístico de la CEPAL presenta este único cuadro sobre la tasa de desempleo en México, referido a las áreas urbanas, según la cual en el año 2005 era de 4.8%:

http://websie.eclac.cl/anuario_estadistico/anuario_2005/datos/1.2.17.xls

Igualmente, en ese mismo Anuario, la CEPAL consigna un índice de pobreza en México del 32.6%, muy lejos del 55% que presenta el reportaje. Esta “discrepancia” en los datos constituye una alteración de más de un 40% de lo real, como se puede ver en:

http://websie.eclac.cl/anuario_estadistico/anuario_2005/datos/1.6.1.xls

También la cuestión de la Ethyl Corp y de S.D. Myers contra el Estado canadiense resulta discutible. No sólo porque ocurrió hace diez años y es mucho más compleja de lo que dice el “reportaje”, sino porque es producto de un momento histórico en el cual la humanidad apenas empezaba a acumular experiencia en las negociaciones internacionales, en la determinación de los alcances de la nueva institucionalidad y en el conocimiento de las carencias, defectos y deficiencias de sus compromisos. Los TLC no han inventado el pillaje, la corrupción ni la organización delictiva contra el Estado; tampoco obligan a los Estados a adoptar estrategias comunes y homogéneas. La privatización de las comunicaciones, por ejemplo, incluida la venta de los activos institucionales, fue una política que muchos países han pagado muy caro, pero de la que otros muchos han aprendido.

En el mismo Tratado nuestro, no todos los países optaron por una misma y única estrategia sobre las comunicaciones. Mientras que Estados Unidos mantiene la centenaria tradición privada en el suministro de esos servicios, Nicaragua optó por la privatización de la telefonía y la venta de acciones, mientras que Costa Rica encabezó la política de fortalecimiento de sus instituciones y el mantenimiento de la regulación estatal como condición para la apertura, la ruptura del monopolio y el paso hacia la competencia internacional. Quien no comprenda estas diferencias en la estrategia de desarrollo nacional, quien no ponga de manifiesto las diferencias de los países centroamericanos en esta negociación y no la vea plasmada en la negociación multilateral del TLC, o no entiende el momento histórico o simplemente miente por razones inconfesables.

Pero sigamos con el montaje audiovisual que quisieron vendernos como pura primera. La presentadora, como “prueba fehaciente” del daño de los TLC para la humanidad, afirma que más de cincuenta mil canadienses han quedado en la “banca rota” desde la firma del NAFTA. Sin embargo, la cifra que aparece en pantalla no coincide con la narración ya que el guarismo representado es “50.000.000”, lo que normalmente se leería como “cincuenta millones”. Pero no vaya usted a creer que es una ligereza o un error involuntario. ¡Nada de eso! Se trata de una calculada y conocida técnica subliminal tendiente a distorsionar la comprensión, a sembrar en la mente una imagen de proporciones masivas y a generar un estado de alarma que traspase la aprehensión racional de las ideas.

No hay duda de que este fraude fue bien elaborado desde el punto de vista televisivo y psicológico. Se trata de la fabricación de una monstruosa mentira. Sin embargo, sus responsables desprecian la capacidad intelectual y la propia inteligencia de los costarricenses. Una vez más, las despreciables y desesperadas maniobras del NO quedan en evidencia y patentadas en calidad de patrimonio para las nuevas generaciones.



18 de setiembre de 2007

17 de septiembre de 2007

Las razones del NO con toda franqueza

Juan Diego López

De acuerdo con los opositores al TLC, en el texto escrito no se dice lo que se dice ni lo que realmente se dice es lo verdaderamente dicho. El texto escrito no es lo que dice sino que lo que dice está entre líneas y allí dice exactamente lo contrario. Donde digo digo no digo digo, digo Diego, ¿recuerdan? Ahora donde dice dice no dice dice sino dice “Dice” y eso significa que habrá más casinos y que la pobre gente desprevenida perderá allí su patrimonio familiar.

Igualmente, donde se dice “mar patrimonial” no se dice “mar patrimonial” sino matrimonio marítimo y el matrimonio marítimo es un mar parimonial, que tiene su sede en el territorio marítimo, pero comprometido por un matrimonio arreglado, cuya potestad es materia de páneles privados que monoliporizarán el pan y se llevarán al ,mar, como patrimonio del matrimonio. Es simple: como los órganos humanos son órganos y como la institucionalidad internacional es orgánica, entonces los órganos internacionales serán traficados por los traficantes de órganos que ocupan puestos en los organismos internacionales y que están deseos de deshacerse de sus órganos y de los órganos de sus hijos.

El caso de las armas es aún más simple. Como firmaríamos un acuerdo con uno de los productores de armas más importante del mundo, las armas de sus arsenales nos armarían y, ya armados, tendríamos que firmar acuerdos de desarme, pero al desarmarnos, desarmaríamos la institucionalidad y con una institucionalidad desarmada quedaríamos a la intemperie y seríamos ocupados por vía de esas mismas armas. Por esto mismo, invertir en tanques, lanzallamas o misiles SAM es un negocio inestable. Lo mejor, ya todos los del SÍ lo han hecho, es invertir en un tribunal privado de resolución de conflictos.

Allí, la cuestión es más clara aún. Primero, que el tribunal no es de tres y como son más, ya resulta sospechoso y se debe exigir que sean tres, no los tribunos, sino los miembros del tribunal. Segundo, ese tribunal no tributa y, como no tributa es intributario y al ser intributario tampoco es tribunal: en realidad, está fuera de la ley y,ya sin tribunal, ¿quién tribunaría? Los tribunos, sobre todo los de elecciones, son del sí por lo que serían protribunos y ahí está la base de toda sospecha: protribunos con protuberancias pro TLC sólo puede producir “protubernios”, es decir, la sospecha de muchos contubernios pro TLC.

Con el agua, la cosa se aclara definitivamente. El agua no es el agua sino la agüezón de los lechos aguados y este tipo de aguazón guarapa todo el agua y la transforma en guata. Es decir, el agua guarapada en forma de guata nos agua la fiesta porque se la toman en el exranjero y nos dejan las botellas de plástico, cuyos residuos son esenciales para los abrigar desechos nucleares. La cosa no es que el agua no sea agua pesada, es que el agua es el despite para convertirnos en basurero de recipientes que será, pasados unos años, un laboratorio de reciclaje termonuclear.

Pasemos a la cuestión laboral. En donde dice laboral no dice laboral sino matorral. Aunque en la cita al pié de página dice “vegetal”, tampoco vegetal significa vegetal sino que se sospecha que sea “laboral” Pero entre “matorral”,“vegetal” y “laboral” hay una estrecha conexión pues todos pertenecen al reino animal. Y si todo se entiende como animal, necesariamente lo laboral será visto como tal y lo laboral será enterrado en el matorral y, así, lo laboral es parte de un plan criminal.. Laboral, animal y criminal tienen, por supuesto, una raíz empresarial. De esta forma, el sector empresarial, tratará al sector laboral como parte del reino animal y será reducido a un mero matorral.

Del trato animal al sector laboral deriva la cuestión ambiental del TLC. Como ya el reino animal fue convertido en vegetal en su forma de matorral y ha desaparecido el sector laboral, la cosa ambiemtal queda en manos del sector empresarial que, entregado a la corriente imperial, dará como resultado una carencia medicinal. Una vez que se apropien de la cuestión experimental, todo recurso natural pasará a la condición laboral, dominado por el sector empresarial, que de todas formas se entregará al mundo imperial y todo nuestro país quedará en condición precarial, regido en modo patriarcal, dominado por el gamonal y nada nada de lo sexual.

Por todo esto, es fenomenal la claridad esencial que nos transmite el grupo sindical sobre el TLC, sobre su maldad radical, sobre el irrespeto a la voluntad general, sobre el desconocimiento del Tribunal y la defensa de este mundo infernal del que apenas me importa un percal.


Vote SI, no haga caso de semejante berenjenal.

16 de septiembre de 2007

La decisión popular

Juan Diego López
Poner en manos del pueblo la decisión de suscribir un Tratado internacional es un ejemplo universal de democracia. Gobernantes que, contando con los medios legales, jurídicos y parlamentarios para aprobar e imponer sus criterios, optan por el pronunciamiento popular son un raro y verdadero ejemplo para la humanidad. Es así como el gobierno se convierte en instrumento de educación ciudadana y el ejercicio del poder regresa a sus legítimas fuentes: la soberanía popular. Quien no comprenda esto, quien no valore que el primer referendum en la historia costarricense es acerca de este Tratado internacional, es simplemente una víctima de la inconsciencia, del engaño o de la mala fe.

De la inconsciencia porque se pierde de vista que los gobernantes no quieren actuar a espaldas del pueblo y dejan en sus manos las decisiones estratégicas; del engaño porque una actuación política, que será motivo de orgullo para las futuras generaciones, es hoy presentada como una maniobra que desacredita toda nuestra historia institucional y todos los valores civiles, políticos y electorales que han moldeado nuestra peculiar nacionalidad; mala fe, porque en los círculos dirigen la oposición al TLC se barajan intereses inconfesables y un estado de privilegios sindicales que, lejos de ser conquistas populares, ofenden la dignidad nacional.

Poner en manos del pueblo la aprobación del TLC es ejemplo de la madurez política de nuestro pueblo. Es abrir las puertas al debate, a la contrastación de ideas y a un vasto entorno de educación popular. El referendum es la más auténtica y loable forma que, en el siglo XXI, adquiere la “fiesta cívica”. Un vasto banquete de ideas, opiniones y controversias y una escuela inigualable para la formación ciudadana, para la construcción de criterios sociales y políticos y para el fomento del respeto, la tolerancia y la comprensión acerca de las ideas ajenas. No importa que un reducido grupo de apóstatas de la democracia pretenda convertir el referendum en un espacio de sectarismo y persecución. Lo cierto es que la democracia costarricense saldrá fortalecida, consolidada y ofrecerá un modelo de convivencia y de acción política que no podrá ignorar ni la última de las satrapías de nuestro tiempo.

Por ello, las agencias de prensa cubanas, venezolanas y los restos del sovietismo internacional, han declarado el referendum costarricense como la batalla decisiva por su supervivencia y quieren pelear su modo de vida en nuestro propio territorio. Costa Rica es un problema muy serio y todos estos preferirían anularla. Daniel Ortega odia y envidia nuestro 98.5% de alfabetismo, no sólo de los más altos de América sino del mundo (la campaña de alfabetización en la Nicaragua sandinista, bajo su primer gobierno, dejó a su país con un 38% de alfabetismo del cual goza actualmente). La oprobiosa dinastía Castro, que ha hecho de Cuba el país más pobre, atrasado y desgraciado del mundo, teme que nuestro referendum, organizado por un órgano independiente del Partido, de los CDR’s y del gobierno, siente un modelo demasiado democrático de conducción política y ponga en peligro la aristocracia reinante en su país; y Chávez, que de todos es sabido su cortedad de mientes, teme más aún: la integración comercial de Centroamérica y el Caribe con Estados Unidos destruye sus desvaríos bolivarianos porque lo cierto es que Brasil, Argentina o Chile (los países más importantes de Sur América) ya ni siquiera sonríen de sus desplantes de opereta.

Costa Rica es un peligro en Nuestra América y el referendum pone en estado de alerta las prácticas políticas del vecindario. La intervención extranjera tiene un propósito claro, esencialmente pleonástico: o gana el no o la destruimos. Es decir, Costa Rica no puede seguir dando tan mal ejemplo al mundo como su tasa de alfabetización, su expectativa de vida, su consumo de calorías, su seguridad social, su ingreso per capita, su lugar en el índice de desarrollo humano, su solidez institucional, su sistema electoral, su cobertura telefónica, su acceso a Internet, su educación universal y hasta su selección trimundialista de fútbol...

Somos una nación preparada para jugar en las más grandes ligas, para destacar en los campos de la ciencia, de la tecnología, del arte y la literatura y para aportar un modelo político y económico y de convivencia social que daría sentido a la humanidad del siglo XXI.

El TLC, la integración con la economía más poderosa del mundo, es precisamente el espacio que necesitamos para desplegar todas nuestras facultades y potencialidades. Es el terreno perfecto para apropiarnos de nuestro destino y ser capaces de dejar nuestra huella en la definición del ser humano y de la civilización futura. Semejante paso en la historia de un pueblo tan chico y modesto como el nuestro provoca vértigo, incertidumbre e incredulidad, pero ¿no resulta increíble la gratuidad y universalización de la educación primaria en el siglo XIX, la abolición de la pena de muerte, la sustitución del ejército por una guardia civil y la abolición constitucional del ejército?

No tenemos un gobernante. Tenemos un gobierno educador. ¿Quiénes serán los valientes que seguirán el ejemplo de Costa Rica?
16 de setiembre de 2007

6 de agosto de 2007

Editorial


Del palco a la gradería de sol
(O de cómo las universidades invadieron la cancha)

No hay duda de que los Consejos Universitarios de las principales universidades públicas cargarán sobre sus espaldas, porque conciencia no tienen, la malversación del ideal latinoamericanista de la autonomía y la independencia universitarias. En efecto, estos dos preceptos que definen la universidad como espacio del libre pensamiento y que se consagran en los principios de la libertad de cátedra y la democracia interna en la toma de decisiones, son un raro y asombroso privilegio en el contexto mundial. En ningún otro punto del planeta, desde Europa al Lejano Oriente, desde Estados Unidos hasta el mundo árabe, desde África al Japón y llegando a Oceanía, las universidades gozan de los privilegios de la autonomía, la independencia financiera y la libertad de cátedra. Esta extraordinaria conquista, que garantiza el libérrimo espacio para la exploración y la expresión del pensamiento, por más insólito, chocante o inspirador que resultare, es uno de los aportes fundamentales de la sociedad latinoamericana a la civilización universal.

No obstante, un puñado de concejales, pisoteando la misión histórica y la función universal de la Universidad latinoamericana, la han comprometido y manipulado con fines políticos e ideológicos particulares. Han reducido el espacio de la universalidad y la libertad a una tribuna electorera y a una tertulia irresponsable de políticos fracasados. Olvidaron que su designación es el resultado de una delegación democrática, no perpetua sino circunstancial y sujeta sólo al período por el que fueron electos; olvidaron que su función es la de garantizar el espacio, los medios y los recursos para que la comunidad académica debata sobre los temas de interés nacional y la de fomentar un ambiente de respeto, tolerancia y comprensión sobre las ideas en pugna; olvidaron, en suma, que ellos no son los protagonistas y ni siquiera los tramoyistas de la vida académica, sino solamente sus animadores, sus concertadores, sus organizadores.

El único partido que la Universidad puede tomar es el del compromiso con la libertad de expresión y el libre debate de las ideas. Debe mostrar ante la comunidad nacional los diversos resultados que brotan de su poderosa inteligencia y luchar denodadamente por su socialización y comunicación efectivas. Pero, tomar partido por alguna de ellas y convertirla en su visión oficial es la más vulgar de las traiciones a los fines superiores de la actividad universitaria y la función académica. En lugar de promotores y facilitadores del ejercicio de la inteligencia, los Consejos Universitarios se convierten en persecutores y conculcadores del libre pensamiento. Pasar de este acto ignominioso a la adhesión institucional a algún partido político es sólo cuestión de tiempo y que se defina a cuál candidato apoyará la Universidad.

En definitiva, la gradería de sol invadió la cancha y, ante resultados adversos, busca suspender el partido y pegarle al árbitro. El uno a cero fue el fiasco de los economistas de la UNA que, con 101 jugadas de gambeta corta, embarcaron al Consejo Universitario y lo pusieron en la ruta de la oposición. El dos a cero fue el dictamen de la comisión de juristas constitucionalistas de la UCR que exigía la inconstitucionalidad del TLC ad portas y que mostró a sus estudiantes cómo la ética profesional es relativa a las pasiones ideológicas del momento. Con el tres a cero, en jugada de pared con la Sala IV y el Tribunal de Elecciones y la convocatoria al referendo en firme, el rector del ITCR se salió de sus casillas. De acuerdo con las denuncias de los implicados, el rector se deshizo en improperios y parecía comandar las turbas agresoras.

La goleada enfurece al perdedor. Como ya no tiene argumentos serios para justificar la derrota y como ya se desquitó con el árbitro, ahora echa mano a subterfugios tales como la pésima organización, los contubernios institucionales, el exceso de tecnicismos, el reglamento importado de Maroco, el descuido con las armas, la cuestión del agua, la parcialidad de los periodistas, el problema del ambiente y, para demostrar que todos estos temas son ciertos, el equipo perdedor se va a la Escuela de Matemáticas de la UCR y contrata al doctor Poltronieri para que haga una encuesta de opinión que así lo pruebe.

6 de agosto de 2007

29 de julio de 2007

Ganadores y perdedores:

El impacto del TLC en la agricultura costarricense



Juan Diego López, M.Sc.



Luego de tratar el contexto en el cual se da el TLC, de criticar las evasivas, aparentemente serias del PAC, partidarios de ambas tendencias me han retado a referirme a los efectos negativos del TLC. Se trata de un punto sensible en el debate y, para quienes estamos con el sí, resulta un tanto comprometedor. No obstante me parece justo y muy necesario intentar esa óptica de la cuestión.

Naturalmente, todo cambio en las relaciones económicas tiene resultados negativos. Por más perjudicial que eso fuere para el referendo que se avecina, sería deshonesto negarlo. Estos efectos indeseados han sido estudiados extensamente en la literatura pertinente y, en el campo de las Relaciones Internacionales, han dado origen a una serie de medidas e instrumentos tendientes a controlar su impacto social. Señalo esto porque es necesario despejar la discusión de elementos de duda mal avenidos que pretenden dar la impresión de irresponsabilidad y desinterés respecto de estos efectos negativos. Lo cierto es que, tanto en la teoría como en los hechos, el estudio de las consecuencias indeseadas forma un campo disciplinario, lleno de análisis históricos, exámenes comparativos y denuncias, pero también pletórico de propuestas, de medios prácticos para la solución de esos problemas y de instrumentos de prevención y control de efectos indeseados.


1. Asimetría, riesgos e impacto negativo

Cuando dos países o regiones acuerdan cualquier tipo de vínculo de integración, lo primero que se toma en cuenta en las disciplinas científicas involucradas (Relaciones Internacionales, economía internacional, política internacional, derecho internacional, etc.) es la asimetría existente entre ambas realidades. El grado de desarrollo relativo es el elemento inicial y esencial para la regulación de las relaciones mutuas y para asegurar el beneficio recíproco de las acciones integrativas. Naturalmente, las iniciativas de integración parten de una base común mínima que sea capaz de soportar la fusión de ciertas actividades económicas y sociales. No obstante, las diferencias y desequilibrios detectados, antes que ignorarse o dejarse al azar, son objeto de medidas especiales que, normalmente, forman parte integral de los acuerdos.

Así, la integración de España, Portugal y Grecia a la Unión Europea estuvo acompañada de una serie de “medidas de contingencia” tendientes a suavizar los principales desequilibrios en los campos más sensibles (agricultura, comunicaciones, legislación, monopolios, etc.). También el proceso de integración entre Centroamérica y México ha estado acompañado de este tipo de acciones (conocidas como el Plan Puebla-Panamá) que buscan resolver las asimetrías detectadas mediante medidas de financiamiento y cooperación internacionales. Igualmente, el TLC contempla la llamada “agenda complementaria” que se propone controlar y resolver los efectos negativos que acarrea la integración, no sólo de diversas realidades regionales (Centroamérica y República Dominicana) sino el impacto de la vinculación regional con Estados Unidos, considerada la economía más poderosa del mundo.

En la jerga de las Relaciones Internacionales suele hablarse, más que de efectos positivos o negativos, de ganadores y perdedores. Esta denominación, tiene una razón conceptual. No se trata de efectos (positivos o negativos) como los resultados ciegos de las fuerzas naturales. Se trata del manejo consciente, planificado y deliberadamente asumido de una nueva situación en la vida social. En este concurso, muy por encima de los resultados esperados, de la asistencia y de la cooperación programadas, los protagonistas son los seres humanos. Y estos, como ha sido siempre y no dejará de serlo, al perseguir un sueño también asumen riesgos. El peor de los riesgos es el que se enfrenta solo y sin asistencia; pero aún con todo tipo de apoyo, el riesgo económico es un trance veleidoso. Sin duda, se parece más a una competencia en la que el fin es ganar, que a una acción social que se propone rescatar o salvar del infortunio. En la vida económica cotidiana, con TLC o sin él, se gana o se pierde y la responsabilidad por las decisiones parece ser intransferible.

Este riesgo, antes de que existiera el TLC o sindicato alguno, ha sido la norma de la vida económica y los niveles de estrés que provoca hacen que muchos desistan antes de empezar o que enloquezcan y se maten ante la sombra del fracaso. Suele decirse que en el fútbol la derrota es para aprender; pero, en las decisiones de la vida real, la derrota puede ser aniquilante. Ante una mala inversión no hay tribunal de apelaciones que valga y el peso de las decisiones cae sobre el ser humano, quien puede ser un banquero astuto, un campesino iletrado, un neófito impaciente o un viejo prestamista privado. ¿Quién no ha visto erigirse emporios económicos fabulosos y quién no los ha visto caer con la misma celeridad? Pero, naturalmente, el riesgo es un componente de toda la vida social. Todo tipo de decisiones (la compra, la venta, el crédito, el contado, la promesa, el compromiso, la adhesión, el respeto y las expectativas) se da en un contexto dominado por la incertidumbre. Y esto es lo que caracteriza la vida social sobre la vida ideal y paradisíaca.

Ni siquiera la expresión de los pensamientos más íntimos está libre de riesgos. Por plasmarlos en letras, en lienzos, en melodías o en versos, muchos seres humanos figuran en el panteón de la historia y casi todos ellos representan los ideales heroicos de la humanidad. Correr el riesgo es un valor supremo, en tanto que la indiferencia o el temor son concebidos como un acto de la más suprema cobardía. Tanto en el juego de la vida como en las relaciones económicas, el riesgo provoca ganadores y perdedores. Aquí, en lo que respecta al TLC, es que este juego se realice en condiciones justas y que estas estén regidas por el apoyo y la asistencia oportuna y suficiente. Sin ello, las relaciones sociales serían únicamente un medio de depredación, sin más ley que la fuerza bruta.

La minimización del riesgo y la limitación de las probabilidades de caer en el campo de los perdedores es un principio fundamental de las ciencias internacionales. No puedo dejar de referir que esta tendencia hacia el beneficio recíproco se revela, en modo prístino e inequívoco, con la desaparición de la bipolaridad mundial y el advenimiento de la era de la globalización. Todas las medidas de contingencia que orienten las relaciones internacionales y toda “agenda complementaria” en la negociación de acuerdos de integración, revelan un cambio profundo e insoslayable en el desarrollo de la civilización. El ascenso del individuo humano al escenario estelar de la humanidad, su reconocimiento como valor supremo y elemento dinamizador de toda la vida social, muestran claramente el “espíritu” que anima la civilización del siglo XXI, aunque aún tarde en imponerse y constituir el núcleo de las relaciones sociales.

Ahora bien, contrariamente a lo que dice el discurso retardatario, no existen ganadores o perdedores predeterminados ni caminos diseñados para llevar a unos al paraíso y a otros a los infiernos. En la vida social, y menos aún en las cuestiones económicas, existen ganadores o perdedores anticipados. Así como hay equipos aventajados, también hay grupos de alto riesgo. Es claro que aquellos sectores sociales, posicionados y consolidados en una actividad productiva o comercial, tendrán una amplia ventaja en el juego de la competencia económica. Pero esta ventaja casi no se diferencia de la que gozan actualmente, excepto por un hecho trascendental: si bien las empresas posicionadas pueden profundizar al infinito sus negocios, la nueva condición de apertura comercial libera todos los espacios y abre posibilidades infinitas para nuevos e infinitos posicionamientos en el mercado. La apertura comercial, lejos de significar una restricción a la participación social o una profundización de las actividades monopolísticas y la restricción del espacio económico, representa una potenciación de las posibilidades de acceso a la vida económica y al infinito desarrollo de la imaginación y la creatividad de todos los seres humanos. A las ventajas de los sectores ya posicionados, se suman las ventajas de acceso de nuevos e insólitos sectores productivos.

También las desventajas son compartidas por los sectores ya posicionados y los emergentes. Para entender este riesgo, lo principal es comprender que la calidad, la productividad y, en síntesis, la competitividad, son el aspecto central. Por más posicionamiento previo y experiencia productiva que disponga, la eficiencia productiva y el control de calidad serán el núcleo de la supervivencia y pervivencia en la vida económica de toda empresa. Las posibilidades de emplear los desarrollos tecnológicos de punta en su sector, de contar con la mano de obra más calificada y de poseer un entorno consolidado de proveedores de materiales y servicios, resultarán estratégicas. Allí es donde las diferencias entre empresas posicionadas y consolidadas (muchas veces al amparo político y de los privilegios bancarios) y empresas emergentes resultan contrastantes. Unas que cuentan con el prestigio, el capital y las garantías crediticias; otras que sólo cuentan con la habilidad artesanal, la idea precisa o el entusiasmo suficiente, pero carecen de los recursos económicos y los conocimientos empresariales para lograr un producto competitivo. Entonces, toda empresa no posicionada o consolidada, ¿habrá de sucumbir arrollada por las fuerzas ciegas del mercado? ¿Cuáles son y por qué los sectores productivos en más alto riesgo a consecuencia del TLC?


2. Costa Rica: entre la “vocación” y la “nostalgia” agrícolas

Así como se repite en todos los foros y se acepta como verdad innegable que los primeros y máximos ganadores del TLC son los consumidores, asimismo se subraya incansablemente que el sector agrícola es, potencialmente, el mayor de los perdedores. Digo que potencialmente porque no significa que lo sea necesariamente, sino que se trata de uno de los sectores de más alto riesgo. Y la preocupación por el futuro de la agricultura es amplia y sincera; sobre todo, si se parte del criterio de que Costa Rica es un país netamente agrícola. Pero, ¿cuál es el significado de esta aseveración? ¿Que somos un país de “vocación“ agrícola o que el principal componente de la producción nacional proviene del sector agropecuario?

La primera tesis, la de la “vocación agrícola” de nuestro país, más que una conclusión del estudio de la evolución económica de Costa Rica, es una posición romántica que pretende perpetuar el mito de la sociedad rural igualitaria como fuente de la nacionalidad costarricense y al campesino de la sociedad precafetalera, aislado en su minifundio, practicando una economía autosuficiente y compartiendo la pobreza y la ignorancia generalizada del colono enmontañado, como el ideal del ser costarricense. Esta concepción, ya hace tiempo identificada en la historiografía como el resultado de un ideologema nacionalista o como el producto de una interpretación arcaica de nuestra historia, no vendría al caso ahora si no fuera porque su reaparición en el debate sobre el TLC fue impulsado por la Iglesia Católica. En efecto, el ideal del costarricense del siglo XXI como el “labriego sencillo” de la época colonial, fue planteado en el “Comunicado de la Pastoral Social-Caritas con Motivo del Tratado de Libre Comercio”, del 15 de mayo de 2003, y firmado por todas las autoridades eclesiásticas del país. No voy a referirme al “lenguaje sindical” del texto, a las insinuaciones impropias sobre la negociación que allí externaron los obispos ni a su infundada y explícita posición en contra del TLC. Baste decir que el ideal del costarricense de la Iglesia Católica, a la altura del “buen salvaje” de Rousseau es, ya en principio, contrario al ser humano cosmopolita, de alto nivel cultural y de espíritu abierto y librepensador que proyecta la era de la globalización, de la Internet y de la sociedad planetaria de nuestros días.

La segunda tesis es más seria, menos dogmática y definitivamente menos retrógrada, pero igualmente tan equivocada como aquella. De repente, la aparición del TLC en el horizonte histórico de la región provocó una suerte de “nostalgia agrícola” que ha llevado, incluso a académicos y profesionales calificados, ha sobrevalorar idílicamente el papel de la agricultura en el conjunto de la producción nacional. Los propulsores de esta idea no se proponen devolvernos al pasado colonial o decimonónico sino que sufren del espejismo de una sociedad agraria que, si bien pudo ser la realidad de su época, fue feneciendo al ritmo de sus propias vidas. En efecto, para todos aquellos que nacieron en la primera mitad del siglo XX y aún en el período inmediatamente posterior, la sociedad agraria era el entorno inmediato de sus vidas. Las máximas aspiraciones de las clases medias de entonces se concentraba en esta alternativa: o consolidarse en un puesto público o convertirse en finqueros. Pero, esta última, representó el núcleo de la inversión privada y, con las sólitas excepciones de terratenientes y potentados, las expectativas del finquero aquel no alcanzaban siquiera las cortas fronteras nacionales.

Pero la realidad de la agricultura, incluyendo el sector pecuario, la silvicultura y la pesca, es muy otra. Ya hace mucho tiempo que la actividad agropecuaria dejó de ser el elemento determinante de la economía costarricense. Dejemos a los historiadores la tarea de mostrarnos la dinámica de esta transformación y la precisión del punto de giro que subordinó la agricultura a otros sectores productivos más dinámicos y rentables. Lo cierto es que ya para el año 2004, y a pesar de su crecimiento sostenido, el sector agropecuario representó el 8.5% del Producto Interno Bruto costarricense, concentró el 13.4% de la fuerza de trabajo y el 14.3% de la ocupación total del país. Para ese mismo año, según cifras del Ministerio de Agricultura, la industria manufacturera alcanzó un 21.8%, seguida por un 17.3% en el comercio, restaurantes y hoteles y un 13.1% en el rubro de transporte, almacenaje y comunicaciones. Estos dos últimos, como actividades directamente vinculadas al turismo, constituyen el 30.4% del PIB y representan el núcleo de la naturaleza actual de la actividad económica costarricense.

De esa manera, el sector económico de los servicios, a lo largo del quinquenio 2000-2004, logra una participación relativa en el PIB que supera el 65% en el período, en tanto que la agricultura, sumando la silvicultura, la pesca y la minería, alcanza un lejano 9.9%, muy por debajo de la industria manufacturera (21.8%), del comercio, restaurantes y hoteles (17.3%) y del transporte, almacenaje y comunicaciones (13.1%). El siguiente cuadro, según informe del Ministerio de Agricultura y Ganadería, ilustra esta situación con mayor amplitud:

Baste este recuento para mostrar el espejismo de la llamada “vocación agrícola” del país, tanto como la equivocación sobre el peso específico que juega el sector agropecuario en la producción de la riqueza social costarricense. Sin embargo, el campo agrícola, el llamado sector primario de la economía, está lejos de ser prescindible y, por el contrario, su estímulo y desarrollo constituyen la punta de lanza en la penetración del mercado más importante del mundo y en la inserción de la economía costarricense en el mercado mundial.


3. Costa Rica como importador neto de granos

Como ya lo señalé en un artículo anterior, la producción agrícola costarricense se ha convertido en uno de los rubros más competitivos dentro del exigente mercado norteamericano y, en varios de sus productos, constituye el primer proveedor, prevaleciendo en una ardua competencia sobre países y productos de los cinco continentes. Este es el caso de la yuca, la piña, la pulpa de banano y el chayote. Otros productos tales como el café, el jugo de naranja, el melón, el banano, flores y capullos, minivegetales, alcohol etílico, raíces y tubérculos, plantas vivas y azúcar, poseen gran aceptación y gozan de una demanda creciente.

En el sector agrícola, Costa Rica posee una balanza comercial favorable con Estados Unidos. Esto significa que nuestro país exporta más de lo que importa en una relación cercana al tres por uno. Por más de diez años, Costa Rica ha exportado a Estados Unidos productos agrícolas por un monto de US$ 750 millones anuales, mientras que ha importado un valor promedio de US$ 240 millones. De esta manera, por cada tres dólares que vende a Estados Unidos, Costa Rica sólo gasta un dólar en importaciones agrícolas desde ese país. La conquista del mercado estadounidense ha sido un proceso largo y se ha dado al cobijo de la Iniciativa para la Cuenca del Caribe (ICC); mediante el TLC se amplía el acceso para los productos costarricense hasta en un 98.7%. Pero lo que es realmente importante es que el TLC transforma el carácter de privilegio unilateral y temporal del acceso al mercado estadounidense en un derecho pactado e irreversible y protegido por las leyes y la institucionalidad internacionales.

Al parecer, los beneficios del acceso de la producción agrícola costarricense a uno de los mercados más grandes y ricos del mundo no despiertan sospechas ni es motivo de rechazo por parte de los detractores del TLC. Efectivamente, de los US$ 1.414 millones que representó el 8.5% de la participación agrícola en el Producto Interno Bruto en 2004, más de la mitad fue el resultado de la exportación hacia los Estados Unidos, con un valor cercano a los US$ 850 millones. Estas cifras evidencian que la eventual pérdida del mercado norteamericano representaría el verdadero golpe de muerte para la agricultura costarricense. Ahora bien, ¿cuál sería el impacto del intercambio bilateral en el sector agrícola con Estados Unidos? ¿Cómo afecta la política de subsidios norteamericana esta relación y cuál es la estrategia contemplada en el TLC para enfrentarla?

Para responder apropiadamente a estas preguntas conviene, en primer lugar, conocer la estructura de la importación agrícola costarricense. A pesar de lo que podría desear la “nostalgia agrícola”, Costa Rica es un país netamente importador de granos y alimentos básicos. Entre ellos se encuentran los componentes básicos de la dieta costarricense tales como arroz, frijoles y maíz (blanco y amarillo). No quiere esto decir que nuestro país no produzca estos distintos rubros, sino que su producción es ampliamente deficitaria y que se ve obligado a importar para solventar el desabasto y enfrentar la demanda interna. Sin embargo, la importación de estos productos constituyó más de la tercera parte del valor total de la importaciones agrícolas del país y, según el Ministerio de Agricultura y Ganadería, contribuyó en un 41.6% al crecimiento general de las importaciones del país. En el caso de los granos, además del arroz, frijoles y maíz, Costa Rica importa en importantes cantidades el frijol de soya (10.5%) y trigo (3.2%), pero las importaciones agropecuarias se extienden a los rubros de los alimentos (alimentos preparados, panadería, cereales, alimentos infantiles, confitería y chocolates, alcohol y jugos de frutas, que representan un 12.6% de las exportaciones agrícolas), los productos lácteos (leche y nata concentrados, quesos y requesones, lactosueros, sueros, yogurt, mantequilla y demás grasas de la leche, que han venido presentando una tasa media de cambio negativa), las carnes (pescado, mariscos y carnes bovina, porcina y avícola, que representan un 12.2%) y, finalmente, las frutas (manzanas, uvas y aguacates, que representan el 10.7%).

Como puede verse por la diversidad y porcentaje de nuestras importaciones agropecuarias, nuestra dependencia alimentaria es casi total respecto de la dieta básica costarricense y, por diversos factores económicos, ha venido profundizándose a lo largo de casi treinta años. Todos estos rubros de la producción agropecuaria constituyen los llamados “sectores sensibles” debido a que la debilidad e ineficiencia de la producción pone en peligro su pervivencia ante el proceso de apertura comercial. Naturalmente, los sectores sensibles más amenazados resultan aquellos conformados por microempresas de carácter familiar y las pequeñas y medianas empresas (PYME’s) que todavía no han alcanzado los niveles de productividad que demanda la competencia internacional. No obstante, se trata de sectores amenazados aun sin la existencia del TLC y, como veremos más adelante, los negociadores idearon diversos instrumentos de defensa y cooperación para permitir su desarrollo y consolidación o, en su defecto, facilitar la migración a nuevos y más eficientes nichos productivos.

Sin embargo, desde el punto de vista del consumidor inmediato, tanto la modernización y el progreso de esas empresas agropecuarias como su desplazamiento y la apertura a la importación, resultan ampliamente positivas. En uno u otro caso, significa el acceso a productos de la más alta calidad a precios competitivos y el abandono de la política de consumir lo nacional aunque sea de la más baja calidad, lo cual constituye una forma de subsidio que recae sobre las espaldas de los propios consumidores. Tal es el caso de la papa costarricense que, de acuerdo con estudios recientes, no alcanza siquiera el mínimo de los estándares internacionales y condena al consumidor nacional a contentarse con uno de los productos más malos del mercado internacional. Tanto si lo productores nacionales alcanzaran los criterios de calidad que demanda el actual mercado mundial, como si fueren desplazados por la acción de la competencia, el consumidor, el ser humano de carne y hueso resultaría ampliamente favorecido ante el drástico incremento cualitativo de la oferta de este producto.


4. El impacto de los subsidios estadounidenses en la agricultura costarricense

Más allá del peculiar tipo de subsidio que representa el “caro y malo”, en el campo internacional se distinguen dos clases de subsidios estatales a la producción agrícola: los subsidios a la producción (que diversos países conceden para elevar la calidad del consumo interno o como una ayuda interna a los productores locales y que no provocan distorsión alguna en el mercado internacional) y los subsidios a la exportación, que sólo se otorgan a los productos destinados al consumo fuera de las fronteras nacionales y cuyo propósito es estimular la captación de divisas extranjeras. En su conjunto, la política de subsidios a la agricultura constituye una amenaza en el contexto del comercio internacional dado que tiende a perpetuar las asimetrías económicas entre los países y no solo ha sido condenada como el principal obstáculo al libre comercio, sino que también su eliminación es, en la actualidad, el tema de enconadas negociaciones multilaterales en el seno de la Organización Mundial del Comercio (OMC).

Como también sabemos, Estados Unidos figura a la cabeza mundial en el otorgamiento de subsidios al sector agrícola de su país. Desde hace muchos años, los países más pequeños vienen sosteniendo una lucha sin cuartel en los organismos multilaterales para que, tanto Estados Unidos como la Unión Europea, disminuyan y finalmente eliminen sus respectivas políticas de subsidio a la agricultura. Es claro el convencimiento, tanto en el seno del Banco Mundial como en la Organización Mundial del Comercio, de que esta política genera graves distorsiones en el comercio internacional e impide a los países pequeños su acceso a los mercados en condiciones de igualdad. No obstante, en 2002 el Presidente Bush aprobó la “Farm Bill” (o Ley de Seguridad Agrícola) que otorga US$ 190 mil millones en los próximos diez años en calidad de subsidios a sus agricultores. Mientras tanto, en ese mismo año la Unión Europea introdujo modificaciones a la Política Agraria Común (PAC) que contemplaba subsidios por más de US$ 50 mil millones y, desde entonces, en medio de gran controversia que ha afectado incluso la adopción de una constitución política común, viene aplicando un complejo sistema de controles que condicionan la ayuda interna a la agricultura al cumplimiento de ciertas condiciones medioambientales. Lo cierto, a pesar de estos matices y de que la mayoría de los subsidios van dirigidos a la producción, es que las grandes economías mantienen una política deliberada de distorsión del comercio internacional.

En el caso de los Estados Unidos, el cual nos interesa en forma inmediata, las enormes cifras destinadas al subsidio agrícola seguirán siendo combatidas en los foros multinacionales y, de acuerdo con las proyecciones de analistas internacionales, la presión del comercio internacional obligará, eventualmente, a las grandes economías a abandonar este tipo de políticas. No obstante, en la situación actual, ¿cuál es el efecto de la “Farm Bill” y de toda la política de subsidios norteamericana en la apertura comercial costarricense mediante el TLC? En primer lugar, en el contexto de las negociaciones para el TLC los países signatarios, incluido Estados Unidos, acordaron la eliminación inmediata de todos los subsidios a la exportación. En segundo lugar, los productos agrícolas estadounidenses que se benefician de los subsidios gubernamentales son los siguientes: algodón, arroz, avena, azúcar, cebada, maíz amarillo, maní, sorgo, soya y trigo.

Ahora bien, Costa Rica no es productor de la mayoría de estos rubros. Tal es el caso del algodón, la cebada, el maíz amarillo, el sorgo, la soya y el trigo. Debido a la estructura de nuestras importaciones, los subsidios que Estados Unidos otorga a estos productos resultan ser positivos ya que nos permitirían la importación de estos rubros a mucho menores precios que en el mercado internacional. Ello no solo redundaría en el beneficio directo del consumidor costarricense, sino también en el de los productores agrícolas o alimenticios nacionales que emplean estos productos como materias primas. De tal manera que, en estos productos, el impacto del TLC y de los subsidios norteamericanos en la realidad costarricense resultaría ampliamente positivo. En el caso de la avena y del maní, debido a que nuestro país ni es productor ni consumidor destacado de estos productos, el impacto resulta o neutro o positivo.

Sólo restan dos productos que resultarían negativamente afectados por los subsidios norteamericanos. Se trata del arroz y del azúcar. Es precisamente en estos dos productos en los que se centran los efectos negativos de la apertura agrícola con el gran gigante del norte y en donde nuestro país podría sufrir sus más graves pérdidas. Si simplemente nos abriéramos al comercio, sin la intermediación de un instrumento que regule estas relaciones, el impacto en la producción nacional de estos rubros resultaría devastador. El ingreso al mercado nacional de las cantidades necesarias para satisfacer la demanda de estos productos, a los precios más bajos que permiten los subsidios otorgados a la producción en Estados Unidos, llevaría a la ruina instantánea a los productores nacionales. Debido al beneficio que representaría para el consumidor nacional, en cuanto a precio y calidad, ninguna campaña patriótica haría que el costarricense opte por el “malo y caro” que ha soportado por años en su consumo interno: las empresas arroceras y azucareras irían a la quiebra y desaparecerían rápidamente del medio costarricense. No quiero, ahora, referirme al verdadero beneficio social que estas empresas comportan al campesinado costarricense, cuántos pequeños productores forma este sector ni cuál es su impacto en la ocupación de la fuerza laboral del país. Lo cierto es que, siendo estos dos rubros los más amenazados en nuestro sector agrícola, ninguno de ellos ha sido dejado a su ventura ni en la fementida situación de “burro amarrado contra tigre suelto”.

Muy por el contrario, la producción nacional de arroz y azúcar ha sido uno de los aspectos en los que el equipo negociador costarricense del TLC hizo gala de su profesionalismo y patriotismo.


5. El caso del arroz en el TLC

El arroz es uno de los casos más sensibles y, con el fin simplificar la exposición, podemos tomarlo como ejemplo. En el TLC se contemplan dos tipos: el arroz en granza y el arroz pilado. En el caso del arroz en granza es necesario empezar diciendo que Costa Rica ha venido sufriendo un desabasto crónico de este grano. En los últimos tres años, el faltante alcanzó más de 140.000 toneladas métricas lo que ha obligado a su importación para cubrir el mercado nacional. De acuerdo con el texto del TLC, Costa Rica y Estados Unidos acordaron otorgar al comercio del arroz en granza un período de gracia de diez años. Esto significa que, desde ahora y hasta el 2017, Costa Rica no otorgará a Estados Unidos ninguna desgravación arancelaria para este producto. No obstante y sin perder de vista el desabasto real, Costa Rica otorgó a Estados Unidos el acceso libre de aranceles al mercado costarricense para un volumen de 50.000 toneladas métricas, el cual se irá incrementando en 1.000 TM para alcanzar al final del período de gracia un volumen de 60.000 TM. A partir del año 2018, la desgravación del arroz en granza será de un 40% hasta el año 2023 en montos anuales iguales y, a partir de ese momento, se desgravará el restante 60% hasta alcanzar el 100% a los veinte años de suscrito el TLC. En el caso del arroz pilado, se acordó un acceso libre de aranceles para un volumen de 5.000 TM y un crecimiento anual de 250 TM.

Si se produjera un incremento en el volumen de importación nacional de arroz, superior a las cantidades acordadas, se estableció la Salvaguardia Especial Agrícola (SEA). Este mecanismo de defensa constituye un arancel adicional que se aplicaría al arroz norteamericano si las importaciones del grano, durante el período de la desgravación, superaran el volumen pactado. Con ello, incluso las necesidades del mercado nacional provocadas por el desabasto del grano, durante el período de la eliminación de aranceles, vendría ser solventada, más menos, en las mismas condiciones que actualmente regula la importación arrocera desde Estados Unidos.

Ahora bien, al cabo de estos veinte años, tanto Costa Rica como Estados Unidos asumen compromisos estratégicos respecto del arroz. Por una parte, Estados Unidos se compromete a abandonar los subsidios a ese grano si aspira a gozar de una desgravación total en el mercado costarricense. Si ello no llegara a ocurrir, se mantendrían vigentes los aranceles previos al proceso de apertura y la situación comercial del arroz se mantendría en las condiciones actuales. Por otra parte, Costa Rica se compromete a emprender el proceso de desgravación del arroz procedente de Estados Unidos y de acuerdo con la evolución de los subsidios de la contraparte; pero, además, Costa Rica se ve obligada a poner en marcha toda una serie de medidas paralelas con el propósito de elevar la productividad y la calidad de su producción arrocera y a dejarla en capacidad de competir en un mercado internacional libre de subsidios. Para ello, contaría con los medios de financiamiento y cooperación internacionales (solo el Banco Mundial anunció pocos días atrás la cifra de US$ 9 mil millones para apoyar el proceso) y todos los mecanismos contemplados en la “agenda complemenaria”.

Como puede verse, tanto la protección a la producción nacional del arroz como la cooperación para su desarrollo o, en caso contrario, para su reconversión hacia otro sector productivo, se encuentran ampliamente contemplados en el TLC. Si en este período de veinte años, Estados Unidos elimina los subsidios al arroz y la producción arrocera no alcanza los parámetros requeridos, inexorablemente pasará al bando de los perdedores. No obstante, si en este largo período los productores se ven imposibilitados de alcanzar las metas establecidas, aún pueden echar mano a los mecanismos de “reconversión” que les permiten migrar a otros nichos, más novedosos y más productivos. De esta manera, podemos decir que los perdedores netos del medio arrocero serán aquellos que no logren adecuarse a los requerimientos internacionales y que sean incapaces de desplazarse a otros campos de la actividad productiva.

Como quiera que se vea, perder en el campo de la producción agrícola en el contexto del TLC parece ser una tarea más difícil y compleja que como la presentan sus detractores.


26 de julio de 2007